Morir por el deporte

Desde hace algunos años en Argentina han surgido casos de suicidios de deportistas profesionales que no resistieron al estrés y la depresión. Y es que detrás de la imagen idealizada de la gloria deportiva -sobre todo en el futbol- existe una intensa competencia a la que los atletas están sometidos desde corta edad en pos de un futuro prometedor. A lo anterior se suma la exaltación que se hace de la virilidad en el mundo del deporte, lo cual muchas veces genera que los futbolistas guarden sus peores emociones y caigan sin freno en un laberinto oscuro. Y ello por la falta de servicios de acompañamiento psicológico en sus equipos.

BUENOS AIRES, Argentina.- A los 19 años Nahuel Tuya, un joven uruguayo que jugaba al futbol en Montevideo, sintió que se iba a morir en medio de la calle. Era el 19 de marzo de 2020 y volvía de tomar mates con su novia. Al caminar la primera cuadra le empezó a doler la cabeza, se le aceleró el corazón, le pesaban los hombros y, de pronto, dejó de ver. Había tenido un ataque de pánico. Ese fue el primero de muchos otros que lo acompañaron durante casi un año, y que, en los peores momentos, se repetían varias veces en un mismo fin de semana.

Diez meses después de ese episodio quiso dejar de sufrir. Empezó un tratamiento psicológico y tomó una decisión que cambió el destino que creía tener para su vida: dejó el futbol profesional.

“Ya no quiero jugar futbol, espero que me entiendan. Si sigo jugando me voy a terminar matando, tengo mucho dolor y creo que la solución es apartarme de esto”, recuerda que les dijo por teléfono a sus representantes. Para ese momento, no solo tenía crisis sino que le habían diagnosticado depresión. “Yo estaba en la parada esperando el colectivo para irme a entrenar y tenía más ganas de tirarme abajo del colectivo que de subirme”, cuenta a Underground.

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Como él, otros deportistas pasaron por situaciones similares, pero su final fue diferente. En febrero, tres noticias sacudieron al mundo del deporte argentino por su impacto y proximidad. Santiago “Morro” García, Alan Joel Calabrese y Rodrigo Maya -jugadores de futbol, rugby y handball, respectivamente- se suicidaron en la misma semana.

Sobre todo en este país, el futbol es el deporte que acumula más antecedentes de suicidios. Entre los casos más recientes se encuentran los de Alexis Ferlini y Leandro Latorre, que se quitaron la vida en 2020, y los de César Borda, Julio César Toresani y Leandro Cogrossi un año antes. Muchos otros jugadores han relatado que vivieron situaciones de ansiedad y depresión que los llevaron al límite.

Cuando se instala el vacío

Cuando cumplió 31 años, Pablo Lavallén había logrado todos los sueños que tenía de niño. Había jugado en River Plate -el club que lo formó y uno de los más grandes del futbol argentino-, con el que ganó varios torneos y una Copa Libertadores. Lo habían convocado equipos de México y, en su vida personal, estaba casado y tenía hijos. Para los ojos de la sociedad no tenía problemas. Sin embargo, en su cabeza sólo podía pensar si todo eso valía la pena.

“Cuando hay vacío realmente no tienes ganas de nada. Es algo que quieres tapar pero se te va notando en el ánimo, en cómo hablas, en la mirada, en la postura corporal”, señala a este medio.

En esa etapa de su vida entró en una profunda depresión que, según sus palabras, “lo terminó torturando”. Fueron tres meses en los que sentía que no pasaba el tiempo y pensó en dejar el futbol. “En ese momento no ves una salida, por eso hay otros futbolistas que deciden ponerse una pistola en la boca y pegarse un tiro, porque lo ves todo cerrado, todo efímero”.

Lo cierto es que sí hay salida. Tanto él como Nahuel Tuya pudieron trabajar sobre esta problemática y encontrar soluciones. El primer paso fue hablar y pedir ayuda. “Sabes que tocaste fondo: bueno, más abajo no vas a ir. Puedes mirar para arriba y es posible que veas luz”, dice Tuya que, ahora, está dispuesto a escuchar e intentar ayudar a quienes se le acercan porque conocieron su historia y están viviendo algo similar.

