La caída del Muro de Berlín, cuando occidente devoró al oriente

Hace 34 años cayó el Muro de Berlín, que durante 28 años dividió físicamente a Alemania oriental de Alemania occidental. Fue una caída simbólica pero sumamente compleja que modificó radicalmente la vida de todos y cada uno de los alemanes orientales. Con motivo de dicho aniversario, Underground Periodismo Internacional reproduce para sus lectores este texto escrito por Yetlaneci Alcaraz y publicado originalmente por la revista mexicana Proceso en noviembre de 2019.

BERLÍN, Alemania.- Como cada día después de acostar a sus hijos, ese 9 de noviembre de 1989 Ute Flämig se sentó frente al televisor de su sala para ver las noticias. Lo que escuchó la dejó pasmada: la frontera entre Berlín del Este y del Oeste se abría y todos los ciudadanos de la República Democrática Alemana (RDA) podían cruzar libremente al otro lado.

A diferencia de los cientos de ossis que esa noche se lanzaron en masa a cruzar el muro, a esta maestra de jardín de niños –entonces de 27 años– le tomó dos semanas atreverse a pasar al otro lado y conocer por primera vez en su vida Berlín Occidental.

“Fue una enorme mezcla de sentimientos. De pronto un hombre en la tele anuncia que las fronteras estaban abiertas, y de la incredulidad pasé al miedo e incertidumbre sobre qué iba a ocurrir con nosotros, qué nos deparaba el futuro. Siempre habíamos escuchado que en Berlín Occidental había desempleo, problemas de drogadicción y esas cosas que en el Este no existían”, recuerda en entrevista.

Dos semanas después de la caída del muro y la desaparición de la frontera, Ute tomó de la mano a sus dos pequeños y cruzó a pie hacia Berlín Occidental. Recuerda que estaba oscuro, pero había mucho bullicio en las calles.

“En las tiendas había tantas cosas… Recuerdo que con el dinero de bienvenida que me dieron compré uvas y pepinos. Me sorprendí de que en noviembre los tuvieran en las tiendas, porque en el Este sólo los conseguíamos en verano. No pasamos más de una hora en la calle y cuando regresamos a casa sólo me alegré por estar de vuelta”, confiesa.

En Ute, como en muchos alemanes del Este, el derrumbe del sistema comunista que se avistaba causaba una mezcla de sentimientos agridulces; predominaba el temor sobre lo que vendría.

Si bien fue un grupo dentro del mismo Este el que con mucha determinación impulsó un cambio y, vía la revolución pacífica, exigieron reformas y la apertura del sistema, pocos imaginaron una transformación radical del régimen, como el que ocurrió casi de manera automática.

“Nuestra vida en la RDA no era mala. Sí, no podíamos viajar, y para quienes no veían a sus familiares en el Oeste era seguramente más duro, pero teníamos una vida tranquila, simple y segura. Yo al menos no me quejaba”, recuerda.

Pero el muro cayó y con ello se desató una vorágine. Con la euforia inicial comenzaron a vivirse procesos que transformaron profundamente la vida de los poco más de 16 millones de habitantes de la RDA.

El estigma llamado “ossi”


Desde 1989 se desató una nueva oleada migratoria del Este hacia el Oeste, la cual comenzó a frenarse apenas en 2017. En todo ese periodo, cerca de 4 millones de alemanes de la entonces RDA abandonaron sus lugares de origen. La mayoría eran jóvenes, mujeres y personas con estudios que buscaron en occidente mejores oportunidades. Eso tuvo una consecuencia económica y social en toda la región: pobreza, desolación y depresión entre quienes se quedaron.

El cambio del sistema económico por el que los mismos alemanes del Este se decidieron disparó un fenómeno hasta entonces desconocido por ellos mismos: el desempleo. Después de 1989, 66% de las 8 mil 500 empresas estatales que había en la RDA y daban empleo a gran parte de la población fue privatizado. De ellas, 80% quedó en manos de alemanes occidentales y 20% en extranjeras. Sólo 2.5% de las empresas se mantuvo a cargo de la administración pública y cerró el restante 30%. Ello causó que 3 millones de personas perdieran su empleo.

“El 18 de marzo de 1990 una mayoría aplastante en la RDA eligió el camino más rápido hacia la unidad alemana y, sobre todo, hacia el marco alemán (la moneda). Eso modificó radicalmente la vida de todos y cada uno de los alemanes orientales. Muchas cosas mejoraron, (pero) muchas otras empeoraron: millones de personas perdieron sus empleos y nunca más volvieron a tener uno nuevo. En sólo cuatro años, 80% de la gente tuvo que cambiar de trabajo. Esas consecuencias nadie las eligió”, asegura en entrevista el historiador alemán Ilko-Sascha Kowalczuk.

Originario de Alemania Oriental, el también investigador explica cómo todas las áreas más importantes y básicas de la sociedad se modificaron: desde los seguros médicos, la banca, las cajas de ahorro, hasta la infraestructura de transporte y de energía eléctrica que en su totalidad pasó a capital privado de Occidente.

“Se creyó equivocadamente que las consecuencias de todo ello se podrían absorber por medio de una política social generosa. Pero en Alemania no fueron las consecuencias sociales, sino las culturales y mentales las que fueron mucho más dramáticas y duraderas. Y en ese momento no se pensó en ello”, explica.

La periodista alemana Birgit Wärnke describe lo vivido por los alemanes orientales luego de la caída del Muro de Berlín, como la experiencia de inmigrar sin haber tenido que dejar su propio país. Con motivo de los 30 años de la caída del Muro de Berlín, Wärnke realizó el documental País de la unidad-o no (Einheitsland-oder doch nicht) para la televisión pública alemana. En él escudriña el sentimiento de los alemanes de la antigua RDA respecto del resultado de la reunificación. La conclusión revela cómo, pese a que físicamente el muro desapareció hace 30 años, todavía en la mente de muchos no termina de derrumbarse.

