El periodista mexicano que huyó a Suecia

Tras una década de continuas amenazas por sus denuncias y revelaciones sobre la manipulación política de las redes sociales, el periodista Alberto Ercorcia no esperó a ser una más de la elevada cifra de colegas asesinados en México y huyó a Suecia, donde solicitó asilo político el 16 de junio pasado. En el siguiente texto, exclusivo para Underground Periodismo Internacional, Escorcia explica su situación, la del amafiado mundo de los bots y el motivo por el que decidió vender todo, despedirse de su familia y tomar un avión a Europa sin la intención de regresar.

ESTOCOLMO, Suecia.- Era mayo. Ya tenían tiempo buscándome, enviando mensajes con una persona conocida mía para ver si les podía ayudar a resolver un problema: no les gustaba cómo aparecían ellos y sus amigos al buscar sus nombres en Google.

Antes de seguir, debo aclarar algo: debido a que en México vivir sólo del periodismo supone una gesta heroica, la mayoría de los periodistas tenemos que trabajar en otras actividades o pedir todas las becas y apoyos posibles para intentar sobrevivir. 

A mí me gusta más tener otra profesión, la de experto en posicionamiento en internet, que me permite financiar mi blog.

Continúo mi historia.

Una persona conocida me quería reunir con unos posibles clientes que querían modificar su historial en Google. Me dijo que no había nada oscuro de por medio. Me invitó a una reunión en Polanquito, en Ciudad de México; una de esas reuniones en la que olía ya el peligro. 

No dormí la noche anterior. Era común que me buscaran para casi siempre lo mismo : borrar el historial de alguien o de alguna empresa, cosas a las que siempre me he negado. Pero como le decía a un amigo: algún día no me van a invitar, será a fuerzas.

Me desperté tarde y algo me decía que no debía ir solo, así que le llamé a uno de mis mejores amigos para pedirle que se sentara en la mesa de al lado y grabara. Yo de todos modos me lleve unos lentes con audífonos. No graban nada, pero a veces cuando la gente los ve piensa o asume que estoy grabando.

Llegué temprano a la cita. Los “clientes” tardaron casi hora y media en llegar. No era uno, sino dos los personajes. La persona que me invitó nunca se apareció (esto me ha pasado muchas veces cuando “gente importante” quiere hablar conmigo). 

Venían con sus amantes y apartaron una mesa entera en ese restaurante súper caro. Allí dejaron a las pobres chicas. Venían  medio borrachos; me contaron de sus negocios, eran las estrellas del Bajío en el sector inmobiliario y hablaban y hablaban con lugares comunes de lo que podían hacer con su dinero, de la cultura del esfuerzo y hasta me presumieron que habían formado parte del equipo de seguridad de un expresidente. Aburrido, les dije que me tenía que ir, que los había escuchado por petición de la persona en común, pero que no les podía ayudar. 

Al tiempo que en mi mente le reprochaba a mi contacto haberme puesto en esa situación, uno de ellos me dijo: “Vete con cuidado porque aquí tengo a toda mi red y me encargaré de que hagas el trabajo, o si no te chingamos”. 

He vivido cosas peores, así que me planté; ya no me levanté de la silla y le dije: “me han amenazado personas más importantes y poderosas que tú”. Fue en ese momento que por arte de magia miró hacia la mesa y vio ahí mis gafas con micrófono. Las tomó y me preguntó: “¡¿Y estos lentes?!”. Solo sonreí. “Perdón -me dijo-, perdón si me he excedido, somos norteños y a veces parece que amenazamos, pero no… ¿verdad primo?”, “sí, hablamos fuerte”, contestó el “primo”.

Creo que haber llevado a aquella reunión mis lentes de 007 me salvó la vida.

Mi amigo en la mesa de junto había grabado el desfile de personajes que fueron a verlos y grabó la amenaza que me hicieron. Quizá es la menos grave que he recibido como periodista en México, pero ya es la sexta y me pone en una situación de la que ya estoy harto.

Si seguía en México negándome a hacer esos trabajos sucios o denunciando la manipulación, sabía que algún día me hubieran obligado a hacerlo o bien hubieran cumplido sus amenazas (presionándome o haciéndole daño a mis seres queridos).

¿Pero te amenazan por hablar de robots en internet?

Esa pregunta o inferencia la he tenido que soportar desde hace años. Era más duro al principio. Imagínense decirle al ministerio público que sientes miedo porque te amenazaron unos robots en Twitter (y que años después ese mismo ministerio se disculpe cuando se entera de lo que realmente pasaba). 

O imaginen pedirle ayuda a una ONG que atiende a periodistas en riesgo por hablar del narcotráfico o la corrupción; explicarles que lo tuyo también existe y es grave (y que esas mismas personas también se disculpen años después y te digan que eres un pionero y un valiente por hablar de ello en su momento).

No es un reproche, es sólo mostrar lo duro y difícil que es hablar de un tema muy importante: la manipulación masiva de la población entera de un país en las redes sociales. Hablar y denunciar que esto existe supone un enorme riesgo, no sólo por la gravedad del alcance que tienen estos ejércitos de manipulación, sino también porque suponen un negocio gigantesco.

En 2018 se cobraba hasta un millón de pesos por un Trending Topic en Twitter en el que podían participar hasta 50 personas. Veinte mil pesos por un día de trabajo. Muchos de estos criminales se confesaron conmigo, quizá por la enorme soledad en la que viven, que son ellos los que “dominan internet en México”.

El mundo de la manipulación digital es también un mundo de traiciones. Por la enorme cantidad de dinero que se maneja, muchos grupos rivales entre sí me querían filtrar información de los contrarios para eliminar a su competencia.