Según estadísticas de la Federación Internacional de Futbolistas Profesionales (FIFPRO) y las Facultades de Medicina de Ámsterdam, 16 por ciento de los futbolistas sufría ansiedad y 13 por ciento depresión en 2020. En Argentina, aunque no hay estudios oficiales, un informe realizado por el sitio especializado en deportes “Argentina Dorada” encontró que, de 480 deportistas encuestados, casi 40 por ciento de los varones sufrió o sufre ansiedad y 20 por ciento depresión.

“La ansiedad tiene un montón que ver con el deporte y el exitismo (obsesión por el éxito); con las exigencias y lo que se espera de los jugadores a través del camino que tienen que hacer para llegar a ser lo que sueñan. Hay un montón de ansiedades, malestares, angustias implicadas que no se están atendiendo, justamente porque no hay un abordaje integral de esta problemática”, explica a Underground Débora Majul, licenciada en Psicología y especialista en deporte, géneros y juventudes.

En una región en donde el fútbol se presenta como una posibilidad de ascenso social y salvación, quienes lo practican cargan con distintas presiones. A eso se le suma un componente particular: el mandato de la masculinidad, que los impulsa a mostrar fortaleza y esconder sus emociones.

Infografía: Estefanni Martínez.

Tomás Giménez tiene 20 años, juega futbol “desde que tiene uso de razón” e hizo su primera pretemporada con un equipo a los 13. A los 16 debutó en Primera División y a los 17 lo convocaron del Instituto Atlético Central Córdoba. Su nivel de emoción se equiparaba con el nivel de presión que tenía por demostrar que merecía su lugar como titular. Después de unos meses tuvo un quiebre que lo hizo dejar el futbol para siempre. “Me costó mucho decírselo a mi viejo, que puso todas las fichas en mí. Era una emoción que me partía, decía llorando que no quería jugar más al futbol. Sentía que nunca había pateado una pelota, para que te des una idea de cómo fue el bajón que tuve. No pude con eso de que te tiran para que te aguantes cosas, para resistir: no me lo aguanté”, recuerda en conversación con esta periodista.

La alegoría del globo

De 100 chicos que van a jugar a las ligas inferiores de un club se estima que solamente tres llegan a Primera División. Juan Cruz Komar, futbolista en Talleres de Córdoba, lo describe muy bien: “En Argentina levantas una piedra y hay un chico que juega a la pelota, que lo hace bien y que quiere llegar a Primera. Entonces la competencia es muy grande y lo cierto es que la gran mayoría no llega a jugar en Primera y estamos todo el tiempo preparados para esa competencia, para esa exigencia, y es difícil manejarlo”.

Al ser Argentina un país apasionado y exigente con este juego de equipo, los más chicos han generado una imagen idealizada de la gloria deportiva y el futbol aparece como algo primordial en la vida de los varones.

Cualquier partido sabatino de “baby futbol” -en donde juegan niños- se puede convertir en una guerra entre padres, donde hay insultos de técnicos a pequeños de ocho o nueve años, a quienes se les presiona como si estuvieran iniciando una carrera profesional. En su faceta como entrenador -después de haberse retirado-, Lavallén recibió más de una vez a chicos llorando y sin querer jugar más al futbol, porque lo que debería ser lúdico a su edad termina siendo una obligación.

Luciano Luterau, psicoanalista, doctor en filosofía y autor de El fin de la masculinidad explica a Underground: “Durante el siglo XX el deporte se convirtió en el reemplazo de la guerra como institución que ponía a prueba la virilidad. Ahí combaten países, equipos, varones cuerpo a cuerpo, por un honor que hace que no hablemos solamente de un juego. El deporte, incluso en una plaza, puede perder su condición lúdica cuando queda capturado en este entramado. Esto tiene muchísima incidencia a la hora de trabajar lo psicológico”.

Depresión y estrés matan el deporte. Foto: Guillaume de Germain / Unsplash.

A los 16 años, Ezequiel Neira dejó su casa en un pueblo de cinco mil personas para irse a vivir a una pensión del club Instituto Atlético Central Córdoba, en la segunda ciudad más grande del país. De un día para el otro tuvo que volverse adulto: empezó a manejar su dinero, sus tiempos y sus emociones solo. Si bien no tuvo ninguna crisis profunda, los primeros meses no lograba adaptarse y pasaba los días contando cuánto faltaba para volver a su casa, aunque había llegado al club hacía sólo dos semanas.

