Con el inicio del ataque armado de Rusia a Ucrania el pasado 24 de febrero, la vida de cientos de miles de ucranianos quedó suspendida de improviso. Sin previo aviso, casas, oficinas, negocios, fábricas, escuelas y demás puntos de concentración de población quedaron abandonados en un intento de la gente por ponerse a salvo. La Agencia de la ONU para los Refugiados señala que en sólo seis semanas de conflicto armado más de 4.5 millones de ucranianos han dejado el país y otros 7,1 millones se han tenido que desplazar internamente. El mexicano Juan Pablo Elizalde y su familia ucraniana son algunos de ellos. Con la mente y corazón en Kiev, esperan físicamente desde Polonia el fin de la guerra para volver a su hogar lo más pronto posible.
El 24 de febrero a las 6:27 de la mañana sonó el celular de Juan Pablo Elizalde. Asustado, por aquello de que siempre que el teléfono suena a hora inapropiada es porque hay malas noticias, el joven de 28 años despertó y vio que la llamada era de su mejor amigo Antonio, otro mexicano que también reside en Ucrania.
“¡Levántate que ya hay explosiones!”, lo alertó. Acto seguido, colgó y volvió a la cama sólo para despertar a Malika, su esposa: “Levántate. Tenemos que empacar e irnos”.
A semanas de distancia de aquel momento, Juan Pablo recuerda que antes de que el teléfono lo despertara esa mañana del 24 de febrero, soñaba justamente con que un avión ruso lo bombardeaba.
“Yo creo que en realidad escuchaba las detonaciones pero estaba tan dormido que no despertaba”, dice a Underground Periodismo Internacional.
Asustados y nerviosos, Juan Pablo y Malika empacaron apenas dos maletas pequeñas, de esas que se utilizan para ir al gimnasio, y esperaron a que el padrastro de ésta pasara por ellos para juntarse toda la familia en la casa materna en Kiev.
Eran las primeras horas de la ofensiva bélica que el gobierno ruso de Vladimir Putin lanzaba contra Ucrania y que hasta el 10 de abril -según datos de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos- han cobrado la vida de cuando menos 1.793 civiles, entre ellos niños, en acciones que se consideran ya crímenes de guerra.
La familia ucraniana de Juan Pablo es en realidad muy pequeña. La conforman su esposa Malika, nacida en Kiev, su suegra y el esposo de ésta de origen cubano y los abuelos maternos. Su otra familia, la mexicana, se encuentra en Veracruz, México, donde él mismo nació hace casi 29 años.
Y como en su país natal, en su país adoptivo el rol de la familia juega un papel principal. Así que aunque aquel jueves 24 de febrero tanto Juan Pablo como Malika pudieron haber salido de Ucrania, decidieron no hacerlo. Los padres y abuelos de ella -como mucha gente mayor en el país- se rehusaron a abandonar su casa. “No quisieron irse. ‘Es mi casa, por qué tengo que correr’, dijeron. La abuela daba la respuesta de toda abuela ucraniana: yo me quedo aquí, agarro mi rifle y recibo a los rusos. Y bueno, lo respetamos”, explica el joven músico.
Sin embargo, la pareja sí decidió tomar la oferta de la empresa de ella, que la misma tarde de ese fatídico jueves puso a disposición de sus trabajadores autobuses para evacuarlos a un lugar seguro fuera de la capital. A las 17:30 de ese día tomaron el transporte que los llevó hasta la región de los montes Cárpatos, en el suroeste del país.
Allá, a más de 600 kilómetros de distancia de su recién fundado hogar -Juan Pablo y Malika tienen apenas siete meses de casados- la pareja siguió con zozobra el desarrollo de la guerra.
“Estábamos en un lugar relativamente seguro. Las ciudades más cercanas a nosotros donde hubo ataques con misiles se encontraban a unos cien kilómetros de distancia. Donde nos quedamos llegó a haber sirenas que anunciaban ataques pero nada más”, explica.
De Orizaba a Kiev
Juan Pablo Elizalde llegó hace seis años a la capital ucraniana para estudiar la que sería su segunda carrera: música. Se podría decir que Ucrania era su destino. Desde los 8 años en su natal Orizaba comenzó a tocar el violín y cuando cumplió 13 años recibió una oferta para irse a estudiar a esta exrepública socialista soviética.
“En aquel momento dije que no, que no quería ser un pobre violinista. ¡Las vueltas que da la vida!”, cuenta en entrevista por videollamada desde Varsovia.
Juan Pablo estudió en la universidad de Orizaba administración de empresas, pero tras la muerte de su padre comenzó con una crisis que lo hizo cuestionarse sobre su futuro.
“No sabía qué hacer de mi vida. Extrañaba mi violín y cuando cumplí 23 años decidí irme a estudiar música a Ucrania”, dice. Con apoyo de amigos y familiares juntó el dinero para el primer año de sus estudios. Los siguientes tres años de su carrera los costeó trabajando como músico callejero, especialmente en París durante los veranos y el último previo a su graduación contó con el apoyo económico de su hermana.
-¿Cuáles eran las perspectivas laborales para un violinista en Ucrania antes del 24 de febrero?
-Con el coronavirus se me cerraron todas las oportunidades, las orquestas ya no estaban tocando, despidieron a muchos músicos, la gente no llevaba a los niños a clases de música, el panorama era difícil. Comencé a pensar qué iba a hacer, teniendo siempre en la cabeza el hecho de que tengo mi otra carrera.
