Por: Alondra Aguilar Rangel
“Si estoy donde estoy, es por todas las personas que me han ayudado… si no existieran estas organizaciones, no hubiese salido de esa casa”, dice Nadia* con voz firme, al recordar cómo las personas que la han acompañado en este proceso la ayudaron a salir del ciclo de violencia a la que la sometió su expareja.
Es 8 de marzo de 2025. El sol ilumina las calles berlinesas que parecen despertar después de un invierno gris y frío. A lo lejos se escuchan las voces de las miles de mujeres que salieron a marchar. Con pancartas, música y bailes, exigen, entre otras cosas, una sociedad libre de miedo y opresión, políticas efectivas contra la violencia de género y no más feminicidios.
Mientras tanto, Nadia camina por un estudio de arte situado en un espacio cultural en pleno corazón de Berlín. Aquí la luz del sol entra por las ventanas, iluminando el espacio prestado para que ella pueda contar su historia. Sonríe, mientras observa pinturas de rostros humanos y pequeños monstruos, algunas en las paredes, otras aún en los caballetes, a medio terminar.
“A mí me gusta la fotografía, correr, leer y pintar. A veces pinto en casa con mi hijo. Me ha hecho recordar lo mucho que disfrutaba haciéndolo. En Alemania dejé de hacer todos mis hobbies”.

Migrar por amor
Nadia dejó su país natal, Perú, hace más de siete años. Ahí trabajaba, disfrutaba de su soltería y salía con amigos. Se recuerda amable y sonriente. En Perú, unas amigas le habían dicho que “los hombres europeos no eran tan machistas”. Eso la hizo confiar en la idea de encontrar a alguien diferente al estereotipo del hombre “macho” latinoamericano.
“No quería machos y eso lo tenía claro por la experiencia en mi casa. La relación que mi papá tenía con mi mamá no era muy saludable. También hubo violencia psicológica y económica en casa”, recuerda.
Además cuenta que en su casa no se hablaba de violencia, estaba normalizada, como suele ocurrir en muchos círculos familiares y sociales en América Latina.
Motivada por lo que le habían dicho sus amigas, Nadia se metió en una página en internet especialmente para citas. Así fue como conoció a Andreas*, un hombre alemán con el que se casó tras más de un año de relación a distancia. Fue así como a sus 39 años emigró a Berlín con una visa de reunificación familiar.
Al poco tiempo de llegar, Nadia comenzó a trabajar en una fábrica. Intentó adaptarse y comenzó a estudiar alemán. No le quedaba mucho tiempo libre para hacer amistades. Comenzó a sentirse sola. Aunque pensaba que había encontrado el amor.
“Al principio él era muy cariñoso, muy atento… era lo que buscaba”, explica. Pero pronto comenzó a notar ciertas actitudes que la incomodaban. “Tenía un carácter explosivo, agresivo… cualquier cosa que pasaba, yo era la culpable”, recuerda. Cuando discutían, él le gritaba, luego pedía disculpas y decía que iba a cambiar, pero las cosas seguían igual. “Estaba sola, no hablaba alemán, no sabía a dónde ir ni con quién hablar”, confiesa.
Nadia se cuestionaba si quedarse o regresar a Perú. Sentía vergüenza solo de pensar en volver a su país después de todo lo que había pasado. Pensaba que eran “problemas de pareja” y guardaba la esperanza de que se solucionarían.
Después de cuatro años de casada, Nadia tuvo a su hijo. Ella dejó de trabajar para cuidarlo. Todo ese tiempo se dedicó a aprender alemán, pero, según cuenta, se le dificultaba. “Llegué a pensar que realmente era tonta y él me decía, ‘tantos años viviendo acá y no aprendes el idioma’”. Además Nadia se sentía sola en su maternidad. Era mamá primeriza y no tenía familia ni amistades cerca. Recuerda que tuvo que aprender preguntando a conocidas que no eran mamás o buscando en internet, hasta que encontró un grupo en Facebook llamado Mamis en Movimiento, en el que mamás latinas en Alemania comparten información sobre cómo maternar. Ahí recibió consejos y conoció a mujeres migrantes como ella.

Redes de apoyo
En Alemania existen alrededor de 50 redes de apoyo -entre organizaciones, asociaciones, refugios y grupos en redes sociales- para mujeres migrantes. La mayoría de ellas han sido creadas por mujeres latinas para otras latinas con el propósito de conectar, crear, ayudar y acompañar. Existen grupos privados en Facebook, como Latinas en Alemania, donde hay que rellenar un cuestionario estricto para poder entrar y proteger la seguridad de las mujeres que lo integran.
