Fixers mexicanos: los guías al submundo

Los periodistas extranjeros no podrían realizar sus impactantes investigaciones en México sin ellos, los fixers. Se trata de reporteros locales experimentados a través de los cuales enviados y corresponsales pueden tener contacto con la realidad del submundo y sus complejos personajes. Pero no sólo eso: muchas veces, cuentan varios fixers a Underground, son ellos los que proponen enfoques más atractivos a los reportajes que serán transmitidos por medios de todo el mundo, además de encargarse de conducir, traducir y hasta proteger a los periodistas de otros países de los riesgos a los que se exponen por desconocimiento del terreno o por ego.

OAXACA, México.- Las imágenes son alucinantes: periodistas entrevistando a sicarios enmascarados que juegan con sus pistolas y se vanaglorian de los muchos asesinatos cometidos; reporteros caminando entre campos de amapola o acompañando a algún grupo de migrantes mientras son conducidos por coyotes hasta el río para cruzar “al otro lado”.

Cuando uno mira los documentales y reportajes de la prensa extranjera en los que se presentan las realidades más crudas de México surge la pregunta: ¿cómo alguien que viene de Nueva York, Berlín o Madrid logra entrar en lugares tan peligrosos con sus cámaras y micrófonos?

Pero, más bien, la pregunta correcta sería: ¿quiénes son los que conectan y acompañan a la prensa con y en estos submundos?

Detrás de las grandes historias e investigaciones sobre México que se presentan en los medios de comunicación más reconocidos del mundo están esas y esos expertos locales que abren las puertas y facilitan los contactos con criminales, campesinos de marihuana, madres de hijas desaparecidas, migrantes, activistas de derechos humanos o policías corruptos.

Son estos fixers, como se les conoce en el argot periodístico, los que investigan, hacen contactos, pactan entrevistas, traducen, buscan alojamientos, conducen autos y ayudan en situaciones de riesgo en las que ellos mismos tienen que involucrarse para apoyar a los enviados y corresponsales. Sin su trabajo y apoyo muchas “grandes investigaciones” y documentales no serían posibles.

“De vez en cuando es bastante riesgoso (pero) es el mejor trabajo que he tenido en mi vida”, afirma sin vacilar Ulises Escamilla Haro. Desde hace diez años este hombre originario de la Ciudad de México decidió dejar de lado su ocupación como investigador académico y comenzó a trabajar como fixer.

Ulises Escamilla Haro. Cortesía.

Recuerda que tomó la decisión a raíz de una recomendación de su ex esposa, no mexicana, el día en que la llevó hasta el corazón de Tepito (uno de los barrios más peligrosos de la Ciudad de México) a visitar el mercado. “Sabes tanto de tu país, ¿porqué no aprovechas tu conocimiento para cooperar con reporteros internacionales?”, le sugirió.

Y lo hizo, con los riegos que ello implica. “Mis temas son los de México: crimen organizado, narcotráfico, derechos humanos, (y) tienes que cuidarte mucho porque hay que lidiar con criminales“, admite. Escamilla está consciente que trabaja en uno de los países con mayor peligro para los periodistas.

Según la red Periodistas de a Pie durante 2020 hubo en México 231 agresiones contra comunicadores y por lo menos 13 fueron asesinados. La estadística afecta también a los que fixerean -como ya se creó el verbo- en las regiones más peligrosas del país.

Ulises Escamilla trabaja en equipo con Miguel Ángel Vega. Los dos se mueven en zonas complicadas de México. Vega concentra su trabajo en el estado norteño de Sinaloa, donde el narcotráfico controla desde hace décadas pueblos y campo. Es su tierra y la conoce bastante bien. Sin embargo, eso no ha impedido que se haya metido, junto con sus clientes, en problemas graves.

“En realidad nunca sabes qué pudiera ocurrir cuando estás haciendo este tipo de cobertura. Las personas que estás entrevistando pueden tener enemigos, o pueden incluso estar siendo cazados por la Marina o el Ejército”, explica Vega en entrevista telefónica con Underground.

