La procesión del Día de muertos “a la mexicana” se ha convertido en una de las fiestas más coloridas y animadas del popular barrio de los Marolles, en Bruselas, a la que asisten miles de personas. Cuando se organizó por primera vez en 2018 nadie se esperaba tal éxito. Su fundador, el músico mexicano Israel Alonso, charló con Underground sobre el reto que representa traer a la capital belga una de las tradiciones mexicanas más festivas, pero también más profundas: honrar y celebrar a la muerte.
BRUSELAS, Bélgica.- Cuando el músico mexicano Israel Alonso llegó a vivir a la capital belga en 2017 tenía clavada una idea en la cabeza: organizar en su nuevo hogar una celebración tradicional de Día de muertos. Ya lo había hecho durante muchos años, a otra escala, en una cafetería cultural que tenía en la zona de la Alameda Central en la Ciudad de México, de donde él es originario.
Alonso se había percatado que las contadas “fiestas de muertos” que había en Bruselas -casi todas organizadas por la entusiasta comunidad mexicana- eran pequeñas. Él quería hacer algo más ambicioso, que durara varios días y que incluyera diferentes actividades, como exposiciones de arte, conciertos de música tradicional con artistas traídos de México, talleres para niños, food trucks de tacos y, por supuesto, un lindo altar de muertos con muchas ofrendas elaborado por una persona conocedora.
También se imaginó algo inédito en Bélgica: una procesión abierta al público. Más o menos como el desfile carnavalesco de Día de muertos que se inventaron los realizadores de la superproducción hollywoodense de 2015 Spectre -de la saga James Bond-, y que a partir del año siguiente el gobierno mexicano decidió convertirlo en una nueva tradición turística. Aunque Alonso dice que también en los pueblitos existen a pequeña escala estos recorridos.
El caso es que el mexicano, casi recién llegado, presentó su proyecto a Christine Rigaux, la directora del Centro Cultural Bruegel que se localiza en el corazón del popular barrio del centro de Bruselas Les Marolles. Ahí mismo -en la plaza Jeu de Balle- se instala cada mañana un famoso mercado de pulgas y hay numerosas tiendas de antigüedades que atraen a visitantes locales y extranjeros. Rigaux había ya tenido el noble gesto de permitir en el centro un concierto de música mexicana -en el que participó Alonso- que recaudó fondos para las víctimas de los sismos del 19 de septiembre de 2017 en la capital y el sur del país.
La directora no sólo aceptó sino que además puso para su financiamiento 25,000 euros del centro provenientes del Contrato de barrio durable, un programa de inversión social de la ciudad de Bruselas para valorizar y mejorar la calidad de vida de los habitantes de los Marolles. En total se reunieron con otras subvenciones 32,000 euros. Alonso, junto con su pareja francesa, Celia Dessardo, puso manos a la obra para materializar en noviembre de 2018 su primer Día de muertos en Bélgica.
Entonces sucedió lo inesperado. “Nunca pensamos que nuestra procesión tendría tanto éxito. Esperábamos entre 200 y 300 personas. Con esa gente hubiéramos quedado contentísimos. ¡Pero finalmente llegaron dos mil!”, recuerda Alonso con emoción contenida.
Era tanta la gente que quería entrar al centro a ver las exposiciones y el altar que el lugar se vio forzado a cerrar la puerta y dejar pasar por tandas. La muchedumbre se agolpaba en la estrecha calle donde se pensaba concentrar la celebración y desde donde saldría el desfile. El tráfico en las calles adyacentes se perturbó. El chocolate y el pan de muerto distribuido gratuitamente no alcanzó y los dos camiones de comida que fueron invitados tampoco se dieron abasto.
Pero todo salió bien. Tan bien que los asistentes y la prensa belga hablaron maravillas del evento: del ambiente de fiesta familiar que se respiraba, de la alegría de la música, el colorido y la magia de personajes como las catrinas -impactantes para los europeos- y de la espectacularidad de las figuras gigantes de un esqueleto humano y de una osamenta de Quetzalcóatl que guiaron la procesión.
Alonso y su equipo en la dirección artística lo habían logrado. Y aunque la asistencia fue mayor al año siguiente, la lección estaba aprendida. Esperaban dos mil personas como en 2018 y se presentaron más de cuatro mil, pero esta vez la gran plaza aledaña fue el punto de salida y llegada de la multitudinaria procesión y allí se instalaron más puestos de comida y tocó además un grupo de mariachis.
En ese 2019 el presupuesto fue de más del doble: 72.000 euros, sin contar los gastos del personal de apoyo pagado por sus propias asociaciones. Para 2020 el monto fue de 60,000 euros, y aunque el evento se preparó considerando medidas sanitarias estrictas, al final tuvo que cancelarse una semana antes a causa del alto nivel de riesgo de contagios.
Este año el presupuesto es el mismo que el de 2020, y como novedad habrá cuatro “toritos”, nuevos personajes y no una, sino cuatro procesiones que partirán de puntos distintos y que convergerán en la plaza Jeu de Balle.
Como dato curioso: la embajada de México -la primera interesada en difundir y participar en esta festividad tan simbólica de la cultura nacional- no sólo ha aportado económicamente muy poco, sino que incluso ha dado cada vez menos: de los 1.500 euros con los que apoyó en 2018 pasó a 1,200 al año siguiente, luego a 1.000 y este año apenas colaboró con 800 euros, lo que equivale a menos de 1.5 por ciento del presupuesto del evento. Por ello, en la edición de este 2021 la representación del gobierno mexicano dejó de aparecer en la publicidad del Día de muertos de Bruselas como un patrocinador.
