El GBL o G es una sustancia utilizada para limpiar los grafitis o los rines de los carros. Pero los fines de semana, este solvente corrosivo encuentra el mundo de la noche europea. Mezclado con refresco, el coctel se consume como una droga para generar euforia, despertar los sentidos y hacer la fiesta… una fiesta que dura a veces una eternidad.
Con los derechos correspondientes adquiridos, Underground reproduce en español, y sólo para sus lectores, una crónica publicada en el número 19 de Médor, una revista belga independiente, de “periodismo a profundidad”, y estructurada como una cooperativa bajo un modelo editorial y económico participativo.
Primero de enero. Mediodía. Quedamos todavía una treintena haciendo la fiesta en casa de un amigo. Sólo dos de nosotros no estamos bajo efecto del GBL. Una amiga acaba de decirme lo feliz que está de no haber tenido un G-hole (una sobredosis de esta droga) en toda la noche. Se equivoca. Tuvo dos, pero no se acuerda.
Al afectar la memoria, la mayoría de los consumidores de GBL programan una alarma en su teléfono para no tomar nuevas dosis demasiado pronto. Una excelente idea, siempre y cuando aguante la batería del teléfono, lo que raramente es el caso cuando las fiestas after duran mucho más tiempo que la noche misma.
Un hombre se pone rojo y comienza a convulsionarse. Otro rompe con su novio en medio de la sala. Baila luego como nunca, rodeado de sus amigos. Su ahora ex, llora en un rincón. Entra en crisis hasta arrancarse los cabellos y vomitar. Sólo somos dos los que nos preocupamos por llevarle un vaso con agua y estar un poco con él.
Daniela y Régis, de 20 y 21 años, están presentes en ese primer día apocalíptico del año. A pesar de su joven edad, hace más de un año que consumen GBL con frecuencia, a tal punto que, para ellos, la fiesta rima obligatoriamente con esta droga apodada el éxtasis líquido. La dosis “aconsejada” por los servicios de prevención de las drogas es de un mililitro cada dos horas. Más de dos mililitros a la vez y el producto puede revelarse letal.
En la discoteca o en el after, con ayuda de una pipeta comprada en una farmacia, Daniela y Régis toman en promedio 1.5 mililitros cada hora, como el resto de los invitados. Juegan con fuego, y con sus vidas, con cada nueva dosis. Si el tiempo de espera entre éstas no es lo suficientemente espaciado, hay un G-hole garantizado. Se produce un sueño profundo durante varias decenas de minutos, seguido y/o acompañado de espasmos y chillidos, como una crisis de epilepsia. Pero visto el increíble subidón que esta droga provoca y el precio ridículo del mililitro (un euro el precio más caro), el riesgo vale la pena.
Hetero-viaje
El GBL se presenta bajo forma líquida. Es un derivado más concentrado del ácido gamma-hidroxibutírico (GHB), un elemento naturalmente presente en el cuerpo humano. Si se ingiere una dosis baja, la droga activa la liberación en el cerebro de noradrenalina, serotonina y dopamina. Concretamente, eso se traduce en un inmenso aumento de la excitación y el placer.
Régis se mete ese solvente en el cuerpo, en promedio, uno de cada dos fines de semana. “Yo no tengo bajones propiamente hablando pero pierdo generalmente mi voz durante algunos días porque me quema la garganta”. Daniela se desarrolla en la escena queer* , donde el consumo de GBL es particularmente generalizado. “De todas formas, en todas las capitales europeas, como Bruselas, los homosexuales y los heterosexuales comparten cada vez más sus vidas nocturnas y, por tanto, sus drogas. Es por eso que, desde hace algún tiempo, más y más chicos y mujeres heterosexuales consumen G en las fiestas”.
De regreso al primero de enero apocalíptico. Mientras que el joven se convulsiona, Daniela baila a su lado. Como gran parte de los invitados ese día, la joven tiene una opinión clara sobre las sobredosis. “Antes teníamos miedo cuando alguien tenía un G-hole. Ahora, para nada. Es completamente retorcido cuando lo piensas, porque las personas están literalmente entre la vida y la muerte. Pero estoy tan acostumbrada a ver a gente desmayarse o tener una crisis que me he vuelto impermeable a eso. Sólo cuido a mis buenos amigos, porque si es alguien que no conozco demasiado ni me ocupo. Si tú mismo no te cuidas, te mueres”.
Incluso si la inmensa mayoría de los G-holes terminan felizmente con la persona despertándose, eso no le resta la peligrosidad a la sobredosis. En 2018, el Colegio Europeo de Neuropsicofarmacología descubrió que la repetición de sobredosis de GBL conduce a cambios en el cerebro, incluyendo efectos negativos sobre la memoria a corto plazo y el IQ (coeficiente intelectual), así como un nivel creciente de estrés y ansiedad.
En los últimos cinco años, los hospitales de Ámsterdam han observado un notable incremento de 266 por ciento en las admisiones por causa de sobredosis de GHB/GBL y, el año pasado, esta droga se convirtió en la tercera causa de sobredosis mortal en Reino Unido, Alemania y Bélgica, detrás de la heroína y la cocaína.
“Chemsex” y GBL
Las admisiones hospitalarias no son más que la punta del iceberg. Hace poco más de un año que el autor de estas líneas presencia G-holes en su entorno casi cada semana, sin que nadie sea llevado en ambulancia. Simplemente se espera a que la persona se despierte, como si hubiera bebido alcohol de más.