Una vez, relata, se movió en un carro con un sicario fugitivo que siempre tenía su cuerno de chivo (el fusil AK-47) a la mano. De pronto fueron descubiertos por soldados y el conductor, también un sicario, aceleró el vehículo, hizo una vuelta en “u” e ignoró todos los semáforos rojos. Finalmente lograron huir.

Pero la amenaza no sólo viene de parte de los criminales. Muchas veces policías y otras fuerzas de seguridad están a sueldo de los narcotraficantes. Para Ulises Escamilla ellos son más difíciles de manejar porque, en teoría, tendría que ser gente buena en la que se podría confiar, pero en muchos casos no es así. Y esto no siempre es fácil de explicar a un periodista que no conoce a México. Nunca se sabe por dónde aparecerá el enemigo.

Miguel Ángel Vega. Cortesía.

Miguel Ángel Vega comparte otra experiencia: recuerda aquel episodio cuando, en una carretera, de repente aparecieron una veintena de jóvenes armados con fusiles de asalto. Los detuvieron y amenazaron porque el grupo de reporteros se movía en un coche con placas que no eran de la región. El fixer informó a los criminales que eran periodistas extranjeros y les advirtió que no sería recomendable para ellos mismos hacerles daño. Eso podría provocar problemas. Fue así que los dejaron circular.

“Lo más importante es decirles la verdad, explicarles lo que estás haciendo y que actúas con honor. Ellos están haciendo su trabajo y nosotros nos metemos en su mundo; un mundo violento, inseguro y lleno de envidias. (Por eso) hay que respetar las reglas”, explica Vega.

El sinaloense sabe de lo que habla. Como paisano de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, sabe exactamente qué significa moverse como periodista en esta zona, en la que después de la detención del mayor capo mexicano en 2016 dos brazos armados del Cártel de Sinaloa iniciaron una batalla por el liderazgo de la organización.

Y es que, aparte de fixear, Vega trabaja como periodista para el semanario RíoDoce de Culiacán, el mismo medio en el que trabajaba Javier Valdez, asesinado a tiros en 2017 a sólo unos metros de la redacción. Un día escribe sobre los hijos de El Chapo y su apoyo para construir una escuela en un pueblo de Sinaloa y, otro, sobre campesinos que siembran marihuana en Badiraguato, cuna del narcotráfico mexicano.

Miguel Ángel Vega. Cortesía.

Cuando se habla con Vega se nota de inmediato su pasión por el trabajo. Para tener éxito en el oficio, revela, lo que hace es buscar siempre nuevos contactos, nuevos enfoques de los temas. “No me parece además ético llevar cinco o seis medios de televisión al mismo laboratorio de anfetaminas“, explica. Aunque hay también otra razón de su búsqueda permanente: “Tengo muchos contactos pero, de pronto, los matan y ya no los tengo más”.

Es una “narcopedia”, dice sobre él su colega Ulises Escamilla. Si un reportero o un director de cine buscan un cocinero de heroína o un laboratorio de fentanilo en el corazón de Sinaloa, sin duda Vega es la persona a la que hay que recurrir para lograr esos contactos.

“Al trabajar para Ríodoce, tengo el olfato periodístico que permite buscar la noticia, un ángulo nuevo que la productora o el productor no ha visto. Muchas veces es el propio fixer el que hace la historia, a pesar de todo el talento que pueda tener un corresponsal o un director”, confiesa.

Los invisibles

Con Vega coincide Alicia Fernández, quien al mismo tiempo que trabaja para El Diario de Juárez, también fixea desde Ciudad Juárez, Chihuahua. Sus clientes aprovechan su acumulada trayectoria como fotógrafa en esa ciudad fronteriza tan violenta -desde donde ha reportado sobre los feminicidios y la criminalidad en general- que la hizo una de las más peligrosas del mundo.