Para la elaboración de dicho documental, la cadena pública ARD solicitó a una empresa encuestadora preguntar a los alemanes de ambos lados sobre el tema. Los resultados son contundentes: 52% de los consultados en la entonces RDA cree que el proceso de reunificación no fue justo y 78% siente que a 30 años de la caída del muro el país está poco o nada unido.

El caso de la propia Wärnke –nacida en el Este alemán– evidencia lo complejo y duro que fue el tema para muchos. “En 1998 quería estudiar psicología y en mi solicitud para una plaza de estudios puse sólo universidades en el oeste: Heidelberg, Marburg o Hamburgo. Y lo que recibí fue un puesto en la universidad de Halle (en el este). Entonces me dije: ‘No, ahí no vas’. Y cambié la opción de carrera y me fui a Hamburgo a estudiar periodismo y ciencia política”, relata durante una entrevista en vivo en el estudio donde se transmite el programa matutino de mayor audiencia de la televisión pública alemana. “Entonces, me parecía que en Occidente tenía mejores oportunidades. Ya estando en Hamburgo hice todo lo posible para que la gente no me reconociera como ossi. En aquel momento sentí que venir del Este era como traer una marca encima, así que lo que hice fue adaptarme. Ahora, sin embargo, estoy de lado de mi raíz oriental”, confiesa.

Asimetría 


Años después de la caída del muro y la reunificación alemana ser ossi (del Este) o wessi (del Oeste) marcaba una diferencia.

A 30 años de aquellos sucesos históricos, cuando en realidad entre las nuevas generaciones dichos términos resultan ajenos y no se cuestiona más de qué lado se encuentra el origen de cada quien, los datos duros siguen mostrando que entre ambos lados todavía existen diferencias que pesan.

Algunos ejemplos basados en cifras oficiales: El salario bruto promedio en el Este alemán es de 2 mil 600 euros, mientras que en el Oeste asciende a 3 mil 339 euros. El número de personas económicamente activas en el oeste creció de 33 a 38 millones entre 2005 y 2018, mientras que del otro lado sólo se incrementó en 300 mil, dando un total de 5.9 millones.

En comparación con 1991, en todo el territorio que comprendió la entonces RDA siguen existiendo hasta ahora 800 mil puestos de trabajo menos. El índice de ­desempleo en 2018 en el Este fue de 6.9% y en el Oeste de 4.8, y 464 de las 500 empresas más grandes e importantes del país se encuentran asentadas en el Occidente; sólo 36, en el Oriente.

Las diferencias también son drásticas en algunas áreas académicas y políticas: 100% de los rectores de las universidades públicas de todo el país son alemanes provenientes del Oeste y en el caso de los Institutos de Investigación también: 93% de sus directores vienen de esa parte del país. Y aunque la formación de la canciller alemana, Angela Merkel, es del Este, dentro de los 14 ministerios federales del país 97% de los jefes de departamento son alemanes del Oeste y sólo 3% del Este. 

Caldo de cultivo


Para Kowalczuk, los datos presentados sólo indican una situación que siempre ha existido: muy poco ha cambiado la zanja que dividió a las dos Alemanias. “Es asombroso, pero nada de lo que hoy se debate es nuevo. Quien diga que en estos momentos surge un nuevo muro mental entre la población es que apenas se interesa por el tema o proviene del Este. La zanja entre Occidente y Oriente ha estado siempre presente en los últimos 30 años y todavía hay dos terceras partes de los alemanes orientales que siguen sintiéndose ciudadanos de segunda clase”, advierte.

Justamente esa situación de abandono e injusticia que muchos alemanes de la antigua RDA sienten ha servido como caldo de cultivo para el crecimiento de los partidos populistas de extrema derecha, como Alternativa por Alemania (AfD), que en las elecciones del pasado 27 de octubre se convirtió en la segunda fuerza política en el estado federado de Turingia.

–¿Es entendible el enojo de la gente y el voto de castigo contra los partidos tradicionales que favorece a organizaciones como el AfD en el Este alemán? –se le pregunta a Uwe Schwabe, uno de los protagonistas de la revolución pacífica que hace 30 años hizo posible la caída del Muro de Berlín.

–No. Para nada es entendible. La República Federal Alemana de hoy no tiene nada que ver con la Alemania comunista de hace 30 años, y quien intenta compararlas para concluir que hoy se está tan mal como antes sólo minimiza esa dictadura que, desde mi punto de vista, se caracterizó por la persecución, el espionaje y los asesinatos de alemanes en su frontera.

“Creo que el fenómeno tiene que ver con las heridas que una dictadura de 40 años dejó en la gente: temor a los extranjeros y la falta de una cultura de conflicto y de debate abierto. Es algo que los alemanes del Este no aprendieron.”

En una entrevista reciente que el semanario alemán Der Spiegel hizo a la canciller, Angela Merkel, con motivo del 30 aniversario de la caída del Muro de Berlín, ella habló sobre los errores políticos que pudieron haberse cometido, pero sobre todo de un déficit en el diálogo entre el Este y el Oeste.

“Lo que me ha hecho falta es una mejor conversación interalemana”, señaló. Cuando el semanario le preguntó a qué se refería, ella contestó: “Las experiencias de vida en el Este y el Oeste son distintas, y sobre eso debe hablarse más y esforzarnos por entendernos más unos a otros”.

De alguna manera, Ute Flämig coincide con la canciller: “Lo que en esta nueva sociedad se echa de menos es la sensación de unidad y la solidaridad que había de ayudarse unos a otros. Creo que eso se perdió y tendríamos que recuperarlo”. 

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