“Mi mundo se derrumbó”

El 11 de marzo del año pasado la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró como pandemia mundial el brote del nuevo coronavirus. Además de muerte, la epidemia por COVID-19 ha dejado durante el último año desolación y desesperanza especialmente en un sector de la población que ha visto cómo el futuro inmediato -que normalmente es un racimo de posibilidades- se ha convertido en letargo: los jóvenes.

Un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) revela que el impacto de la pandemia en los jóvenes es sistemático, profundo y desproporcionado. Se trata de proyectos y deseos truncados; de oportunidades perdidas, y de vida y fuerza desaprovechada.

En Underground Periodismo Internacional presentamos a partir de esta entrega, una serie de tres historias que tratan de eso, de sueños rotos.

Sergio Mendieta es un adolescente mexicano al que le brillaba el futuro en Estados Unidos: sus buenas marcas atléticas y sus altas calificaciones en la escuela le abrían el paso a una beca universitaria a la que pocos latinos como él pueden acceder. Pero algo no iba bien consigo mismo y comenzó a perder el rumbo. Y en esa crisis estaba metido cuando llegó la pandemia, complicándolo todo.

NUEVA YORK, Estados Unidos.- A los 16 años, el mexicano Sergio Mendieta aspiraba a una beca universitaria por su alto potencial deportivo y académico.

Pese a las barreras culturales que había enfrentado cuando su familia emigró de México a Estados Unidos cuando él tenía seis años, el chico había obtenido desde entonces primeros lugares en competencias de campo traviesa, natación y futbol soccer en la ciudad de Chicago.

Así que a principios de 2019, Sergio tenía frente a sí la oferta de varias becas completas para cuando llegara a la universidad. Para una familia en situación precaria como la suya, esa es prácticamente la única vía para seguir estudiando. La otra es pedir un crédito que quizás nunca pueda reembolsar.

Los costos anuales de las universidades públicas en Estados Unidos se elevan a 26 mil dólares, y en las privadas son del doble. Una inversión a futuro que no muchas familias estadunidenses pueden solventar porque el ingreso promedio de éstas se encuentra por debajo de los 70 mil dólares también al año.

“Probablemente hubiera roto el récord de mi escuela (en los 50 metros de nado libre) porque estoy a menos de medio segundo. Eso me hubiera permitido competir a nivel estatal y me hubiera colocado en una muy buena posición para obtener una beca”, explica Sergio en una entrevista telefónica con Underground.

Pero eso no fue posible porque llegó la pandemia y, con ella, el descarrilamiento de su carrera deportiva.

“Ahora he perdido muchísima condición y técnica porque no he podido practicar”, se lamenta el muchacho, que cumplió 18 años en septiembre pasado.

Y es que a más de un año de que estalló la crisis sanitaria mundial, Sergio, si acaso, aspira hoy a un financiamiento escolar parcial.

Lo que él llama “el punto de quiebre” se dio el día que compitió en la prueba de campo traviesa, poco antes de la pandemia. Quedó por debajo del tiempo necesario para calificar al campeonato del estado de Illinois. Jamás se imaginó que en ese momento sus planes de vida se transformarían de manera tan radical y que las aspiraciones que él y sus padres habían albergado durante una década se resquebrajarían.

Acostumbrado a ganar, ese fracaso en la pista de atletismo significó el inicio de un periodo marcado por la pandemia, que agravó su situación debido a las desigualdades estructurales que afectan a las comunidades minoritarias de Estados Unidos, especialmente a los migrantes como la familia Mendieta.

“Conozco a varios chicos bastante privilegiados que han podido pagar la membresía a un club privado y a entrenadores particulares; mientras, yo perdía mi condición física y mis marcas”, comenta Sergio, quien cursa el tercer año de preparatoria en la escuela Saint Patrick High School del vecindario de Belmont-Cragin en Chicago.

Tweet en el que la preparatoria donde estudia Sergio Mendieta lo nombra “Atleta de la semana”.

El rendimiento del adolescente mexicano se vio muy afectado por el cierre de las instalaciones deportivas durante los confinamientos de 2020. Recurrir a entrenamiento privado no era opción pues el bolsillo familiar no podía asumir una factura tan onerosa.

La madre de Sergio, Alejandra López, reitera que los muchachos que están destacando en el deporte son en su mayor parte blancos “anglosajones” que han podido tener acceso a entrenamientos privados y a clínicas físicas especializadas.

“A los latinos les cuesta el doble o el triple sobresalir porque carecen de los mismos recursos. Son garbanzos de a libra porque en verdad son casos extraordinarios”, recalca Alejandra, que estudió periodismo en la escuela Carlos Septién de la Ciudad de México.

