Septiembre 25 / 21
BRUSELAS, Bélgica.- Transcurría 2010 y por primera vez el mexicano Ricardo Tapia viajaba a África. Había sido enviado a Guinea-Conakry por la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) para explorar la posibilidad de que la Unión Europea (UE) mandara observadores a las elecciones que tendrían lugar aquel año en esa antigua colonia francesa.
Cuando aterrizó en el país a las tres de la mañana se dio cuenta que el “aeropuerto” no tenía los servicios como los que él conocía, y que sólo lo abrían -y encendían las luces- al momento de algún aterrizaje. Había, eso sí, cientos de personas vendiendo y comprando baratijas. Era un lugar inseguro y le urgía salir de ahí. Pero el chofer que lo tenía que esperar y conducir a su hotel nunca llegó. Se había quedado dormido. Y no había taxis.
Esperó una hora. Se estaba quedando solo. El aeropuerto estaba por cerrar y sintió que su vida corría peligro si se quedaba. “Salí y vi a dos tipos malencarados que me preguntaron a dónde iba. Les dije que a tal hotel y se ofrecieron a llevarme. Me cobraban 50 euros, el doble de lo que me hubiera costado en Europa en esa época. Me dije: ‘todo lo que haya que perder ya lo perdí aquí’. Y me subí a un coche viejo dispuesto a enfrentar lo que pasara”, relata el mexicano con buen humor.
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