El periodista francés Valentin Gendrot quería conocer desde adentro el funcionamiento de la policía, una de las instituciones más cuestionadas de su país. Su primera sorpresa fue que tras recibir un entrenamiento que duró apenas tres meses salió graduado y con derecho a portar un arma. Gendrot fue anotando sus experiencias y el resultado es un polémico libro – disponible en español desde el 20 de enero-, que confirma el racismo y la violencia impune que han dejado de ser la excepción en las fuerzas del orden galas.
PARÍS, Francia.- El todavía niño recibe una primera bofetada en la mejilla derecha. Después le siguen una segunda, una tercera, quizás más … hasta que los policías lo conducen a una patrulla. Ya en el vehículo un agente se sienta a su lado y lo insulta: “hijo de puta”, al tiempo que lo tunde a puñetazos. Son tantos, que el testigo de la escena pierde la cuenta.
Ya en la comisaría, la lluvia de golpes no cesa. “Son las 17:40 horas y acabo de ser testigo de un caso de brutalidad policial. El joven se quedará en la comisaría”, escribió en su diario el periodista Valentin Gendrot.
El encontronazo entre Konaté, el adolescente parisino de 16 años, y los elementos de seguridad franceses sucedió a raíz de una llamada telefónica de un vecino que se quejó de que un grupo de jóvenes escuchaban rap a todo volumen en la entrada de un edificio.
“No me toques”, fue la respuesta del joven Konaté a uno de los agentes que llegaron hasta el sitio y quien antes le dio una palmadita en la mejilla quejándose de que su equipo tenía “otras tareas que cumplir”.
El tono insolente del adolescente le valió una lluvia de golpes de parte del agente que se ensañó contra él, en medio de la indiferencia de sus colegas. El evento quedó registrado en las notas de Grendot, quien durante cinco meses presenció la brutalidad cotidiana en una comisaría del norte de París al infiltrarse como un miembro más de las fuerzas del orden y plasmar su experiencia en el libro Flic: un journaliste a infiltré la police (Poli. Un periodista infiltrado en la policía). La obra tuvo un rotundo éxito desde su aparición y a menos de cinco meses de haber sido publicado ya va en su quinta reimpresión con un total de 50 mil ejemplares vendidos.
“Llevo tres meses de infiltración y he visto colegas golpear a un migrante negro en una parada de bus; a otro migrante marroquí y al joven Konaté en un furgón de la policía y abofetear a varios sospechosos detenidos en la comisaría, siempre árabes o de tez negra”, denuncia Gendrot en el libro.
Como policía auxiliar del Distrito XIX parisino, el más desfavorecido de la capital francesa con una tasa de pobreza que ronda 25 por ciento, Gendrot observó desde el interior de una brigada la violencia abusiva, el racismo y la arbitrariedad con la que algunos policías tratan a los jóvenes negros, a los de origen magrebí y a los migrantes. Con una impunidad casi total.
El caso de la golpiza al joven Konaté llegó hasta la justicia y Gendrot, para poder continuar con su infiltración, brindó un testimonio falso que encubría al agresor. El hecho, publicado con la aparición del libro en Francia en septiembre de 2020, generó un debate y críticas en su contra. ¿Cuáles son los límites en una infiltración? ¿Es ético no actuar frente a una violación de derechos humanos? ¿El fin justifica los medios?
En entrevista con Underground Periodismo Internacional el periodista se justifica:
“Es legítimo hablar del hecho de que no intervine. Pero yo hice esta infiltración para mostrar y denunciar la violencia. (…) Si hubiera reportado los hechos a nivel interno, me hubieran arrinconado y el caso se hubiera cerrado”.
Gobierno omiso
El testimonio inédito de Gendrot acrecentó la indignación patente en la sociedad francesa desde la muerte del afroamericano George Floyd, asfixiado con la rodilla de un policía en una labor de inmovilización en Mineápolis, Estados Unidos.
En mayo y junio de 2020 miles de jóvenes franceses -muchos de ellos hijos o nietos de migrantes de las ex colonias – salieron a las calles a protestar convencidos de las similitudes entre el racismo policial estadounidense y la violencia de la que son víctimas por parte de la policía y la gendarmería francesa. Las inéditas movilizaciones que surgieron entonces fueron encabezadas por Assa Traoré, hermana de Adama Traoré, quien en julio de 2016 murió tras su detención por la policía en el norte de Francia.
En octubre de 2020, la justicia francesa reconoció abiertamente y condenó el proceder discriminatorio de miembros de la policía. Incluso, un tribunal condenó al Estado francés a indemnizar a once personas que sufrieron controles arbitrarios, golpes, bofetadas e incluso un intento de estrangulación por parte de un grupo de policías en el distrito XII de París.
Pero pese las condenas en tribunales, los informes de organizaciones no gubernamentales como Amnistía Internacional -que denuncian el uso desproporcionado de la fuerza en el marco de manifestaciones-, las alertas de sociólogos como Fabien Jobard -que afirma sin rodeos que existe un esquema de racismo sistémico en la policía, además de una “radicalizacion” de la represión policial de las protestas- y los testimonios de las víctimas, el ejecutivo francés se resiste a reconocer el problema.
