La memoria de Auschwitz se apaga

Esther Bejarano nunca había tomado un acordeón entre sus manos antes de esa primavera de 1943. Sus conocimientos de piano ayudaron a esta joven judía-alemana a sacar improvisadamente los acordes de una melodía y eso bastó para integrarla a la orquesta de jóvenes que tenían la macabra tarea de recibir con música a los cientos de miles de deportados judíos y disidentes que llegaban al campo de exterminio nazi de Auschwitz. La música fue su salvación en esa, su primera vida. Luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, en su segunda vida, la música fue también su hilo conductor con el que llevó durante décadas un mensaje antifascista de paz a las nuevas generaciones. Así lo hizo hasta el pasado 10 de junio, cuando murió con 96 años en su querido Hamburgo.

BERLÍN, Alemania.- El público, curioso, espera la aparición de lo que sin duda es una banda sui géneris: Bejarano y Microphone Mafia. El escenario se ilumina. Las luces se centran en una pequeña y encorvada figura femenina. Sus cabellos blancos brillan como un resplandor. Sentada en una silla, con una pequeña mesa frente a sí, la mujer se ayuda de una lámpara y de sus lentes para comenzar una lectura en voz alta:

“¿Hacia dónde se dirigía el tren?, no lo sabíamos. Los vagones estaban atiborrados y apenas podíamos movernos. Cuando alguien quería ir al baño, tenía que pasar sobre los demás para hacer sus necesidades en una esquina. Muchos viejos y enfermos no sobrevivieron el viaje de varios días en el tren y sus cuerpos yacían todo el tiempo junto a nosotros.

“Todos nos hacíamos la misma pregunta: ¿a dónde nos llevan? Después de varios días finalmente el tren se detuvo y las puertas de los vagones fueron abiertas. Descendimos y fuimos recibidos por hombres vestidos de civil. Es un campo de trabajo, pensamos. Enseguida, separaron a hombres de mujeres. Aquellos que estaban enfermos, eran ancianos, mujeres embarazadas y niños fueron subidos a camiones. Muchos tomamos eso como un gesto de atención. No lo sabíamos entonces, pero toda esa gente fue enviada directamente a la cámara de gas”.

La voz cascada es de Esther Bejarano, sobreviviente del campo de exterminio nazi de Auschwitz y célebre por haber formado parte de la Orquesta femenina del campo. En unas cuantas hojas, que lee pausadamente ante un público atónito y subyugado, resume su experiencia.

“En la vida tuve mucha suerte, enorme suerte. Nunca olvidaré la imagen de la liberación que me tocó vivir: un soldado ruso y un americano quemaron una enorme fotografía de Hitler. Todos celebraban, mis amigas bailaban y yo tocaba el acordeón. Ese momento fue mi liberación del fascismo de Hitler y, siempre lo digo, no sólo fue mi liberación, sino mi segundo nacimiento”, concluye.

Acto seguido, tres hombres aparecen en el escenario y comienza la función: Jarem, judío e hijo de Esther, en el bajo; Rossi Pennino, católico e italiano de nacimiento, y Kutlu Yurtseven, musulmán y de origen turco, en las voces.

A ritmo de hip hop, el cuarteto interpreta canciones en alemán, hebreo, italiano y turco. Todas, sin excepción, antifascistas. Su mensaje es claro: no importa la raza, no importa la religión, la libertad y la paz son derechos de toda la humanidad.

El turco Kutlu, con casi dos metros de altura, y el italiano Rossi saltan al escenario y, amorosos, rodean a Esther. Con el puño de la mano izquierda cerrado y en alto comienzan a rapear: “¡Escuchen a los hombres susurrar, cómo cierran su puño, pues despiertan lentamente de su letargo, notan la injusticia y resuenan las mentiras; es tan cierto como seguro que nadie ganará si no hay justicia y verdad; cobrar la ganancia, socializar las deudas; que avance el pueblo, arriba la sublevación, necesitamos una respuesta, el pueblo triunfará!”.

En 2009 los raperos de Microphone Mafia propusieron a Esther Bejarano unir esfuerzos y grabar un disco con mensajes claros contra el racismo y la extrema derecha que pudieran llegar a la juventud alemana, sobre todo en las preparatorias en donde circula de manera indiscriminada literatura y música neonazi.

Ahí comenzó una historia que hasta hoy continúa. Con la música como estandarte y con dos cd’s grabados, este cuarteto ha recorrido no sólo Alemania, sino diversas ciudades europeas cantando en contra del olvido.

-En estos tiempos tan convulsos y de tantos conflictos políticos resulta fascinante la mezcla que ustedes representan: judíos, cristianos y musulmanes, le comenta la corresponsal.