Estos grupos se han convertido en un espacio donde las mujeres migrantes denuncian casos de violencia y comparten sus experiencias, buscan ayuda e intercambian información sobre cómo denunciar, contactar abogados y refugios para mujeres.
Así es como Nadia encontró un grupo en Facebook para mujeres migrantes. En uno de esos encuentros, le contó a la trabajadora social que dirigía el grupo lo que estaba viviendo con su entonces pareja. Ahí recibió el contacto de una psicóloga colombiana.
“Estaba deprimida. Pensé que el problema era yo. Buscaba ayuda, buscaba saber qué me pasaba a mí, llegué realmente a pensar que era una tonta”, dice.
Al contactar a la psicóloga, Nadia le dijo de inmediato que estaba pensando en separarse. Ésta le contestó que separarse era una decisión muy grande y le recomendó seguir en terapia y decidir después qué era lo mejor para ella. A pesar de que el consejo minimizaba, en apariencia, su situación, Nadia considera hoy que seguirlo fue lo mejor que pudo hacer, pues cada vez que asistía a terapia se daba cuenta que lo que le pasaba en casa no eran simples peleas de pareja.
“Esto es como una adicción sabes que no está bien pero no tienes la fuerza de salirte y también por los miedos creados por el papá de mi hijo, de creer que yo no podría sola”, explica.
De acuerdo a Andrea Galán Santamarina, psicóloga sanitaria especializada en violencia de género, las mujeres migrantes están en una situación de mayor vulnerabilidad cuando se trata de violencia de género por el contexto migratorio en el que se encuentran. “Porque no tienen tantas redes afectivas en el nuevo país, la pareja se convierte en un pilar fundamental para la persona, porque no tiene con quien dejar a sus hijos y porque no sabe cómo va a subsistir… Esto puede favorecer a que se den más situaciones de violencia”, dice.

Huellas invisibles
A Nadia le costaba respirar por el asma que padece pero aún así cuidaba de su hijo. En una ocasión, el pequeño, que en ese entonces tenía tres años, tomó unos plumones y comenzó a pintar en el piso. Quería jugar, pero Andreas se molestó al ver los rayones. “¿Tú no lo cuidas? ¿Que no ves que esta casa no es tuya?”, le dijo alterado a Nadia. Ella tomó los juguetes y al instante comenzaron a forcejear. Él, molesto, hizo que su hijo limpiara el piso en el que había limpiado.
Nadia tenía miedo, pensaba que no podría salir de esa casa. Creía que tenía que quedarse con él para que no le quitara a su hijo porque él no se lo iba a dejar y no la dejaría regresar a Perú. “No sabía qué hacer, adónde ir”, cuenta. Volvió a buscar ayuda por todos lados. En una ocasión se encontró con una amiga peruana que también estaba viviendo en Berlín.
Nadia aún recuerda claramente esa conversación.
“Le comenté lo que me pasaba y fue ella la que me dijo ‘tú sufres violencia psicológica’. Y es la primera vez que yo escuché eso. Había oído sobre violencia física, pero psicológica no”. Por fin sintió que alguien validaba su experiencia y le daba un nombre a lo que estaba viviendo. El problema no era ella, como había intentado convencerse. “No lo aceptaba y estaba tan indecisa, tan baja de autoestima que llegué a pensar por qué no me pega para realmente saber qué es violencia… para decidirme de una vez irme”.
Según Santamarina, “la violencia psicológica es muy difícil de detectar porque deja unas huellas invisibles. En muchas ocasiones hay un cuestionamiento de si yo me estoy sintiendo así de mal es porque estoy exagerando”. Además, las mujeres que vienen de un contexto migratorio pueden tener más dificultad para identificar las violencias que están viviendo porque en su contexto se veían como normales. “Desde ese punto de vista en el que tú no ves que las violencias sean denunciables es porque nadie, ni en tu contexto familiar ni comunitario, lo percibía así. Y en un país donde el contexto es diferente no lo ves de inmediato”.
Después de ese encuentro con su amiga, Nadia llamó a un número de asistencia a las mujeres en caso de violencia. Ahí le aconsejaron ir a un refugio para mujeres (Frauenhaus). “Yo llamé, no estaba tan decidida. Justamente ese día no tenían espacio y me dijeron, ‘llama el lunes’”, pero Nadia no insisto.
