La caída de Berlín

El 8 de mayo de 1945 la Alemania nazi capituló incondicionalmente ante los Aliados en lo que representó el fin de la Segunda Guerra Mundial. El preámbulo de la rendición alemana fue la denominada Operación Berlín, la última y definitiva gran ofensiva del Ejército Rojo sobre las fuerzas del régimen nazi. Los rusos cercaron la capital alemana por el este, norte y sur. Del lado oeste el avance inglés y norteamericano hizo lo propio. Durante 12 días el Ejército Rojo lanzó un millón 800 mil proyectiles sobre la ciudad. Se estima que fueron destruidas medio millón de viviendas en la capital, cifra equivalente al total de viviendas que existían en la cuidad de Hamburgo antes de la guerra. El 2 de mayo de 1945 Berlín capituló y seis días después terminaba la guerra que costó 50 millones de vida en Europa. El reportaje original de Yetlaneci Alcaraz fue publicado en la revista mexicana Proceso y con motivo del 79 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial Underground Periodismo lo reproduce para sus lectores.


BERLÍN, Alemania.- El estruendo cimbró la tierra kilómetros a la redonda. Eran las tres de la mañana del 16 de abril de 1945 cuando el cielo negro se iluminó como si fuera de día por la acción de miles y miles de cañones, morteros y los legendarios katiushas rusos, que tan sólo ese día escupieron un millón 236 mil proyectiles sobre la planicie de Seelow, a sólo 70 kilómetros de Berlín.

Los artilleros que participaron en el ataque y luego vivieron parta contarlo recordarían cómo el tronido de las descargas hacía temblar todo el rededor y aquella horrenda sensación de que los oídos explotarían de un momento a otro. Hubo quien señaló la imperiosa necesidad de mantener la boca abierta a fin de equilibrar la presión de sus oídos.

Con esa furia dio inicio la Operación Berlín, la última y definitiva gran ofensiva del Ejército Rojo sobre las fuerzas alemanas del régimen Nazi en la Segunda Guerra Mundial. Sólo cinco días después -el 21 de abril- la ofensiva rusa alcanzaría Berlín, la capital alemana, para hacerla capitular el 2 de mayo.

La feroz lucha que se libró entonces en el corazón del Tercer Reich -en la que soldados pelearon cuerpo a cuerpo y casa por casa- es reconstruida por el historiador inglés Antony Beevor en su libro Berlín, la caída: 1945. En él, el autor describe los últimos días de la guerra; las difíciles condiciones por las que tuvo que pasar la población civil para sobrevivir; los errores e incapacidades de un Estado Mayor Nazi que sólo se dedicaba alabar a su Führer y los arrebatos de un Hitler demente que a pesar de saber perdida la contienda se negó a reconocerlo y, sin remordimientos, sacrificó la vida de miles de hombres en el afán de luchar hasta que quedara con vida el último soldado.

Desde inicios de 1945 Berlín era ya una ciudad en la que se sentían los estragos de la guerra. Los bombardeos a los que la habían sometido los Aliados (estadounidenses e ingleses en especial) la habían dejado parcialmente en ruinas y la sobrevivencia para sus habitantes no era nada fácil.

    Las alarmas que anunciaban ataques aéreos eran tan frecuentes que la vida cotidiana comenzó a desarrollarse en los sótanos de las viviendas y refugios subterráneos. La escasez de alimentos se convirtió en algo común así como el desbasto de agua, electricidad y gas. A los tres millones de habitantes que vivían en ese momento en la ciudad había que sumar los miles y miles de refugiados que día a día llegaban del este huyendo del avance soviético.

    Las cifras oficiales estiman que hubo al rededor de ocho millones de desplazados alemanes provenientes de las regiones orientales (Prusia, Silecia y Pomerania) que se dirigieron desde finales de enero hacia la capital del Reich.

    Ante la falta de medios convencionales de comunicación, era común que la gente ocupara los muros de los edificios en ruinas para escribir mensajes en los que informaban a los suyos de su paradero. Ya podía ser una madre que comunicaba a su hijo soldado que la familia se encontraba viva y bien y en donde podían ser localizados o miembros de una misma familia que al haber quedado separados luego de algún bombardeo indicaban su ubicación para ser encontrados.

