Arrojar la bomba: gloria o remordimiento

Foto: Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.
Robert Oppenheimer, el llamado “padre de la bomba atómica”, no fue el único que se debatió interiormente entre la satisfacción de la victoria y la tortura moral por lo que ésta significó. Los pilotos Paul Tibbets y Claude Eatherly colaboraron en el lanzamiento de Little Boy, la primera bomba atómica. El primero siempre estuvo orgulloso; pero el otro se desmoronó en su remordimiento; aquel obtuvo ascensos y trato de héroe; éste delinquió y fue refundido en psiquiátricos. Tibbets aseguro que lo volvería a hacer porque, a fin de cuentas, ese ataque salvó vidas; en cambio, Eatherly repudió su participación y mantuvo un intercambio epistolar con el filósofo Günther Anders, en el que ambos exploraron los inmensos dilemas éticos, sociales y políticos que implicó arrancar la era nuclear. El siguiente texto fue publicado originalmente en agosto de 2015 en la edición especial número 50 de la revista Proceso, con motivo de los 70 años de los ataques a Hiroshima y Nagasaki.

BRUSELAS, Bélgica.- Paul Tibbets y Claude Eatherly pasaron a la historia como los trágicos personajes que encarnaron las posturas con que la sociedad estadounidense reaccionó ante el bombardeo atómico de Hiroshima: es decir, ante el inicio de la era nuclear.

Ambos participaron en el ataque contra esa ciudad japonesa. El primero reivindicó el hecho que lo colocó en la cima del patriotismo estadunidense: lo calificó como una decisión inevitable. El segundo, en contraparte, se sumergió en el infierno de su arrepentimiento.

Tibbets fue el piloto y comandante del Enola Gay, el bombardero B-29 desde el cual un equipo de 12 técnicos se encargó de arrojar la bomba nuclear, que apodaron Little Boy, sobre aquella localidad nipona el 6 de agosto de 1945 a las 8:15 de la mañana.

Fue uno de los estadunidenses más condecorados de la Segunda Guerra Mundial. Jamás expresó remordimientos por el sufrimiento humano que causó: solía afirmar que nunca había perdido el sueño por esa razón y aceptó gustoso los honores de héroe nacional que le prodigaron las autoridades y gran parte de la sociedad.

De hecho, Tibbets se ofreció como voluntario para lanzar la segunda bomba sobre Nagasaki tres días después, pero el alto mando militar no quiso poner en peligro a un soldado tan valioso para su propaganda a favor del desarrollo nuclear.

Tibbets recibió el grado de general de brigada en 1959 y siete años más tarde se retiró de la Fuerza Aérea. Murió el 1 de noviembre de 2007, un año después de jubilarse de una compañía de alquiler de jets privados en la que ocupaba un puesto ejecutivo.

En cambio, el destino del mayor Eatherly siguió una ruta muy distinta. Él comandó el Straight Flush, el avión meteorológico que autorizó el ataque del Enola Gay luego de verificar, 45 minutos antes, que el cielo de Hiroshima estaba despejado y que no se percibía resistencia aérea ni terrestre del enemigo.

Atormentado por un profundo sentimiento de culpabilidad y desprovisto de los mismos honores que Tibbets, Eatherly llevó una vida caótica al extremo. Cometió fraudes con cheques sin fondos y atracos a mano armada en los que dejaba el botín: su único propósito era ser arrestado y castigado por el “crimen” de Hiroshima. Su inestabilidad emocional amerizo varios ingresos en el Hospital Psiquiátrico para Veteranos de Waco, Texas, donde lo diagnosticaron como esquizofrénico.

Sin embargo, existen pasajes significativos en la biografía popular de Eatherly que algunos autores refutan o matizan. El escritor francés Marc Durin-Valois, autor de la novela La última noche de Eatherly, sostiene que ese militar continuó con una vida alegre los días posteriores al bombardeo de Hiroshima, y que todavía dos años después quiso ser piloto militar de carrera, pero fue descubierto haciendo trampa en el examen. Además, nunca viajó a Japón ni entregó dinero a las víctimas de la radiación.