En Alemania, muchas mujeres víctimas de violencia no encuentran la protección necesaria. Aunque el país cuenta con aproximadamente 400 refugios que ofrecen alojamiento y asesoramiento, sus 7.700 plazas disponibles son insuficientes. En 2023, más de 14.000 mujeres y 16.000 niños buscaron ayuda en estos centros, superando claramente su capacidad. Según el Convenio de Estambul, que Alemania ratificó en 2018, debería haber 21.000 plazas disponibles, el triple de las actuales. Esto evidencia que Alemania no está cumpliendo con sus obligaciones en materia de protección a las mujeres.

“Cuando uno se casa es de por vida”
Nadia guardaba la ilusión de que su relación mejoraría. Creció escuchando a su madre decir que cuando uno se casa es de por vida. Sin embargo, ella siguió buscando ayuda e información. Primero fue a una Frauenberatung, un servicio de asesoramiento psicológico, legal, emocional y confidencial ofrecido por organizaciones independientes a mujeres y niñas que se encuentran en situaciones difíciles o de crisis. Allí le dijeron que hombres como él no cambian, pero Nadia no quiso aceptarlo. “Al ver que no estaba tan decidida no siguieron insistiendo más”, recuerda.
Después fue a Bora, otro lugar de asesoramiento para mujeres en donde recibió asesoramiento legal en español por un año y donde la conectaron con otra psicóloga. Fue ahí donde comenzó a aceptar que ya no quería seguir en esta situación. Andreas comenzó a presionarla, a chantajearla y a ser más violento con ella cuando Nadia comenzó a poner límites en su relación y a expresar lo que no le gustaba.
“Se molestaba y me decía ‘no compraré comida para ti’. Una vez me quitó el Wi-Fi de la casa y me quedé sin acceso al internet”, recuerda.
Nadia ya no aguantaba vivir en esa casa, pero su mamá se enfermó y tuvo que posponer la ansiada salida. Quería viajar a Perú para verla, pero antes tenía que planear minuciosamente sus próximos pasos. En Bora le aconsejaron ir a Perú primero y después salirse de su casa, de otra forma perdería su espacio en una Frauenhaus.
Así fue como Nadia empacó sus maletas y se fue con su hijo a Perú, no quería dejarlo solo con su padre. Ella se pagó todo. “Me fui, mi mamá falleció”, dice Nadia entre lágrimas. “Cuando le llamé a Andreas para decirle que mi mamá había fallecido, él se quedó callado, no dijo nada. Colgué”.
Nadia regresó a Berlín con un gran dolor por el fallecimiento de su madre. A los pocos días, Andreas había planeado un viaje con sus padres a un parque de atracciones a las afueras de Berlín, pero Nadia no tenía ánimos y prefirió quedarse en casa. Él salió molesto a comprar comida solo para él y su hijo antes de irse. Al regresar, vio a Nadia preparando algo para comer. Fue en ese momento en el que él la tomó del brazo con tal fuerza que le dejó un moretón y un arañazo, quitándole un recipiente que ella sostenía con un brazo.
“Mis suegros no estaban en ese momento. Vinieron después al departamento, yo les dije a los dos lo que había pasado en mi alemán muy básico y les enseñé mi mano y brazo para que vieran lo que su hijo me había hecho. Pero sólo su mamá echó una mirada a mi mano y brazo sin mucho interés y dijo que no era nada, minimizando lo sucedido”.
Esa no era la primera vez que él la maltrataba físicamente, tampoco era la primera vez que Nadia le contaba a su suegra sobre sus actitudes hacía ella y su pequeño hijo. Nadia recuerda cómo su suegra solía minimizar esas situaciones de violencia.
En una ocasión Nadia aprovechó que se había quedado sola para llamar a la psicóloga que le había proporcionado Bora y contarle lo que acababa de suceder. Lo que le dijo la psicóloga en esa llamada marcó el inicio del fin de esta relación: “Tienes que ir al hospital para que te den un certificado médico de lo que él te ha hecho. Y luego de eso tienes que ir a la policía a hacer la denuncia”.
A pesar de querer separarse en “mejores términos”, Nadia fue al hospital, decidida a proceder con la denuncia. Ahí le entregaron un certificado médico. Con eso ella podría probar el maltrato físico que había sufrido. Al salir del hospital, Nadia fue sola a la policía a denunciar. La atendió una agente que solo hablaba alemán, pero que buscó entre sus compañeros a alguien que pudiera comunicarse en español. A los minutos Nadia ya estaba hablando con alguien por teléfono que le interpretó la pregunta del policía: “¿por qué no ha venido antes?”. Nadia no supo qué contestar.