    “La ciudad estaba dominada por una atmósfera de inminente derrumbamiento tanto en las vidas personales como en lo referente a la existencia de la nación. Sus habitantes gastaban el dinero sin moderación, persuadidos de que no tardaría en perder todo su valor. Se contaban historias, difíciles de confirmar, acerca de niñas y muchachas que copulaban con extraños en rincones oscuros cercanos a la estación del Zoo y el Tiergarden. Al parecer el deseo de prescindir de la inocencia se hizo aún más desesperado a medida que el Ejército Rojo se aproximaba a Berlín”, describe Beevor en su obra.

    A medida que corrían las semanas, y ante el veloz avance del ejército ruso, la situación fue empeorando en extremo, sobre todo en el ánimo de la población. Y es que, durante los últimos meses de la guerra, la propaganda nazi había taladrado el consciente colectivo de los alemanes, presentando la situación como una lucha “por todo o nada”.

    La exposición Mayo del ’45. Primavera en Berlin, montada en la capital alemana con motivo del 70 aniversario del fin de la guerra, refiere cómo el régimen logró que frases como “Victoria o bolchevismo” se interiorizara entre la población.

    Se trataba de una campaña de terror ideada por el ministro de Propaganda nazi Joseph Goebbels que además de odio contra el enemigo fomentaba sobre todo el temor ante la revancha rusa por los crímenes cometidos por los nazis en la Unión Soviética desde 1941, durante la denominada Operación Barbarroja. Dicho plan constituyó la primera fase de la Segunda Guerra Mundial y bajo él la Alemania nazi invadió y buscó aniquilar a la Unión Soviética en una lucha en la que murieron más de 18 millones de civiles rusos a manos de los alemanes.

    Bajo este contexto, en los días finales de la guerra cientos de ancianos, niños, estudiantes y miembros de las Juventudes Hitlerianas habían sido enviados al frente, pues parecía que todo era mejor antes de dejarse vencer por los rusos .

        La Operación Berlín fue quizás la más poderosa de toda la guerra. El arsenal ruso que se utilizó en ella no deja lugar a dudas: 41 mil 600 cañones y morteros, seis mil 250 tanques y cañones de asalto autopropulsados y siete mil 500 aviones, además de dos millones y medio de hombres, según cuantifica Beevor en su libro.

          La estrategia del Ejército Rojo -que en realidad contaba con más de seis millones de hombres en el frente oriental desde el mar Báltico hasta el Adriático- fue la de cercar a Berlín por el este, norte y sur. Del lado oeste el avance inglés y norteamericano hacían lo propio.

          La derrota definitiva de Hitler se había apuntalado desde finales de 1944. Ésta no sólo tuvo que ver con la superioridad numérica del enemigo sino también con malas decisiones, derivadas de la falta de visión y estrategia del propio Führer y su séquito de funcionarios del partido Nazi.

          Un ejemplo: cuando en la Nochebuena de 1944 el jefe del mando supremo del Ejército alemán, Heinz Guderein, informó sobre la urgencia de reforzar el frente oriental pues se sabía, con base en informes de la inteligencia alemana, de que los rusos planeaban una gran ofensiva y que además se estimaba que el enemigo contaba con una superioridad de once a uno en artillería, Hitler y todo su estado mayor -un grupo de funcionarios cuyos mayores méritos eran su lealtad al líder alemán- rechazaron cualquier posibilidad de que eso fuera verdad.

          Un iracundo e histérico Hitler calificó de descabelladas y estúpidas las estimaciones de los generales alemanes y aseguró, en cambio, que el Ejército Rojo estaba a punto de desmoronarse. Así que no sólo no accedió a trasladar tropas al frente oriental sino que ordenó que éstas marcharan en dirección a Hungría con la delirante idea de ocupar de nuevo el territorio y hacerse de los yacimientos de petróleo de la zona.

          Y es que, tras el atentado de julio de 1944, en el que un grupo de oficiales del Ejército alemán intentó asesinarlo, el estado de salud de Hitler se había deteriorado progresivamente. No sólo físicamente sino psicológicamente.