Son los jóvenes más favorecidos socialmente los que, contradictoriamente, encabezan ahora las listas para recibir becas universitarias por desempeño.

Sin una de ellas, Sergio tendría como opción pedir un crédito estudiantil. Pero esa alternativa pesaría en su futuro financiero y patrimonial. Demos, un organismo independiente de análisis, señaló en un estudio previo a la pandemia que, 12 años después de haber solicitado uno de estos préstamos, 35 por ciento de los latinos se declaraba en suspensión de pagos; casi el doble que en el caso de los deudores blancos.

Demos concluye en tal estudio que los estudiantes latinos y afroamericanos enfrentan un dilema: o contraer miles de dólares en deudas o renunciar definitivamente a desarrollar sus habilidades. Y esa disyuntiva contribuye a perpetuar la escandalosa desigualdad entre “razas” en Estados Unidos.

Los Mendieta -Alejandra, Raúl y sus hijos Sofía y Sergio- se asentaron en Chicago a finales de 2008, en plena recesión económica mundial.

Durante un par de años la familia enfrentó estrecheces tan extremas que, para los registros estadísticos oficiales, caía en la indigencia. Muchas veces pudieron comer gracias a organismos comunitarios.

El ingreso de Sergio a la escuela no fue tan fácil como para los niños que hablaban inglés, ya que en la suya no había suficientes clases y servicios en español como segundo idioma. Esa circunstancia tiende a marginar a los hijos de migrantes desde los primeros años, a pesar de que esta población desempeña labores importantes para la economía estadunidense.

Y eso se vio reflejado durante la pandemia, cuando más de la mitad de los trabajadores que fueron considerados “esenciales” eran migrantes, según FWD, una organización pro-inmigración entre cuyos patrocinadores está Mark Zuckenberg, el fundador de Facebook.

“La transición al inglés le costó mucho trabajo a Sergio, lo mismo que adaptarse a la nueva cultura”, reconoce su madre, que ahora trabaja como asistente de maestra de educación especial en el sistema público de Chicago.

Además, el joven estaba sometido a un “estrés tóxico” debido a las dificultades financieras familiares, que afectaba su capacidad de aprendizaje y su salud emocional y física. Pese a ello, a los ocho años de edad rompió el récord de 50 metros de natación de su categoría en la escuela primaria que asistía, y luego despuntó en carreras de campo traviesa a nivel de la ciudad.

Como su hermana, Sergio también era un alumno excepcional. Con frecuencia figuraba en los cuadros de honor a pesar de las pruebas estandarizadas en que se basa el sistema educativo estadunidense y que -como las becas deportivas- favorecen nuevamente a los estudiantes ricos que pueden costearse cursos especializados.

Sergio Mendieta. Desempeño deportivo. Foto: Cortesía.

Sergio se sobrepuso durante años a las desventajas… hasta que las dudas propias de la adolescencia lo hicieron trastabillar. Y eso fue poco antes de que la Organización Mundial de la Salud declarara oficialmente la pandemia por el nuevo coronavirus. Al no calificar a la mencionada competencia de campo traviesa, el muchacho dice que sintió “muy desmotivado”.

“Tenía todas estas expectativas y metas, que mucha gente compartía conmigo y había logrado antes. Relacioné mi éxito en el atletismo con mi éxito en general. Eso me afectó muchísimo”, confiesa en la entrevista, que se llevó a cabo en inglés, idioma que ahora domina.

Y luego la presión sobre su futuro universitario terminó por mermar su estado de ánimo. Sergio se hundió en la depresión. Al principio la tenía controlada y no era muy evidente para los demás porque podía confundirse con los trastornos naturales de su edad, expone Alejandra a este corresponsal.

Pero un día el jovencito suspendió sus entrenamientos, constantes desde que tenía ocho años. Tras unas semanas de indecisión, a principios de 2020 tomó la determinación de enfocarse en la natación. Y fue entonces que el coronavirus azotó Estados Unidos y las piscinas públicas fueron cerradas.

Sergio narra que comenzó a “perder la pasión por el deporte”, que era su conexión directa con amigos y metas de vida. “Dejé de tener eso y mi mundo entero se derrumbó -refiere-. No tenía nada más. Toqué el punto más bajo en mi vida en términos de motivación”.

Pocas semanas después del primer caso de COVID-19 detectado en Estados Unidos -aquel enero de 2020-, el país se ubicó como uno de los más afectados en número de contagios y de muertes por el virus. El pasado 22 de febrero, el conteo de la Universidad Johns Hopkins alcanzó la triste cifra de medio millón de muertos en el país.