La fotoperiodista conoce los caminos secretos de los coyotes que llevan a migrantes al otro lado, a los Estados Unidos. En una ocasión, en medio del desierto, la fixer y un grupo de periodistas se cruzaron inesperadamente con unos polleros armados. La situación se puso tensa, pues habían entrado en “su zona”, pero finalmente -dice- “lo pudimos manejar”.

Como reportera que es, a veces le cuesta aceptar que en su oficio de fixer le toca investigar para que otros sean quienes publiquen los resultados. “Tú consigues las historias, que a veces son únicas, pero en el momento de entregarlas ya no son tuyas”, reconoce en entrevista telefónica desde Ciudad Juárez.

Y así es. En la mayoría de los casos, los reportajes o crónicas publicadas nunca llevan en los créditos los nombres de los fixers. Éstos quedan invisibles. Ulises Escamilla lo confirma y lamenta: “A veces desaparezco completamente. De vez en cuando me ponen en los títulos de crédito, pero de vez en cuando no”.

Alicia Fernández. Cortesía.

Miguel Ángel Vega entiende el sentir de sus colegas, pero a él no le molesta quedar fuera en el producto final. “Yo prefiero el anonimato, no me interesa este reconocimiento”, admite.

Con todo, Alicia Fernández disfruta su trabajo. El contacto con colegas de todo el mundo, experimentados y profesionales, le ha dejado, comenta, muchos aprendizajes. Además, tener contratos con grandes medios como el New York Times o National Geographic le permiten mantener su trabajo en el periódico local.

The New York Times, BBC, ABC, Sky News, Vice y las emisoras de televisión alemanas, rusas o españolas son algunos de los grandes medios internacionales que trabajan con fixers en México, además de la plataforma de contenidos en internet Netflix.

Aunque se trata de un oficio peligroso, son muchos los que trabajan en él. Tan sólo en el portal storyhunter.com hay más de cien nombres de hombres y mujeres que ofrecen su servicio para organizar viajes e investigar para reporteros internacionales.

Pero de acuerdo con una investigación del Global Reporting Center los medios normalmente buscan su apoyo de otra manera. “El 92 por ciento de los periodistas dicen que encuentran a sus fixers a través de recomendaciones personales en vez de foros en la web”, escriben Shayna Plaut de la Universidad de Winnipeg y Peter W. Klein de la Universidad de British Colombia.

Otro dato revela que la mayoría de los fixers trabajan también como periodistas. Benjamin Alfaro, de Tapachula, Chiapas, es uno de esos. Allá, cerca de la frontera con Guatemala, él acerca a reporteros de todo el mundo a migrantes, coyotes, e incluso a los rebeldes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en la Selva Lacandona. Menciona, en entrevista, que hasta 90 por ciento de sus colegas “completan” su sueldo apoyando a la prensa internacional.

“En los municipios en el sur de México y en Centroamérica, donde los sueldos son precarios, es muy bienvenido un trabajo (extra) que te deje buen dinero. El honorario de un fixer no se puede comparar al salario de un medio mexicano”, explica.

Y aunque el salario varía, agrega, lo mínimo que se llega a ganar son 150 dólares al día. Dependiendo del tema, del cliente, de la región y la experiencia se puede ganar hasta cuatro veces más.

En el norte, en Ciudad Juárez, Alicia Fernández lo ejemplifica con claridad: “Si trabajo dos o tres días como fixer, recibo mayor ingreso que en un mes en el periódico. Eso me da el tiempo para hacer otras cosas“.

Sin protección

Cuando comenzó, todo el trabajo y tiempo que invertía Fernández en apoyar a sus colegas extranjeros los veía como una ayuda para ellos. No quería cobrar. Y como ella, muchos. “Los mexicanos no podemos decir que no. No logramos librarnos de la colonia“, considera Ulises Escamilla. Él mismo tuvo que aprender con los años a valorar su trabajo y a cobrarlo. “Yo les cobro bien. Si dicen que es mucho, les digo: ‘pues búscate alguien que lo haga’”.

