Septiembre 25 / 21
BEIRUT, Líbano.- Aquel día Ibrahim Rida se encontraba trabajando en el hospital. Justo había bajado al sótano para quitarse el uniforme de cirujano cuando la fatalidad llegó sin previo aviso. La primera explosión hizo temblar las paredes de la habitación. Pensó que era un terremoto y se asustó. Siguió desvistiéndose, rápido, y unos segundos después, la segunda explosión provocó un estallido colosal que sacudió la tierra. Las paredes y el techo cedieron, el hospital quedó parcialmente derrumbado. ¿Una bomba?, ¿un ataque aéreo? Nada de eso.
La detonación de dos mil 700 toneladas de nitrato de amonio -almacenadas irresponsablemente por las autoridades libias en el puerto de la capital- provocaron una nube de humo en forma de hongo nuclear. El epicentro de esa impresionante explosión se encontraba a dos kilómetros del hospital Saint George, en el que trabajaba Rida. Más de 200 personas perdieron la vida y seis mil quedaron heridas.
El pasado 4 agosto, un año después de aquella tragedia, la población salió a las calles de Beirut de manera masiva para reclamar justicia. Hasta ahora ningún político se hace responsable del siniestro que causó impacto internacional, y por ello las víctimas y familiares de los fallecidos padecen un duelo imposible de cerrar. El proceso judicial iniciado para esclarecer los hechos acumula un historial de giros de timón y obstáculos que están impidiendo que la verdad salga a la luz y el peso de la ley caiga sobre los culpables.
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