En una versión difícil de verificar, a Eatherly se le implica en un rocambolesco intento de complot militar contra el gobierno cubano en 1947: Supuestamente él tuvo la misión de bombardear La Habana, y no fue a prisión únicamente por ser quien era.

En cualquier caso, lo cierto es que el piloto, arrepentido, abrazó la causa antinuclear envuelto en un aura de héroe marginal.

Eatherly falleció el 1 de julio de 1978, a los 60 años de edad, afectado por un cáncer de tiroides que contrajo en 1946 mientras participaba en las pruebas nucleares que realizó Estados Unidos en el Atolón de Bikini, en las Islas Marshall: el avión de Eatherly, con los instrumentos de orientación atrofiados, quedó atrapado en una nube radioactiva durante 15 largos minutos.

Tibbets (al centro) y la tripulación del Enola Gay. Trato de héroes.

Sin arrepentimiento

Estados Unidos entró a la Segunda Guerra Mundial al día siguiente del ataque japonés contra la base naval de Pearl Harbor, en Hawái, el 7 de diciembre de 1941.

Tibbets comandó decenas de misiones contra objetivos nazis y participó en los primeros bombardeos de la Operación Antorcha para invadir el norte de África.

El entonces teniente-coronel Tibbets se había granjeado el reconocimiento de sus superiores cuando, en septiembre de 1944, fue llamado a dirigir una operación secreta; su nombre se había impuesto al de otros dos militares de mayor rango.

El general Uzel Ent, comandante de la Segunda Fuerza Aérea y quien le confió la tarea, fue categórico: “Paul -recuerda que le dijo-, ten cuidado de cómo manejas esta responsabilidad: si tienes éxito, muy probablemente serás considerado un héroe; pero si no lo tienes, podrías terminar en prisión”.

En una entrevista con el periodista argentino Héctor D’Amico en 1988, Tibbets relató los segundos siguientes al impacto de la bomba atómica sobre Hiroshima:

“Diez segundos después del estallido nos alcanzó la primera onda expansiva. Enseguida nos golpeó la segunda, y el avión se estremeció como si lo hubiese alcanzado el fuego antiaéreo”.

Tibbets siguió girando el bombardero hacia la izquierda hasta completar un círculo sobre el objetivo. El hongo continuó creciendo y a los dos minutos alcanzó los 30 mil metros de altura.

“Era una imagen terriblemente conmovedora. Cuando finalmente enderecé el avión y miré por primera vez hacia abajo, me di cuenta de que sólo quedaban algunos edificios en ruinas en los barrios alejados: la ciudad entera había desaparecido.

“Aquello era absolutamente increíble y desolador. Ahora que han pasado los años sigo pensando que aquella fue una decisión correcta y en iguales circunstancias volvería a arrojar la bomba”.

Cuando se le preguntaba si había sido informado del poder destructor de la bomba atómica, Tibbets siempre contestaba con un rotundo no.

En una conversación con el historiador estadunidense Studs Terkel, publicada el 6 de agosto de 2002 en el diario británico The Guardian, Tibbets aseveró que había hablado unas tres veces con el director científico del Proyecto Manhattan, Robert Oppenheimer, pero que jamás abordaron el tema.

Sin embargo, reconoció que el doctor Norman Ramsey, el científico que supervisaba el programa de lanzamiento de la bomba, sí le adelantó que detonarían el equivalente a una fuerza explosiva de 20 mil toneladas de TNT (trinitrotolueno).

Tibbets explicó a Terkel: “Yo nunca había visto estallar ni siquiera una libra de TNT (poco menos de medio kilogramo). Tampoco había escuchado de algún conocido que hubiera visto explotar 100 libras de TNT. Todo lo que sentí fue que esto iba a ser un infierno de big bang“.