La tasa de hospitalización de latinos infectados por COVID-19 triplica la de la población blanca. Aunque la comunidad latina representa 18 por ciento de la demografía nacional, 32 por ciento de los fallecidos pertenecen a este segmento, de acuerdo a información de los Centros para el Control de las Enfermedades.

Ninguno de los Mendieta se había contagiado del nuevo coronavirus hasta el cierre de esta edición. No obstante, sí padecieron durante la pandemia de las barreras adicionales por su condición socio-económica. Y es que fue muy difícil conseguir un psiquiatra a través del sistema de salud público de Chicago que pudiera atender a Sergio.

En el sector privado estadunidense, una terapia inicial tiene un precio de 500 dólares, y las consultas subsecuentes van de 100 a 300 dólares por 45 minutos de tratamiento. Demasiado dinero para una familia promedio.

“Fue toda una odisea”, cuenta su mamá. Les dieron una cita tres meses después, pero se las cancelaron a causa de la pandemia. Cuando reabrieron los servicios, a Sergio lo pusieron en una lista de espera de ocho meses.

Su depresión se agravó mucho. Y sin poder frecuentar amigos ni entrenar, no contaba con apoyos para superarla.

Sergio fue diagnosticado con depresión clínica y con trastorno de déficit de atención. La falta de ejercicio había deteriorado su salud mental e incluso su desempeño académico, ya que, según los especialistas, el deporte mejora la actividad cerebral al detonar las hormonas favorables para la concentración y encender el sistema de atención sostenida.

Con un bajo promedio y sin logros atléticos recientes, la posibilidad de que el muchacho obtenga una beca universitaria generosa comenzó a esfumarse.

“La idea era obtener una beca que lo pudiera apoyar, pero eso ya no está en el panorama porque sus calificaciones se vieron muy comprometidas con la depresión y el déficit de atención”, plantea Alejandra.

Los jóvenes de la edad de Sergio han sido de los más perjudicados por la pandemia en el mundo. En Estados Unidos, 28 por ciento de aquellos entre 16 y 24 años no tenían empleo y tampoco estaban inscritos en la escuela, reveló un análisis del Per Research Center publicado en junio pasado tras la primera ola de contagios. Eso significó en ese momento un incremento de 16 por ciento respecto de los niveles anteriores a la pandemia. Desde entonces, el desempleo general en el país ha aumentado, incluyendo el de jóvenes.

Sergio, por su parte, está seguro que hubiera calificado a las competencias estatales de haber podido retomar sus entrenamientos. De cualquier forma habló con su preparador sobre la posibilidad de obtener una beca con base en sus logros anteriores. Aunque claro, sería un apoyo de menos dinero.

En enero último se reanudaron las clases en Chicago de manera parcial. El joven mexicano acude a su escuela dos veces por semana. La vida de los estudiantes de antes de la pandemia ha sido de alguna manera reincida. Sin embargo, las expectativas de Sergio difieren claramente de las que tenía hace un año. Su entusiasmo ha sido atemperado.

“Mi hijo -señala su madre- pasó por un proceso de duelo y aceptación de su déficit de atención. Ahora ya está tratando de manejar su vida conforme a esta nueva realidad”. Y concluye: “Quién sabe, si el COVID no se hubiera presentado, a lo mejor ahora estaríamos contando otra historia”.

DETRÁS DE LA HISTORIA

Ambos estudiábamos periodismo, nos encantaba el rock y la literatura. También apoyábamos las reivindicaciones indígenas y de justicia social del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Eran los noventa en la Escuela de Periodismo Carlos Septién, en la Ciudad de México, y parecía inevitable que Alejandra López Martínez y yo nos hiciéramos amigos. Conocí más tarde a su marido, Raúl, un gringo a toda madre nacido en una familia mexicana de Chicago, quien convenció a Alejandra de mudarse a Estados Unidos.

Ella desde Chicago y yo desde Nueva York continuamos nuestro trabajo periodístico. Con los años, Alejandra cambió de profesión. Ahora es maestra del sistema público de educación de Chicago. No me sorprende. Los maestros de esa ciudad han liderado muchas batallas nacionales por obtener mejores condiciones de trabajo para docentes en todo Estados Unidos, incluso durante la pandemia.

Investigando para Underground contacté a Alejandra, quien seguramente conocería el caso de un joven cuyas aspiraciones hubieran sido truncadas por la pandemia. No me equivoqué. El resto de esta historia está en forma de reportaje.

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Este reportaje forma parte de una serie, lee aquí la siguiente entrega

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