Andalusia Knoll Soloff, representante de Frontline Freelance México, ha batallado desde hace tiempo para que los fixers mexicanos tengan un mejor pago. Hasta hoy, explica, hay reporteros locales que ni siquiera saben que lo que hacen al “ayudar” a colegas es trabajo.

“La mayoría de ellos no solamente coordinan la logística, manejan el coche y buscan hoteles, lo que justificaría el término fixer, sino que trabajan también como colaborador, reportero y/o traductor“, explica Knoll. Agrega un aspecto extra a tomar en cuenta en este oficio: los fixers ni saben qué (información) es la que va a salir (o a publicarse) de la historia que ellos mismos investigaron, ni tienen influencia en el producto final. Lo que conlleva gran riesgo para ellos.

Andalusia Knoll Soloff. Cortesía.

Y es que nunca faltan los periodistas paracaidistas -esos que llegan a un país como enviados a hacer una cobertura de sólo unos días- que no tienen idea de las costumbres ni del código de comportamiento del país y menos aún de lo delicado y riesgoso del trabajo de un fixer o de las personas a quienes se entrevista. No saberlo puede tener incluso consecuencias fatales, sobre todo cuando estos asesores locales no pueden influir en el producto final del trabajo.

“Los enviados internacionales salen del país y ya, pero uno se queda. Y es un hecho que puede tener un final letal”, dice Benjamín Alfaro.

El antropólogo y autor salvadoreño Juan José Martínez D´Aubuisson describe muy bien esta problemática en su artículo “Safari (periodístico) en Centroamérica”, en el que presenta varios casos en los que periodistas de grandes medios han violado acuerdos de confidencialidad, han manipulado la información para volverla más atractiva o mintieron para conseguir beneficios. Todos, poniendo en riesgo a otras personas.

En el texto narra su propia experiencia. Como antropólogo tenía buenas relaciones con integrantes de la violenta pandilla Barrio 18 en El Salvador. Gracias a eso es que logró contactar a un equipo de Televisión Española con el grupo. Lo que pasó allá, D´Aubuisson lo describe así:

“En la tarde de ese día entré al barrio con cuatro españoles que miraban todo con ojos de safari. Ellos, tan… tan europeos, con sus cámaras apuntando a los tatuajes y sus preguntas infantiles: ‘¿Y tú, te has cargado (matado) a muchos?’. ‘Cuéntale a la cámara cómo matas’. Y ellos, tan… tan pandilleros de barrio, tan centroamericanos, se quitaban las camisas y enseñaban orgullosos sus tatuajes y sus cicatrices de batallas superadas con vida“.

La única condición para dejarles entrar y grabar imágenes era que esas tomas no se transmitieran en El Salvador. Pero exactamente eso fue lo que pasó. Dos meses después, 4 Visión, el noticiero con mayor rating en el país, mostró las imágenes en un especial sobre un periodista asesinado un año antes por la pandilla Barrio 18. Resultó que los españoles habían vendido las imágenes y aunque D´Aubuisson trató de hablar con ellos, jamás le atendieron.

Los pandilleros ya habían planeado matarlo por incumplir el trato y la palabra dada. El hoyo donde lo enterrarían lo tenían listo. Por una fuerte lluvia es que el fixer no llegó a la reunión acordada con ellos. Eso le salvó la vida.

Reglas y egos

Aunque ninguno de los entrevistados para este reportaje ha vivido experiencias de este tipo, para ellos la relación con sus clientes es un tema sensible. Ulises Escamilla señala que la gran mayoría de los periodistas internacionales con los que le ha tocado trabajar respetan los acuerdos y obedecen los avisos del fixer. Pero en los casos en que no, “hay que poner los frenos”, asevera.