En 2018, de las 29 mil 486 solicitudes de tratamiento registradas en los servicios especializados en drogodependencia y los hospitales belgas, el GHB/GBL fue mencionado como sustancia problemática 514 veces. Las personas en tratamiento por esta droga tenían una edad promedio de 32 años y tres cuartas partes eran hombres.
Esta distinción de género se explica fácilmente: no sólo en el mundo de la fiesta se consume el GBL. Muy extendida en los medios underground y gays, esta droga es igualmente muy utilizada para el chemsex, contracción de las palabras inglesas chemical (químico) y sex (sexo), el sexo bajo efecto de drogas.
En 2016, una encuesta realizada por Eurotox sobre 362 personas residentes en Bélgica y que practicaban el chemsex regularmente (casi todos hombres homosexuales o bisexuales) reveló que, durante esas relaciones sexuales, más de 50 por ciento de las personas interrogadas consumían GHB o GBL. Ese es un porcentaje todavía más elevado de quienes respondieron que éxtasis. Entre las drogas duras, únicamente la cocaína está por delante del GBL por cinco por ciento. Más de dos terceras partes de los entrevistados en la encuesta confiaron también que no restringen su consumo a las relaciones sexuales.
Samy trabaja en Ex Æquo, una organización en Bruselas sin fines de lucro que se enfoca en la prevención de la salud de las personas homosexuales. Él se ocupa de promover el chemsex seguro y explica que la llegada del GBL como droga de predilección es muy reciente, tanto en los medios festivos como en los puramente sexuales. “Fue un maremoto. La mayor parte de la gente la obtiene sola en internet y, sí, los más afectados por problemas ligados a su consumo son hombres de 25 a 30 años, pero esa edad puede ir hasta los 60 años”.
Olivier, de 28 años, vendió GBL durante el verano pasado, pero lo dejó rápidamente, asqueado de ver a gente cercana a él -chicas sobre todo- hundirse más y más profundamente en esta droga.
El joven consiguió muy fácilmente este producto. Al ser el GBL principalmente utilizado por los mecánicos para limpiar los rines de las llantas, es posible obtenerlo en internet, incluso sin tener que meterse a la dark web (internet profunda). “Pagas 35 euros, 50 si cuentas los gastos de envío, y puedes revenderlo en 500 euros”. Diez veces más.
10 por ciento de reducción
El 8 de enero, una semana después de mi Año Nuevo catastrófico, busco el nombre del sitio del que me habló Olivier. La sección de “feedbacks” (comentarios) permite a los clientes contratar los “buenos” servicios de la compañía. En una pestaña “chat”, un animador de la comunidad incluso propone responder a mis preguntas en unos cuantos segundos. Me asegura que el GBL vendido por la empresa no puede en ningún caso ser consumida como droga, lo cual, me confirma Olivier, es falso.
Metí mis datos y ordené un bote de 500 mililitros de GBL. Se me envió un número de cuenta en la que pagué la cantidad de 50 euros a través de la aplicación bancaria de mi teléfono móvil.
Al otro día en la mañana, recibo un mensaje de texto anunciándome que el pago había sido bien recibido y que mi orden se había enviado. Recibo incluso una contraseña para acceder al sitio del servicio postal y rastrear mi paquete. En 2020, el drogadicto está conectado.
El día siguiente, el pedido es entregado en mi casa. No pasaron más que dos días para que mi paquete llegara, para que el equivalente a 500 subidones y a 500 veces rozar la muerte fuera depositado en mi puerta. Con esta entrega, la empresa incluso me regala una pluma.
“Yo tenía un enamorado que murió el año pasado porque no espació lo suficiente sus dosis. Donde él murió había una hoja de papel con horas anotadas sobre ellas. Las últimas escritas estaban espaciadas con menos de una hora cada una. Tuvo un G-hole pero no despertó”, confía Samy.
“Creo que no es más que el principio de la epidemia de GBL en Bruselas. La puerta se abre cada vez más a los heterosexuales y eso va a aumentar su propagación. El Estado comienza a darse cuenta, los policías conocen el producto y realizan más y más controles en las fronteras. Cuando esto definitivamente ya no sea posible pedirlo por internet, será muy peligroso. Habrá más y más dealers (pequeños vendedores) que, para generar beneficios, van a mezclar el GBL con otros productos aún menos caros”.
En Bélgica, a pesar de los riesgos de violación, de adicción y de sobredosis, ¿el G que hoy circula podría, finalmente, no ser que una versión menos nociva del G de mañana? Sin duda; todavía recibí recientemente un e-mail de promoción en el que se me proponía 10 por ciento de descuento en mi próxima compra de GBL con el código CORONA2020.
(Traducción: Marco Appel).
*El término “queer” se refiere a una identidad sexual o de género que no corresponde a las establecidas hombre/mujer.
DETRÁS DE LA HISTORIA
El mundo de las drogas es parte de la agenda editorial de Underground Periodismo Internacional. Nos interesa, por supuesto, abordar el tema de su tráfico, pero también nos resulta importante conocer y presentar a nuestros lectores el surgimiento de nuevos estupefacientes y tendencias de consumo. Este texto de Médor se ocupa de esta nueva droga que está convirtiéndose en un problema público de salud en Europa y nos parece suficientemente relevante para traerlo hasta nuestros suscriptores.
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