Relata a esta periodista: “Llegaba de entrenar y me faltaba algo. Estaba en un club profesional, donde se jugaba pensando en un futuro y sabes que es por mucho dinero. Entonces la competencia y las exigencias son más, y tienes compañeros que son buena gente pero saben que tú estás compitiendo por el mismo lugar que ellos”.

La sensación de estar en un lugar privilegiado -porque muchos otros chicos querían estar ahí y no podían- hizo que se terminara adaptando y se convenciera de que tenía que aprovechar la posibilidad de progreso que tenía entre sus manos.

“En aquellos deportes donde hay más exposición, la incidencia del factor emocional es aún mayor: el error se hace menos tolerable, se siente una gran carga frente a todo lo que está en juego y acecha el miedo a perder lo que tanto trabajo costó conquistar”, señalan a este portal a través de un correo electrónico común Silvina Beckmann, Gonzalo Primo y Jorge Dugo, especialistas en psicología aplicada al deporte y miembros de la Asociación de Psicología del Deporte Argentina.

Tuya, el joven futbolista uruguayo ya mencionado, no tuvo más remedio que contar lo que le pasaba, pero le costó empezar un tratamiento psicológico. Creía que lo iban a tomar por loco o que no lo iban a entender. Para el resto del mundo, él tenía la vida perfecta.

“Me autopresioné y cargué responsabilidades de más que no supe controlar. Yo quería firmar un contrato para comprarle una mejor casa a mis padres. El tema de las crisis de pánico, la ansiedad, la depresión en el futbol es como un tabú. Eso te perjudica y uno va guardando cosas, que no las puedes expresar porque al ser una figura pública se olvidan que eres una persona y que tienes ciertos sentimientos”.

Tuya describe esa situación con una alegoría: la de un globo en medio de un campo lleno de cactus. Mientras más cosas retiene el globo, más se infla, hasta que llega un momento en el que se vuelve tan grande que se queda sin espacio y termina chocando contra un cactus que lo hace explotar.

“El deporte del hombre”

No hay que llorar por una patada. El futbol es cosa de machos. Hay que jugar “como hombre”. No hay, prácticamente, jugadores profesionales que se hayan declarado homosexuales. Estas premisas que se instalaron como cimientos en el futbol argentino tienen un fuerte impacto en cómo se moldean las masculinidades de los varones que practican este deporte. En lo deportivo se traduce en ser luchador y sacrificado, y evitar abrirse y mostrar emociones, porque son características que se adjudican a la feminidad.

“El mandato masculino por excelencia se basa en la demostración de la potencia. ‘Ser de hierro’ es el grado máximo, que en algunos deportistas se traduce no sólo en ‘no fallar’, sino también en no mostrar emociones. Y no es lo mismo un deporte como el tenis que el futbol. En este último caso, hay una comunidad que también, en clave masculina, autoriza las transgresiones”, añade el citado psicoanalista Luterau. Así, en la encuesta realizada por “Argentina Dorada” sólo 27 por ciento de los deportistas varones contestó que recibía asistencia de profesionales en salud mental.

El exfutbolista Lavallén hace hincapié en que lo primero que hay que vencer es el miedo de los deportistas a poder expresar sus emociones. “Estás en un ámbito que pareciera que son robots. Lo último que espera la gente o la prensa es que un deportista reconozca que es vulnerable”. Esa misma idea, la de sentirse tratado como una máquina, era la que había manifestado Santiago “Morro” García antes de suicidarse. En una entrevista en Radio Nihuil, transmitida el 6 de junio de 2019, había señalado: “No somos robots, no estamos hechos de acero, nos pasan cosas”.

Komar, el defensa del Talleres de tan solo 24 años, reconoce que ha tenido varias crisis: “Se manifiestan en mucho desgano a la hora de entrenar, en falta de energía, falta de fuerza, ganas de que termine el entrenamiento, pensar en no jugar más”. De más chico le sucedía todavía más. A los 14 años viajó 300 kilómetros solo desde Rosario, una ciudad en la provincia de Santa Fe, hasta Buenos Aires para instalarse en el barrio de La Boca.