Hasta hace un año el plan de Juan Pablo era, una vez que terminara sus estudios, volver a México y abrir una escuela de música en Querétaro.
“Hice mi proyección financiera y según ésta, luego de tres años (de abrir la academia de música) estaría ganando mensualmente unos 2 mil dólares. Me parecía un buen plan”, explica.
Pero a veces los planes cambian. Pocos meses antes de graduarse conoció a un contacto de la empresa tecnológica financiera en la que trabaja su esposa que lo invitó a realizar un estudio de mercado para México. Tras un par de meses comenzó a trabajar formalmente con ellos. Entonces se dio cuenta que además de la música había otro universo laboral mucho más atractivo financieramente para él.
“Me di cuenta que un director de proyecto de una empresa de este tipo podía ganar muchísimo. Ví que los 2 mil dólares que pensaba ganar trabajando 15 horas al día en la escuela de música que pensaba poner en México no eran nada frente a lo que podía ganar en Ucrania”, dice.
Fue así que volvió a su antigua profesión en el área administrativa.
Trabajar en tiempos de guerra
Once días después de haber comenzado el ataque armado contra Ucrania, los padres y abuelos de Malika finalmente decidieron dejar Kiev y alcanzarla a ella y a Juan Pablo en los Cárpatos para luego ponerse a salvo todos juntos en Polonia. A bordo de la camioneta familiar los seis viajaron hasta la frontera en donde tuvieron que esperar siete horas para poder cruzarla. En Varsovia los esperaban familiares, quienes les proporcionaron un departamento en donde vivir.
Y por raro que parezca, tanto para Malika como para Juan Pablo la vida laboral no se frenó pese a la atroz guerra que libra Ucrania. La empresa tecnológica para la que trabajan no depende de una infraestructura física en el país. Sus servidores se encuentran en otros lugares, dispersos en el mundo, lo que significa que desde el punto geográfico en que se encuentren pueden seguir trabajando.
“La verdad es que somos privilegiados. Somos la excepción y no la regla”, aclara Juan Pablo. Y es que el par de jóvenes no sólo ha seguido trabajando a la distancia, él incluso se dio el lujo de renunciar a su trabajo hace un par de semanas para ser contratado casi de inmediato por otra empresa ucraniana que le ofrecía mejores condiciones.
Sin embargo, la sensación -reconoce- es agridulce. “Sí, tenemos trabajo y donde quedarnos, pero hay muchos ucranianos que no lo tienen (…) En nuestro caso podemos salir, ver Varsovia, intentar conocer la ciudad, pero no se disfruta. Uno va en el autobús, mira un poco lo bello de la ciudad, pero a los cinco minutos ya estamos pegados en el celular mirando las noticias”.
Es el inicio forzado de una nueva vida, no elegida por voluntad propia.
Juan Pablo no oculta la admiración y cariño que siente por el pueblo ucranio. De hecho, asegura, en algún momento pasó por su cabeza enrolarse en las fuerzas armadas para combatir a los rusos.
“Sí lo pensé varias veces. El primer día no (en Kiev). Dije ‘ah su madre, esto es muy fuerte’. Pensé de hecho que iba a ser el fin de Ucrania, que en tres días el poderío ruso iba a terminar con el país. Pero luego, ya en los Cárpatos, sí pensé en enlistarme”, cuenta.
-¿Y por qué no lo hiciste?
-Pues por miedo, la verdad.
Sin embargo, algo sí tiene claro: “Si cualquier cosa le pasara a la familia de mi esposa (ahora los abuelos después de unas semanas en Polinia, decidieron regresar a Kiev) estoy seguro que ella decidiría enrolarse y pelear por su país. De ser el caso, yo la seguiría, sin duda alguna”.
-¿Te gustaría regresar a Kiev o comenzarán una nueva en Polonia?
-Yo deseo volver en cuanto sea posible y creo que mi esposa también.Toda mi vida la veía en Ucrania, tenía un futuro profesional, prometedor, ya me veía trabajando en 5 años como director de algún proyecto en una empresa ucraniana…
Sobre las cosas que más extraña de su antigua vida, de esa que dejó de ser hace menos de dos meses, es caminar por la ciudad, especialmente el centro histórico de Kiev. Confiesa que incluso días antes de que estallara la guerra ya había imaginado cuál sería su ruta rumbo al nuevo trabajo: “Me iría en metro y luego caminaría un buen tramo hasta la oficina por el centro. Ya había visto el camino que seguiría cada día”.
Pero ese día no llegó.
-Ustedes han tenido la oportunidad de continuar con su vida laboral, esa no se frenó. Pero ¿qué aspecto de tu vida sí se quedó suspendido allá?
-Imagínate, soy recién casado, tengo apenas siete meses de casado. Ya teníamos nuestro departamento, que aunque rentado, logramos tener completo, habíamos armado ya la cocina, todo…Extraño nuestra casa, nuestros desayunos, el trabajo y la vida allá. Kiev es una ciudad hermosa.
Pensativo, Juan Pablo habla sobre sus deseos para el futuro. Entre ellos se encuentra, dice, subir de nuevo al metro, ver a la gente a los ojos y sentir esa hermandad que, asegura, es hoy más fuerte que nunca entre todos los ucranios.
“Pero nos quitaron todo en un día, en unas cuantas horas”…
*Las fotos de Cristopher Rogel en Kiev fueron tomadas el 5 y 6 de abril de 2022; las de Juan Pablo y su esposa Malika en Varsovia a finales de marzo.
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