El portavoz del ministro del Interior, Laurent Nuñez, afirmó en junio pasado que “no hay racismo en el seno de la policía”. Por su parte, el presidente Emmanuel Macron rechazó el uso del término “violencia policial” cuando se le interrogó sobre el aumento exponencial del número de quejas por abusos policiales -triplicada en los últimos cinco años – en el marco de las movilizaciones de los Chalecos Amarillos en 2019. El mandatario reconoció sólo la existencia de “policías violentos”. Este debate semántico ilustra la dificultad de los gobernantes franceses a mirar de frente esta realidad incómoda.
Por si fuera poco, el Estado francés carece de estadísticas para contabilizar los casos de brutalidad policial. El Observatorio Nacional de la Delincuencia reporta, por ejemplo, los casos de violencia contra bomberos y policías, pero no de éstos contra civiles. El único termómetro del que se dispone para medir tendencias son las quejas de los mismos ciudadanos por abusos de agentes de la fuerza pública; cifras que sólo son públicas desde el año 2017.
Según la Inspección General de la Policía Nacional (IGPN, cuerpo de auditoría interna de la policía francesa), en 2019 se abrieron 868 investigaciones judiciales por violencia policial contra ciudadanos, una cifra en aumento de 41 por ciento con relación a 2018. Los datos del 2020 aún no se publican. Y a pesar de las exhortaciones de varios sectores de la sociedad civil para remediar el racismo en la policía francesa, la IGPN dejó de contabilizar las infracciones por insultos racistas en su informe más reciente.
Organizaciones de la sociedad civil han denunciado de manera recurrente esa tendencia de la policía -conocida como “délit de sale gueule” (delito de cara fea) o racial profiling (perfil racial)- de priorizar la revisión de documentos de identidad a ciudadanos de tez morena o con rasgos árabes y magrebíes. El ex presidente François Hollande (2012-2017) prometió incluso obligar a los policías a entregar un comprobante de control cada vez que se revisa a un ciudadano en la vía pública. Tal promesa suscitó esperanza entre las organizaciones de defensa de los derechos civiles. Sin embargo, nunca fue cumplida.
En 2017, la Defensoría de los derechos de Francia publicó un informe demoledor sobre los controles de identidad, en el que se constata que los “jóvenes percibidos como negros o árabes tienen 20 veces más probabilidades de ser controlados por la policía.
Un infiltrado en la policía
Fue justamente con el afán de entender las controversias sobre la policía francesa que Gendrot se infiltró durante dos años en los cuerpos de seguridad franceses. Su plan inició con una formación de apenas tres meses en una escuela y continuó con una inmersión de cinco meses en una brigada parisina con el grado más bajo de agente policial. Una experiencia inédita detallada en el libro que desde el 20 de enero se encuentra también en español bajo el título Poli. Un periodista infiltrado en la policía.
Para varios miembros de la brigada descrita en ‘Poli’, humillar, hostigar, golpear y detener fuera de cualquier marco legal a los jóvenes de los barrios populares parece la norma. “En un año, detuvimos a cerca de 6,000 personas y golpeamos a casi la mitad de ellas”, se ufanó ante el periodista infiltrado un colega.
Sobre estos abusos recurrentes en su brigada, Gendrot observó que “eran siempre los mismos cinco o seis policías que cometían esta violencia. Una violencia aceptada por los otros agentes que no lo son. La gran mayoría que no usa estos métodos no dice nada”, relata en la entrevista con este medio y que tuvo lugar a través de una videollamada.
El periodista independiente, que antes realizó otras investigaciones para las que se infiltró en una fábrica de piezas automovilísticas y en un supermercado, narra la omnipresencia de la violencia física y verbal de corte racista. “Bâtard”, (bastardos), “crouilles” (palabra despectiva para designar a los árabes durante la colonización francesa del norte de África), y “gris”, son algunos de los calificativos racistas que remiten al pasado colonial francés, usados por los policías y que llegaron a los oídos de Gendrot durante su infiltración.
“Es un poco tabú. Varias veces vi a personas recibiendo golpes de un agente en la comisaría o en la calle. Los demás policías veían todo también pero no decían nada. Y yo tampoco. Hablar de esas escenas con otros colegas era extremadamente complicado. Todavía más lo hubiera sido abordarlo con un comisario o un comandante de policía”, dice.
-Usted mismo admitió haber encubierto al colega que golpeó al joven llamado Konaté. ¿Ha habido algún tipo de investigación interna o sanción?
-Al día siguiente de la publicación del libro, el ministro del Interior pidió la apertura de una investigación interna, y fui llamado a declarar en calidad de testigo en octubre por la Inspección general de la policía nacional sobre todos los hechos que denuncié en mi libro. Desde entonces, nada. Al mismo tiempo, la IGPN tiene mucho trabajo.
