Somos una especie en extinción. Pese al nivel de globalización que ha alcanzado el mundo, la figura del corresponsal se diluye cada vez más. La crisis económica, por un lado, y, por otro, el desinterés de medios de información por contar e invertir en información propia y profunda para sus lectores, tiene a nuestro oficio desde hace años en riesgo.
La inesperada y letal aparición del coronavirus es otro factor que acrecienta nuestra de por sí frágil situación y evidencia una cruel paradoja: a pesar de que como nunca antes existe entre la sociedad una urgencia por contar con información veraz y confiable, los medios se asfixian ante una caída abrupta en sus ingresos. Las contadas redacciones que aún apuestan por información internacional propia se ven en la necesidad de cortar con gastos y prescindir equivocadamente de sus corresponsales.
Así pues, nacemos en la crisis y a partir de la crisis apostamos por nuestra supervivencia. No queremos morir. No queremos extinguirnos. Queremos seguir reportando sobre lo que pasa al otro lado del mundo, en latitudes lejanas, porque estamos convencidos que entender la realidad del otro, ayuda a entender la realidad propia.