Años antes, en 1995 y con motivo del 50 aniversario de Hiroshima, Tibbets participó en un documental televisivo financiado por el Instituto Smithsoniano, un centro de investigación que posee museos y que depende del gobierno de Estados Unidos. Ahí, Tibbets fue crudo: “Estaba impaciente por hacerlo (arrojar la bomba). Quería hacer todo lo que pudiera para vencer a Japón. Quería matar a esos bastardos. Esa era la actitud de Estados Unidos en aquellos años”.

Su convicción era que la bomba ayudó a evitar muertes. En las entrevistas solía argumentar que los científicos y algunos miembros del gabinete se habían opuesto a la utilización de dicho artefacto, pero que el presidente Harry Truman se había arrogado la responsabilidad de usarla basado en un informe del general George Marshall. Ese documento sostenía que la salida alternativa al ataque atómico era la invasión terrestre de Japón, que costaría 1 millón de vidas de ambos lados.

Tibbets insistía en que “no haber usado la bomba hubiera sido moralmente equivocado”.

El ataque nuclear. Sin base ética. Foto: Dominio Público.

El antihéroe

Eatherly debe su reivindicación pública al filósofo austriaco Günther Anders, con quien sostuvo una correspondencia que duró más de dos años. Sus comunicaciones, que van del 3 de junio de 1959 al 11 de julio de 1961, fueron compiladas en el libro Más allá de la conciencia, una referencia para comprender el debate deontológico y político que generó la bomba en aquella época.

En el primero de esos intercambios epistolares, Anders expuso al piloto, que en ese momento estaba internado en el Hospital para Veteranos de Waco, una explicación de su tormento:

“Sus doctores sostienen: ‘Hiroshima, en sí mismo, no es suficiente para explicar su conducta’, lo cual, en un lenguaje más directo significa nada menos que ‘Hiroshima no era realmente tan malo como eso’. Por lo tanto, se limitan a criticar su reacción al hecho (la bomba atómica) en lugar del hecho en sí, o la condición del mundo en la que tal hecho es posible”.

Anders explicó a Eatherly que el mito oficial del acto glorioso en Hiroshima carecía de base ética. Le dijo que su caso exhibía el hecho de que los avances técnicos permitían utilizar al hombre, indirectamente y sin saberlo, en acciones cuyos efectos desbordan su imaginación y las fuerzas emocionales de las que dispone, “como si fuera un simple tornillo dentro de una maquinaria”. Si pudiera imaginar las consecuencias de esos actos, decía, cualquier ser humano las desaprobaría.

Bajo el punta de vista del filósofo, esa nueva realidad había trastocado “las más enraizadas fundaciones de nuestra existencia moral” y había engendrado lo que llamó “culpables sin culpa” como Eatherly, a quien infundió ánimos. Le aseguró que al haber demostrado que sí era capaz de medir la magnitud de sus actos, había quedado evidenciado que podía conservar su “conciencia en alerta” y probar una íntegra “salud moral”.

Para Anders, con el fin de preservar en el imaginario colectivo estadunidense el “acto heroico” de Hiroshima, los médicos militares que atendían a Eatherly estaban obligados a interpretar sus sufrimientos y necesidades de castigo como una “enfermedad”, así como explicar que su complejo de culpabilidad provenía de un “error que él mismo se imaginaba”.

La respuesta de Eatherly no tardó: “Siento que usted puede comprenderme como nadie más”.

A lo largo del correo es notable el trato de sumo respeto al que ambos se entregan. Anders expresa reiteradamente su profunda fe en los esfuerzos de Eatherly por salir adelante, y éste le concede su entera confianza. Muy rápido establecieron una auténtica amistad.

Con el tiempo, Eatherly se muestra bastante lúcido respecto de su condición emocional.