-Si, y esa es nuestra intención. Demostrarle a la gente cómo uno puede convivir pacíficamente con otras culturas y religiones. Nosotros hacemos un trabajo fenomenal, nos entendemos muy bien, y ellos dicen que soy su abuela y para mí son mis nietos adoptivos, dice Bejarano divertida.

Y es que esta mujer sabe muy bien lo que significa el racismo y la persecución.

La primera vez que Esther Bejarano tomó un acordeón entre sus manos fue para salvar su vida. La joven alemana nunca antes había tocado el teclado de tal instrumento, pero aquella vez su instinto de supervivencia la alertó de que en sólo unos minutos debía sacar los acordes de la entonces popular canción Bel Ami para demostrar que dominaba el instrumento de viento, su seguro de vida.

Era la primavera de 1943 y desde hacía unas semanas la joven judío-alemana de 19 años había sido deportada al campo de exterminio nazi de Auschwitz. Su destino parecía claro: realizar trabajos forzados hasta que su resistencia se lo permitiera antes de caer desfallecida de agotamiento o acabar como “experimento” del siniestro doctor Josef Mengele, quien realizaba crueles tratamientos “médicos” entre los prisioneros en el campo.

Así que el día en el que supo que se formaría una orquesta femenil en el campo no dudó en presentarse a la prueba de selección. La joven Esther había crecido en el seno de una familia musical -su padre era cantante y profesor de piano y su madre pianista- y durante años había estudiado dicho instrumento.

El problema fue que la orquesta de Auschwitz no contaba con piano. “Pero si tocas acordeón, puedes formar parte del grupo”, le dijo Zofia Czajkowska, la violinista polaca a quienes los nazis habían encomendado la tarea de formar y dirigir una orquesta femenil en el peor campo de exterminio del Tercer Reich.

“Nunca había tenido un acordeón en mis manos, pero le dije que sí lo tocaba. Le pedí unos momentos para acoplarme al instrumento y lo logré. De alguna forma tocar el piano me ayudó a encontrar las notas. Fue un verdadero milagro”, narra en entrevista con la corresponsal la propia Bejarano.
Y es que la joven sabía muy bien que pertenecer a la orquesta era sinónimo de vida: podría mudarse a la barraca especial -en donde muy pocas lo hacían como las traductoras, secretarias y músicas- y contar con ciertos “privilegios”: una cama para cada quien con almohada y cobija, zapatos, ropa y productos de higiene personal.

El tiempo que Esther pasó en Auschwitz, lo recuerda como el peor de su vida. Aunque no fue sometida al desgaste físico al que tantos millones de seres humanos lo fueron, sí padeció una tortura psicológica que hasta hoy la atormenta.

“Lo más duro del tiempo en Auschwitz fue la tortura psicológica a la que nos sometían. Cada vez que un transporte nuevo llegaba, teníamos que estar listas para recibirlos con música. Eran miles de personas que llegaban de toda Europa y que iban directo a la cámara de gas. Ellos no lo sabían y cuando bajaban del tren y nos escuchaban tocar, sonreían pues pensaban que ahí donde hay música la cosa no debía ser tan mala. ¡Y qué error más grande! Nosotros sabíamos que toda esa gente iría directo a las cámaras a morir”.

Durante los seis meses que Esther pasó en Auschwitz su triste tarea fue tocar la marcha fúnebre para miles de seres humanos. Gracias a la música y al acordeón esta menuda y pequeña mujer -no alcanza ni 1.50 metros de estatura- logró sobrevivir al mayor campo de exterminio creado por los nazis, en el que murieron más de un millón de personas.

Otro golpe de suerte la alejó de Auschwitz. De acuerdo con una ley nazi, los denominados mestizos -aquellos judíos por cuyas venas corría sangre aria- no podían ser recluidos en campos de exterminio, sino sólo de concentración. La Cruz Roja Internacional se encargó de ubicarlos y tramitar sus traslados.

La abuela paterna de Esther no era judía. Aria y cristiana de religión, aún ya muerta, le salvó la vida a su nieta. “En un principio no quería dejar el campo ni a mis amigas. Pero ellas mismas me hicieron ver que tenía que luchar por sobrevivir para poder contar todo lo que sucedió”, explica.

Fue así que en octubre de 1943, junto con otras 70 mujeres, Esther Bejarano fue transportada de Auschwitz al campo de concentración de mujeres de Ravensbrück, ubicado a 90 kilómetros de Berlín. Durante año y medio la joven prestó ahí trabajos forzados. Hasta que llegó el fin de la guerra.

Pese a la clara derrota, los nazis no renunciaron a su propósito y en agotadoras y extremas condiciones obligaron a miles de presos a abandonar los campos en las denominadas marchas de la muerte. En la marcha que emprendieron las prisioneras de Ravensbrück hacia Berlín, Esther, junto con otras amigas, tuvo la oportunidad de escapar. La rendición incondicional de los alemanes llegó y finalmente la joven quedó en libertad para emigrar a Palestina, donde pensaba que le esperaría un mejor futuro.