Al día siguiente avisó a la embajada de Perú en Alemania que había hecho una denuncia. Ahí le hicieron seguimiento a su caso, se pusieron en contacto con la policía y le explicaron a Nadia los pasos que habría que seguir después. Tuvo que ir a la comisaría, la policía la estaba esperando. Después la acompañaron a su casa para recoger sus cosas y recoger a su hijo en la guardería.
Andreas estaba en la casa. Nadia intenta aguantar las ganas de llorar al recordar, “ese momento me queda marcado de por vida por el dolor que sentí al sacar mis cosas y él riéndose cuando vio que yo agarré mi libro de alemán, porque quería llevármelo. Me miró y se rió. Me dijo, ‘ah, quieres aprender el alemán’. Sarcástico”.
Ese día llamó a un refugio para mujeres donde le dijeron que justo se había desocupado un espacio. Así fue como logró salir de esa casa y vivir en un espacio seguro, aunque temporal. Estos refugios para mujeres cuentan con medidas para garantizar la seguridad de quienes residen ahí, como mantener las direcciones secretas.
“Me creyeron. Ni yo misma creía que tenía esa violencia psicológica”. Incluso recuerda que durante los primeros días en la Frauenhaus, le dijo a la trabajadora social que no creía que ella debería de estar ahí, pues aún en ese momento seguía minimizando lo que le había pasando.

Minimización de la violencia
En cuanto Nadia salió de esa casa, Andreas la denunció por haberse llevado al niño y argumentó temor de que se lo llevara a Perú. “Él fue al Jugendamt (Servicios de Protección Infantil), mandó un escrito diciendo que no entendía por qué me había ido de casa, que lo único que él quería era apoyarme para que yo me integrará a la sociedad. Que tenía miedo de que como yo no hablaba alemán, eso le perjudicara a mi hijo para que él no aprendiera el idioma y se integrara acá”.
Las personas migrantes que viven en Alemania no pueden volver a su país cuando hay un hijo/hijos de por medio, al menos que tengan el consentimiento del padre o de la madre. Hacerlo sin el permiso de alguno de los padres es un delito penal y el padre o la madre pueden denunciar.
Nadia intentó explicar su caso ante esta oficina, pero sintió que minimizaron su situación al no darle importancia a la violencia psicológica que ella estaba viviendo y que ya había denunciado oficialmente.
La denuncia de Andreas ante el Jugendamt fue desestimada por un juez. Después siguió el juicio con su expareja, quien quería quedarse con la custodia del niño. Un asesor jurídico (Verfahrenbeistand) fue asignado a su caso. Él habló por separado con Nadia, con Andreas y con su hijo, que tenía cuatro años en ese entonces. Después mandó un informe al juez, quien analizó la situación del niño y lo que sería mejor para él. El juez dictó la sentencia a favor de Nadia. “El asesor jurídico me creyó e incluso me dijo, ‘tantos años has aguantado eso’”. Nadia reflexiona, trata de entender por qué tuvo que vivir eso: “quizás no sea mi culpa, pero creo que tarde o temprano tenía que pasar por esto porque no había sanado muchas heridas de mi niñez”.
Según la psicóloga Santamarina, la violencia machista permite que las mujeres sientan culpa si hay hijos de por medio, o por no conseguir hacer funcionar la relación. “También pueden tener muchos sentimientos de vergüenza por haber estado en esa relación durante mucho tiempo y las consecuencias que esto ha tenido. Y entonces pedir ayuda es algo que genera muchísima vergüenza. También está el miedo al juicio social, a que a la persona a la que se lo cuente la juzgue y la haga sentir más culpable o que minimice la violencia, que justifique el agresor”.
En el estudio de arte, los rayos del sol que iluminaban el espacio comienzan a desaparecer poco a poco. Se empieza a sentir el frío. Oscurece. Las voces que venían de las calles ya no se escuchan más. Mientras tanto, Nadia piensa en su futuro y en la persona que quiere ser, una mujer fuerte. “Yo me miro trabajando y ganando mi propio dinero y empoderada, fuerte para mí y para mi hijo” dice con una pequeña sonrisa que irradia esperanza.
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*Los nombres reales han sido cambiados para proteger la identidad y seguridad de la protagonista.

Esta investigación fue realizada gracias a la Subvención de Colaboración Transfronteriza de Collaborative and Investigative Journalism Initiative (CIJI), coordinada por Free Press Unlimited.