“La verdad -escribió a Anders en septiembre de 1960- es que simplemente la sociedad no puede aceptar mi culpa (en Hiroshima) porque al mismo tiempo reconocería la suya, que es mucho más profunda. Pero es muy deseable que la reconozca, por lo que mi historia, la nuestra, es de vital importancia. Ahora admito que no puedo lograr que haya ese reconocimiento metiéndome en líos con la ley, lo que he estado haciendo para alcanzar mi determinación de hacer añicos la imagen de héroe sobre mí y por la cual la sociedad ha tratado de perpetuar su propia complacencia”.

Eqtherly. “Culpable sin culpa”. Foto: R.A. National Museum of American History

Confinamiento militar

El motor de su diálogo es su mutuo compromiso pacifista. El 26 de julio de 1960, por ejemplo, Eatherly contesta así a la preocupación de Anders de que políticos japoneses quisieran instrumentalizar su fama:

“No podemos permitirnos ser asociados a ningún grupo político o iglesia. Nuestro propósito es detener la fabricación de armamento nuclear y que desaparezca, y configurar una sociedad mundial que sea capaz de preservar La Paz, una que incluya tanto a los pequeños países como a los más fuertes. El dinero para armamento debe gastarse en educación, salud y bienestar de los pobres del mundo”.

Desde el principio Anders empuja a Eatherly a que escriba su biografía y así tratar de impedir versiones distorsionadas de su vida por parte de periodistas o escritores. Siguiendo su consejo, el expoliado rechaza incluso varias ofertas para llevar su historia a Hollywood.

Durante lod sos años de correspondencia, Eatherly pelea su salida del psiquiátrico, pero una y otra vez sus solicitudes son rechazadas: su hermano james rehúsa responsabilizarse por él, pese a descubrirse en posteriores cartas que Eatherly está declarado como “paciente voluntario” del hospital militar, cuando no lo era y había dejado de pertenecer a la Fuerza Aérea.

El otrora piloto, que fue buen abogado, decide entonces pelear su libertad en los tribunales. Anders se moviliza para apoyar a sus abogados de la American Civil Liberties Union, pero la Fuerza Aérea impide el proceso con una orden indefinida de custodia psiquiátrica.

En una carta que Anders recibió el 1 de noviembre de 1960, Eatherly le dice que algunos amigos le ayudaron a escapar del hospital y que está escondido en un “agradable departamento”. Explica: “El miércoles hablé con mi doctor y me dijo que yo estaba en una desafortunada posición al ser conocido y famoso. (Me dijo) que debería dejar de escribir contra las armas nucleares y de usar mi influencia en el extranjero a través de mis artículos en revistas estadunidenses.

“(Mi doctor) dijo que no podía hacer nada para ayudarme, que él y el personal del hospital habían recibido órdenes de la Fuerza Aérea y del Departamento de Estado. Pregunté si ellos intentaban encerrarme aquí, y él contestó que sí”.

Desde la clandestinidad Eatherly continúa escribiéndole al filósofo, que le sugiere huir a México. Pero Eatherly es capturado en Dallas cuando, acompañado de su abogado, se dirigía a ver a su padre para realizar una transferencia de fondos para su viaje a México.

El 21 de diciembre, el exfoliado le escribe a Andres desde el hospital: “No se sienta desmotivado por mí, no me rendiré. Estos incidentes agrandan mi determinación”. El filósofo escribe al presidente, al procurador federal y al director del hospital de Waco. El mensaje: entre más tiempo pase Eatherly confinado, menores serán sus oportunidades de mejorar.

Un juicio tiene lugar en enero de 1961. El jurado, aparentemente impactado por los razonamientos médicos de los expertos del hospital, falla contra Eatherly, que es trasladado al corredor del hospital destinado a los enfermos mentales, incluso aquellos violentos.

“Estoy decepcionado por mi alargada hospitalización, pero no estoy desmotivado. Sé que algún día tendré un descanso”, dice Eatherly en su última carta, el 30 de mayo de 1961. Meses después recuperó su libertad, aunque posteriormente volvió a ser internado.

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