A más de 70 años de distancia de los sucesos que marcaron su vida, Esther recuerda aún con claridad cada detalle. Ella misma se ha forzado a no olvidarlos y transmitirlos personalmente. Sentada cómodamente en el sillón del pequeño departamento en el que vive en la ciudad alemana de Hamburgo, Bejarano reflexiona sobre el racismo y la ideología de extrema derecha que aún hoy priva en la sociedad.

“Esos neonazis son gente que no aprendió nada de la historia. Y lo peor de todo es que el gobierno alemán, según mi opinión, no hace lo suficiente para detenerlos y evitar que exista esa ideología”, critica justo cuando en Alemania el tema se encuentra a flor de piel con las múltiples manifestaciones racistas promovidas por los movimientos ultraderechistas que se oponen a la acogida de refugiados de Medio Oriente.

-¿A qué atribuye que la mentalidad racista siga tan presente en este país?

-Creo que es porque en realidad no hubo un esclarecimiento real de lo que pasó durante el nazismo. Luego de la guerra se debió haber hablado con claridad sobre los crímenes que se cometieron y haber castigado de inmediato a los culpables, pero no se hizo e incluso se les ayudó a muchos a huir del país con la finalidad de no ser castigados. Fueron demasiados años de tabú y silencio sobre el tema.

La casa de Bejarano está llena de recuerdos. Entre frondosas plantas sobresalen libros, y sobre todo fotografías. Sobre las paredes se pueden ver imágenes de su segunda vida, en Israel, con su esposo e hijos y luego en Alemania, con innumerables amigos, entre ellos los miembros de Microphone Mafia.

Pero también sobresalen aquellas de su vida anterior. De bebé, de niña y adolescente acompañada de sus padres y tres hermanos. De entre todas, sobresale el retrato de una mujer. Es Katharina, Kätchen como amorosamente le llamaba, la aria alemana quien durante doce años sirvió como doméstica y nana en la casa familiar de Esther.

“Ella era parte de la familia y entre nosotras dos hubo una relación muy especial. Vivió con nosotros en casa hasta que las leyes nazis prohibieron que arios trabajaran al servicio de judíos. Ella luchó mucho por quedarse a nuestro lado pero no fue posible”, explica.

Tras el fin de la guerra y luego de muchos años Esther volvió a encontrarse en Alemania con Kätchen. Las dos mujeres se fundieron en un abrazo como si el tiempo y la cruel historia nunca las hubiera separado. Y es que la familia de Bejarano, pese a seguir las tradiciones judías al pie de la letra, nunca fue ortodoxa ni radical. Al contrario, el libre pensamiento y la tolerancia a los distintos fueron parte de su educación.

Tras 15 años de radicar en Palestina, en donde conoció a su esposo y nacieron sus dos hijos, Esther y su familia tomaron la difícil decisión de volver a Alemania. Lo hicieron principalmente por motivos de salud de su esposo pero también por la situación en Israel.

“Fue también una decisión política -confiesa-. Ni yo ni mi esposo podíamos entender la política en Israel. Y todavía hoy no la entiendo. Nos parecía totalmente injusto la forma en cómo se trataba a los árabes-palestinos, quienes también son dueños de aquella tierra. ¿Cómo podíamos nosotros, que habíamos sufrido persecución y exterminio, hacer lo mismo con ellos? El discurso era que los judíos no nos dejaríamos de nuevo ser perseguidos, pero entonces eso significaba que ¿sí podíamos perseguir nosotros a otros? Era y es horrible”, dice.

Y sin miramientos continúa su crítica hacia la política de Israel: “Netanyahu es un fascista y mientras él siga en el poder nada va a cambiar en aquella región. Lo que más me molesta de todo eso es que utilizan el holocausto para justificar su política horrible y sus guerras que aunque dicen que son de defensa en realidad son ofensivas”, asegura.

Para Bejarano tal política no sólo afecta a los judíos que viven en Israel sino a los que viven fuera de él: “El problema es que la gente no diferencia entre los judíos que vivimos fuera, que no somos sionistas y que tampoco apoyamos esas políticas. Y de ahí el antisemitismo tan fuerte que hay en todo el mundo”.

Desde su trinchera, la música y el activismo, Esther espera seguir propagando su mensaje de tolerancia en el mundo. “El año que entra, si aún vivo, (en diciembre cumplirá 91 años), quisiéramos ir a dar un concierto a Cuba, antes de que la isla cambie por completo”*.

*No fue al año siguiente, pero sí en 2017, en enero, cuando cumplió su propósito de llevar a los cubanos un mensaje de paz y resistencia.

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