Entrenamiento exprés
A finales de noviembre del año pasado, otro caso de brutalidad sacudió el cuerpo policial francés. Michel Zecler, un productor de música, fue insultado y golpeado por agentes en el vestíbulo de su estudio de grabación. Una escena interminable de 15 minutos captada por una cámara de seguridad y que deja en claro que Zecler no representaba ningún peligro que justificara tanta violencia. La indignación causada por las imágenes llevó al gobierno de Emmanuel Macron a aplazar una controvertida ley que buscaba prohibir filmar a los policías y gendarmes en sus tareas de mantenimiento del orden.
“Creo que esta violencia siempre ha existido. Al menos durante los últimos 30 o 40 años”, estima Gendrot. Sin embargo, continúa, el uso de los smartphones permite ahora documentar los casos de violencia policial durante los registros en la calle o en las manifestaciones. “Como policía me tocó ser filmado en la calle durante un control policial. Y eso lo cambia todo”, agrega.
Sin embargo, el periodista infiltrado advierte que “muchas veces, los casos de violencia policial pasan desapercibidos. Cuando unos migrantes son víctimas de brutalidad en furgones de policía, o cuando personas son golpeadas en sus celdas, no hay imágenes, no queda ninguna huella escrita”.
Además de la violencia física, el periodista infiltrado denuncia la existencia de una “presunción de culpa” hacia cierto sector de la sociedad francesa. “El comportamiento de los policías varía según el color de piel”, escribe.
-¿Cómo entender ese racismo?, se le pregunta.
-La mayoría de los policías inician su carrera en la región parisina, pero vienen de otra región de Francia. Los que son oriundos de zonas rurales y que son enviados a París desconocen la vida de la capital. Los comentarios racistas de mis ex colegas policías eran los mismos que decían mis compañeros de fútbol de mi pueblo natal de Bretaña. Todo viene del desconocimiento total. Y el oficio de policía no permite conocer mejor a los demás.
Además del relato de su inédita y riesgosa infiltración -confiesa que constantemente temió que sus colegas descubrieran su verdadera identidad- Gendrot llama la atención sobre la deficiente y superficial formación de los agentes que él mismo experimentó.
Ejemplifica:
“Fui habilitado para portar un arma en la vía pública tras sólo tres meses de capacitación y sobre el tema de la violencia machista, ¡sólo recibimos una clase de tres horas y vimos una película !”, recuerda el autor.
“Es muy chocante, sobre todo cuando sabemos que la mayoría de las intervenciones policiacas conciernen a casos de violencia intrafamiliar o entre vecinos”, explica.
A Gendrot le queda claro que “la policía francesa tiene 15 años de retraso” en la materia y contrasta la situación con la de otros países europeos: “Antes, la formación para ser policía en Francia duraba un año. Otros países como Alemania, Noruega o Dinamarca han incluso alargado el tiempo de formación. Aquí se ha acortado desde que el gobierno decidió desplegar masivamente a agentes en las calles a raíz de los atentados de 2015”. Lamenta el enfoque puramente represivo de la formación de los agentes y la ausencia de un vínculo social con la población.
Para restaurar esta conexión “la reforma clave es que los agentes puedan ser cesados” cuando cometen abusos en el marco de sus funciones, sugiere.
“Los policías acusados de uso desproporcionado de la fuerza, según el término utilizado por la administración para designar la violencia policial, siguen en su cargo. Muy pocos son despedidos”, constata el propio periodista.
Desde las entrañas de una comisaría parisina, Gendrot pudo también documentar el malestar psicológico y laboral de varios de sus colegas. Un malestar que lleva a algunos al suicidio, como lo cuenta el autor en Poli y que exhorta a instaurar un seguimiento psicológico de los agentes encargados del orden público.
Gendrot aboga, al igual que varios responsables políticos franceses, por la creación de una entidad de fiscalización de la policía realmente independiente dado que la actual IGPN depende del propio ministerio del Interior y no del poder judicial, como es el caso en otros países europeos.
El nuevo ministro del Interior francés Gérald Darmanin se dijo dispuesto a revisar “todas las opciones” para reformar la entidad de fiscalización de la policía. Pero hasta el momento no se han tomado decisiones concretas para democratizar a la institución.
DETRÁS DE LA HISTORIA
En junio de 2020, tras la muerte de George Floyd, cubrí varias manifestaciones antirracistas en París. Hablando con los participantes de estas protestas, me llamó la atención que cada uno – sobre todo los hombres, jóvenes, negros y árabes – había tenido una mala experiencia con la policía. Desde insultos racistas hasta gestos brutales, pasando por controles recurrentes y arbitrarios. Y que muestran que los clichés racistas y colonialistas están muy enraizados en ciertos sectores de la sociedad francesa, a pesar de la promesa de igualdad que está inscrita en el frontón de todos los edificios públicos.
Los editores de Underground Periodismo Internacional me propusieron abordar el tema a través de la experiencia inédita del periodista Valentin Gendrot que se infiltró en una comisaría de París. Su libro documenta la violencia racista y los abusos del uso de la fuerza, un fenómeno que el gobierno francés minimiza y sobre el cual carecemos de estadísticas oficiales.
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