Porque mi vida corre peligro he estado exiliado en España en dos ocasiones y en Costa Rica tres. Desde 2012 he recibido amenazas y agresiones por realizar mi trabajo como blogger, principalmente por documentar el uso de bots y trolls y sacar a la luz pública operaciones de desinformación y manipulación digital en México.

Cito uno de esos episodios, ocurrido en 2015, cuando aún usaba un seudónimo que era LoQueSigue. Resulta que decidí dar mi nombre en una entrevista a la revista Wired en la que hablaba sobre el descubrimiento de los “peñabots” -un ejército de cuentas de bots en Twitter al servicio del entonces presidente Enrique Peña Nieto- y cómo estos eran usados para reducir el impacto de las protestas en las calles a través de Twitter, una de las redes sociales con mayor fuerza en la opinión pública de México.

Tras la publicación de la entrevista -y darse a conocer mi nombre- recibí amenazas de muerte masivas; cientos de ellas en pocos días, lo que resultó en mi incorporación al Mecanismo de Protección a Periodistas. Ese hecho quedó registrado en un Punto de Acuerdo del Congreso mexicano que se emitió en 2016 al regreso de mi primer exilio en Barcelona, España.

Otro ejemplo. En 2017 descubrí que los saqueos que parecían espontáneos durante las protestas contra el llamado “gasolinazo” fueron instigados y organizados a través de bots en las redes sociales, principalmente Twitter y Facebook.

Después de publicarlo en mi blog, el análisis fue retomado por muchos medios, incluyendo a la televisión. En ese contexto, el departamento de mi vecina fue destrozado. Personas habían ido al edificio a preguntar por mí, pero tenían mal la información y entraron al departamento de arriba y no al mío.

Tuve que huir a San José de Costa Rica.

No era la primera incursión en mi domicilio. Cuatro años antes, personas desconocidas entraron a mi casa para robar un par de discos duros donde guardaba las pruebas de cómo la policía de la Ciudad de México organizaba muchos de los destrozos ocurridos durante las marchas en contra del jefe de gobierno local Miguel Ángel Mancera y el presidente Peña Nieto. 

Se trataba de videos donde se mostraba cómo el grupo Dragón de la policía de la Ciudad de México organizaba a individuos encapuchados, hecho que confirmó el periodista Paris Martínez cuando posteriormente grabó a uno de estos elementos rompiendo los cristales de una parada en avenida Reforma durante las protestas por los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa.

Mi vida en esos tiempos era un infierno. Estaba inscrito en los dos Mecanismos de Protección a Periodistas, el Federal y el de la Ciudad de México, los cuales te imponen medidas más de corte militar que humanitarias y te impiden ejercer tu trabajo: te ponen a una patrulla para que acuda a tu auxilio y van casi todos los días policías para que firmes una prueba de que estás vivo. Te ponen una reja de hierro en la puerta y un timbre con video. Con el tiempo, lo único que logran es aislarte. 

Las amenazas no solo te afectan a ti, a tu salud; afectan a tu círculo cercano y cada vez te vas quedando solo. No consigues trabajo. Y no soy al que le ha ido peor: hay quienes después de las amenazas dejan la profesión, que me imagino es el propósito de ellos: matarte en vida. Muchos de mis colegas sufren graves trastornos de salud mental como depresión y paranoia, provocando que su gente cercana los evite. 

Seguir escribiendo en esa jaula de hierro te somete a una dosis más grande de estrés, mientras que tus agresores continúan amenazando a más periodistas y activistas. Muchos medios y editores no quieren volver a contratarte, así que insistir en hacer periodismo se vuelve más una misión que tienes que autofinanciar. 

En diciembre de 2018 cambió el gobierno en México. Sin embargo, a diferencia de los peñabots que formaban un “ejército tercerizado” (un servicio subcontratado), apareció en nuestro país el grupo llamado Red AMLO, una red de trolls fanáticos del nuevo gobierno que toman su defensa si, por ejemplo, algún periodista le realiza un cuestionamiento difícil al presidente. En ese caso, este grupo se encarga de acosar en línea (doxing), atacar y amenazar a quienes lo hayan hecho. 

En 2019 publiqué un reporte de cómo funcionaba esta red, por lo que volví a recibir amenazas. En esa ocasión decidí no salir del país. Mi reporte fue retomado por medios nacionales e internacionales y luego de ser entrevistado en uno de los noticieros de mayor audiencia en México, el del periodista Carlos Loret de Mola, comenzó un hostigamiento constante de esta red. Fue insoportable: no podía tener actividades públicas, tenía limitada mi vida social, y todo el estrés se vio reflejado en mi salud.

A pesar del constante acoso de la Red AMLO y de otros grupos que descubrí en el pasado, continué haciendo mi trabajo y tratando de empezar de nuevo tras mis constantes salidas del país, las cuales alteraron todo mi plan de vida, mis relaciones familiares y personales. 

Comencé a trabajar como consultor y recientemente un par de empresarios solicitaron mis servicios, uno de ellos me amenazó de muerte si no modificaba unas notas en mi blog y no le ayudaba a borrar de Google los resultados de búsqueda de un amigo suyo, implicado en lavado de dinero.

Ya son seis veces las que me han amenazado de muerte. Una de ellas ya me forzó a huir a toda prisa del país. Por la suma de todas esas amenazas y por la “muerte social” que he sufrido, a mediados de junio pasado solicité el asilo político en Suecia, donde mis habilidades serán más útiles.

Con todo el dolor de mi corazón vendí todas mis cosas en México, me despedí de mi familia y, cuidándome la espalda, fue que llegué hace un mes a esta nación escandinava. Esta vez he decidido salir de forma permanente y es la razón por la cual estoy contando esta historia : para que todo tenga sentido y que mi lucha haya valido de algo.

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