El Club Atlético Boca Juniors lo había fichado para las inferiores e iba a vivir en la pensión del instituto. Los fines de semana visitaba su ciudad y cuando tenía que irse “era un suplicio”. Recuerda que aguantaba el llanto en la terminal para no angustiar a sus papás, pero cuando el micro arrancaba él se ponía a llorar.

En ese entonces, el psicólogo del club lo ayudó muchísimo. “Nosotros los jugadores somos por ahí reticentes a expresarnos demasiado. En este caso no lo veo tanto por reprimir (un sentimiento), sino porque vivimos en un contexto donde mucha gente se puede aprovechar. Por eso cuando llega un psicólogo nuevo no vas a contarle todos tus problemas. Me parece que tiene que haber un incentivo desde todos lados: el presidente, los dirigentes, el cuerpo técnico. Eso pone en la persona del psicólogo una confianza mucho más grande que puede motivar a que los jugadores empiecen a trabajar con él”.

En su tesis de maestría, la referida especialista Débora Majul hizo un trabajo de campo en un albergue que tiene un club de la provincia de Córdoba para analizar a los jugadores.

Explica que encontró en ellos que en el fondo estaban afectados en su capacidad para gestionar correctamente el sufrimiento y en general lo que les provocaba malestar emocional, ante lo cual, señala la experta, “las instituciones no están preparadas” y no pueden ofrecer un acompañamiento psicológico.

Y es que, por ejemplo, de los 26 clubes de primera división que existen en Argentina, sólo cinco disponen de un psicólogo para el plantel. Beckmann, Primo y Dugo reconocen que, en algunos casos, su trabajo se fue abriendo espacio en las instituciones a partir de noticias como las del suicidio de “Morro” García. Refieren: “No podemos negar la existencia de las presiones, pero sí realizar un aprendizaje que permita gestionarlas, abordar todas aquellas emociones que están en juego. La contención es fundamental, poner a la persona por encima del deportista. Y el enfoque mejora cuando logramos trabajar dentro del marco interdisciplinario”.

Infografía: Estefanni Martínez.

Los entrevistados, tanto profesionales de la salud como jugadores, coinciden en que hace falta un cambio de raíz en relación a la salud mental en el deporte. Plantean que son urgentemente necesarios psicólogos especializados en todos los clubes. Pero también, advierten, se requiere un trabajo social para repensar los roles y dinámicas que se construyen en el mundo futbolístico, y que incluso llegan a legitimar la violencia como expresión de la masculinidad. Y si de valentía se trata, es mucho mejor saber pedir ayuda a tiempo que esconder las emociones autodestructivas.


SI ESTÁS EN ARGENTINA Y PIENSAS QUE TÚ O ALGÚN ALLEGADO PUEDE ESTAR ATRAVESANDO ALGUNA DE LAS ANTERIORES SITUACIONES, PUEDES LLAMAR AL 0800-345-1435 DESDE CUALQUIER PARTE DEL PAÍS O A LA LÍNEA 135 DESDE CAPITAL FEDERAL Y GRAN BUENOS AIRES.

DETRÁS DE LA HISTORIA

Después de que en febrero se suicidaran tres deportistas en la misma semana en Argentina, el tema quedó resonando en mi cabeza. A su vez, hacía tiempo venía leyendo sobre el aumento de casos de ansiedad y depresión en la población. Por la incidencia y las particularidades del deporte, me pareció interesante abordar la temática de la salud mental desde la perspectiva deportiva y a través de sus jugadores. Al mismo tiempo, sentía que la cuestión de la masculinidad como impedimento para trabajar lo psicológico en el fútbol era una arista no tan hablada y atractiva para indagar. Es que, sobre todo en Argentina, el fútbol se construye “a lo macho”. Cuando se conocieron los casos de suicidios se reflotó una entrevista en donde el mismo Lionel Messi había contado: “Tendría que haber ido al psicólogo pero no fui nunca. No sé por qué me cuesta dar el paso incluso sabiendo que lo necesito”.

Por último, tenía la intención de buscar una temática que tuviera un arraigo especial en Argentina. Si bien el deporte en general y el fútbol en particular son internacionales y trascienden esta frontera, pocas cosas generan tanta pasión y representan tanto a este país en el mundo como el fútbol. Todas estas cuestiones se conjugaban en un combo interesante para explorar la temática en toda su complejidad.

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