El mexicano atribuye gran parte del éxito del proyecto al hecho de que consiguió involucrar en éste a los comerciantes y a las asociaciones del barrio.
Ello permitió, por ejemplo, llevar música mexicana a asilos de ancianos, realizar talleres de decoración de ofrendas en las escuelas y hasta integrar al desfile al equipo de bastoneras tradicionales Les Mignonnettes -que forman parte del folclor del barrio desde hace 45 años-, así como a músicos locales, como fue el caso de una fanfarria marroquí que tocó chilenas guerrerenses (género introducido en México a mediados del siglo XIX). Pero también muchos comerciantes dieron rienda suelta a su creatividad y realizaron en sus propios negocios altares de muertos.
Calaveras, una galería de arte gráfico belga y mexicano, localizada a unos pasos del Centro Bruegel, fue también un motor importante desde el principio. Su propietario, el diseñador Cédric Volon, quien ya había tenido otra sala de exposición -”La sonrisa de la muerte”- en La Paz, Baja California Sur, organizó en 2017 en su negocio una fiesta de día de muertos a la que llegaron muchos jóvenes.
Alonso buscó también el apoyo de Volon para sacar adelante el proyecto que contaba con el apadrinamiento del Bruegel, que ha puesto a disposición tanto sus instalaciones como una bolsa de 25,000 euros anuales.
Lo que preocupa ahora al promotor cultural mexicano no tiene que ver con una cuestión de baja de asistentes en futuras ediciones. Lo que quiere ahora es evitar que el aspecto ritual de la celebración en Bruselas sea opacado por lo que él llama “el lado carnavalesco”.
“Hemos trabajado mucho para destacar el significado ritual de la procesión y cómo honramos a los muertos”, explica Alonso, quien abunda: “el carnaval funciona muy fácil, porque tú le dices a la gente: ‘vamos a salir en procesión, nos vamos a maquillar y vamos a tocar música’, y todos vienen”. Es por ese motivo que él y sus colaboradores no quieren que el desfile de este año -o los que siguen- sea más concurrido que el de 2019. “No queremos que se haga gigante porque no tenemos ni queremos tener un chingo de personas en equipo logístico y medio Bruselas aquí”. Confiesa que incluso alguna vez llegó a rechazar una oferta de la oficina de turismo de la ciudad para beneficiarse de una mayor publicidad. “Si ya hay tanta gente, ¡imagínate si nos anuncian! Se les hizo raro que les dijéramos ‘no, gracias’”.
-¿Y cómo piensan reforzar el significado profundo del día de muertos frente al atractivo carácter festivo de la procesión?, se le pregunta.
-En 2019 realizamos al interior del Bruegel una ofrenda más grande que la del año anterior. Era una montaña de sal con unas plumas de colores vivos que llegaban hasta el techo. Nos dimos cuenta que invitaba mucho más a la reflexión. Más personas se acercaban a verla y permanecían un rato absortas, como cuando te quedas mirando una fogata, hipnotizado.
Alonso narra que en 2020 montaron un altar monumental que dejaron abierto al público en la explanada exterior del Bruegel algunos meses y que visitaron 2.500 personas. “Ahí sí hubo más conexión ritual con los belgas”, afirma. Una persona llegó, cuenta, y al ver en el altar la fotografía del artista oaxaqueño Francisco Toledo (fallecido el 5 de septiembre de 2019), comenzó a llorar. Después tomó una flor que había disponible y la colocó como ofrenda. Cuando se calmó y le preguntaron respetuosamente la razón de su actuar, contestó: “No sé quién sea el señor de la foto, pero tiene la misma mirada que tenía mi tío; él fue quien se ocupó de mí”.
Treinta y cinco de esas breves historias fueron recopiladas a iniciativa de Celia Dessardo. Saldrán próximamente publicadas en un libro de unas 60 páginas, acompañadas de una serie de imágenes tomadas por la reconocida fotógrafa belga Marie-Françoise Plissart.
“Es un trabajo que nos ha alimentado también mucho a nosotros, que nos hace reflexionar: ¿cómo integrar una fiesta mexicana de este tipo, sin perder su profundidad, en esta ciudad belga tan multicultural? Queremos poner más énfasis en nuestros discursos sobre su significado”, concluye Alonso.
Bruselas es la segunda ciudad del planeta con el mayor porcentaje de población inmigrante, 62% (la primera es Dubai con 83%). Bruselas es una ciudad-mundo, una ciudad multicultural muy receptiva a lo extranjero y donde prácticamente no tiene espacio la extrema derecha. Algunas de las tradiciones mexicanas no son ajenas a la sociedad bruselense, a pesar de que no hay tantos mexicanos como en Alemania, España, Reino Unido y otros grandes países europeos. A pesar de todo ello, cuando en 2018 se anunció la procesión de Día de muertos, debo aceptar que nunca imaginé la cantidad de gente que asistiría y que la pasaría tan bien. Fue increíble la gran convocatoria que tuvo. Por eso me dio mucha risa lo que me respondió Israel, el organizador, cuando le pregunté qué pensó al ver tanta gente aquel día, y que fue: “¿Y ahora qué madres vamos a hacer?”.
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