“Lo que yo hago es que el primer día siempre soy el policía malo con reglas muy claras: no hay drogas, no hay alcohol y a las siete de la noche todo el mundo está en el hotel”, precisa. Además se protege de cualquier tipo de descuido u olvido de los editores: “Los periodistas siempre dicen que van a difuminar los rostros, pero para evitar que al editor se olvide hacerlo, yo siempre pido que los criminales utilicen pasamontañas“.

Escamilla recuerda que en algunas ocasiones le han tocado periodistas que creen que lo saben todo y argumentan que hasta han estado en Afganistán. Entonces, refiere, hay que ser muy claros con ellos porque no quieren aceptar que se encuentran en condiciones que no conocen ni pueden evaluar.

Si un reportero no acata las reglas y pone en peligro al equipo, Escamilla deja claro que es él quien manda. “Como mexicanos nos cuesta de vez en cuando alzar la voz y aclarar: estás equivocado. Pero cuando lo hago, siempre me lo agradecen”.

Ulises Escamilla y Benjamin Alfaro. Cortesía.

Pero queda una pregunta: ¿Por qué los criminales y narcotraficantes de alto rango aceptan encuentros y entrevistas con reporteros extranjeros de todo el mundo? ¿Por qué muestran sus cocinas de heroína? ¿Porque los sicarios les cuentan de sus asesinatos?

Andalusia Knoll Soloff no cree que lo hagan sin nada a cambio. “Hay fixers que negocian con el crimen“, dice. Según ella, hay periodistas o medios que pagan miles de dólares para poder sentarse frente a ellos y tener una entrevista, y son los ayudantes locales los que negocian eso.

Miguel Ángel Vega confirma que hay corrupción en el oficio del fixer. “Pero el narco, como tal, nunca te pide dinero, solamente los de nivel más bajo, los que llamamos achichincles“, explica el sinaloense. Para él es una cuestión ética del fixer el no pagar para un encuentro o una historia.

Eso no quiere decir que los miembros del crimen organizado no tengan sus propios intereses al dejarse fotografiar y hablar con periodistas internacionales. ¿Pero cuáles son éstos?

“Hay muchos motivos: a veces es una cuestión de ego y el narco simplemente quiere mostrar su poder, mostrar lo que tiene y lo que sabe, y muchas veces inventan historias”, expresa Vega. Y en esos casos, el periodista puede volverse a una herramienta útil de un cartel, por ejemplo, en su combate contra el adversario, para justificar sus crímenes sangrientos o para minimizar su letal estilo de vida.

“Uno como fixer, como periodista, como director, tiene que estar listo ante estas trampas“, añade Vega. Y no hay duda: la imagen que en el extranjero existe del narco es una producción de los medios. Y es un desafío y una responsabilidad bastante grande no caer en el juego de los criminales.

DETRÁS DE LA HISTORIA

¿Cómo lo hacen? ¿Cómo logran llevar a reporteros de todo el mundo a los lugares más retirados y peligrosos de México? ¿Cómo convencen a sicarios, coyotes o policías corruptos pero también a víctimas de violaciones de derechos humanos para que acepten dar entrevistas a periodistas extraños que no conocen?

Siempre me pregunté cómo trabajan los denominados fixers. Yo mismo tengo ya varios años de experiencia en el periodismo de investigación en México y sé lo que significa moverse y trabajar en los lugares donde se sufre la violencia del narcotráfico y del ejército.

También me ha tocado acompañar a periodistas alemanes en sus filmaciones y acercarlos a sus protagonistas. Aprendí lo difícil que puede ser intermediar entre dos mundos tan distintos y experimenté lo que significa cuando un reportero premiado de un gran medio no conoce las costumbres de un pueblo indígena y se atreve a pensar que él evalúa mejor los riesgos que se pueden correr en las montañas de Guerrero o en algún barrio de Ciudad Juárez que los propios pobladores.

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