          “Su invisibilidad se debía en parte a la dificultad de ocultar los cambios drásticos que se hacían notar en su aspecto. Los oficiales del estado mayor que visitaban el búnker de la Cancillería del Reich quedaban conmocionados. (…) Sus ojos, antaño brillantes, se habían apagado y su pálido semblante tenía un tono ceniciento.

          “Entraba a la sala de reuniones arrastrando la pierna izquierda y daba la mano apenas sin fuerza. A menudo, sostenía con la derecha la mano izquierda a fin de encubrir un ligero temblor. A pocos meses de su 56 cumpleaños, el Führer tenía la apariencia de un anciano senil”, lo describe Beevor.

          Así, la etapa final de la guerra -del lado alemán- estuvo caracterizada por la incompetencia, caos e intrigas y rivalidades entre los miembros del circulo cercano a Hitler, quienes hacían todo por escalar posiciones en la carrera por la sucesión. Los principales: Hermann Göring, Joseoh Goebbels, Heinrich Himmler y Martin Bormann.

          Frente a la extenuante presión de Stalin sobre su ejército para tomar la capital del Tercer Reich antes que los ingleses o estadounidenses lo hicieran, la artillería de largo alcance rusa lanzó sus primeros ataques sobre Berlín el 20 de abril, justo el día del cumpleaños número 56 de Hitler. Un día después el Ejército Rojo cruzó el límite de la ciudad en la parte noreste y comenzó entonces una lucha despiadada que se libraría puerta por puerta.

            Mayo del ’45. Primavera en Berlín arroja datos sorprendentes y que dan clara idea de la catástrofe: Desde las 9.30 de la mañana de ese 21 de abril hasta el 2 de mayo los rusos lanzaron un millón 800 mil proyectiles durante el asalto a la ciudad. Como parte de la lucha casa por casa fueron destruidas medio millón de viviendas en la capital, cifra equivalente al total de viviendas que existían en la cuidad de Hamburgo antes de la guerra. En total, durante los seis años de guerra, Berlín sufrió 300 ataques aéreos y sobre su suelo cayeron 50 mil toneladas de bombas.

            Estos últimos días de la guerra fueron en especial difíciles para los hombres y mujeres de Berlín. Ante el terror de la llegada de los rusos, que tampoco fue infundado, se sumó la brutal represión que hasta el último momento ejercieron las SS con su pelotón de fusilamiento contra todo aquel desertor o simple sospechoso de serlo.

            Y es que, a excepción de una minoría que aún creía con fanatismo en Hitler, miles de ancianos, jóvenes adolescentes e incluso niños fueron llamados y obligados a integrarse al frente para defender con la última gota de sangre a la capital del Reich. Quienes no accedían eran ejecutados o condenados a la horca en espacios públicos, y sus cuerpos permanecían durante días expuestos a manera de lección para los vivos.

            En tanto, para las mujeres el avance soviético, no sólo en Berlín sino en todo el territorio del Tercer Reich, fue una pesadilla: miles de ellas fueron violadas con uso extremo de violencia por ordas de soldados rusos, a quienes también se les había inculcado un odio irracional por todo aquello que fuera alemán.

            El 22 de abril y luego de conocer que las fuerzas soviéticas habían roto el anillo defensivo de la ciudad, Hitler reconoció de forma abierta la derrota. Desde mediados de enero se había trasladado definitivamente a la capital del Reich y habitaba el búnker de dos pisos que se había construido debajo del jardín de la cancillería alemana. Ahí, confió a sus más allegados que debido a que no podía morir luchando se pegaría un tiro a fin de no caer en las manos del enemigo.

            El 30 de abril y luego de haber contraído matrimonio un día antes con Eva Braun, su amante por años, Hitler y su ya esposa se mataron. Él, ataviado con un pantalón negro y chaqueta militar de color gris verdoso, se pegó un tiro en la sien derecha y ella, con un vestido oscuro con flores de color rosa, injirió una cápsula de cianuro.

            Dos días después de la muerte de Hitler, la ciudad de Berlín capituló. Alemania lo hizo de manera incondicional el 8 de mayo poniendo así fin a la guerra que costó la vida de más de 50 millones de personas.


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