Narcoviolencia: una mirada holandesa

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Estudioso desde 2009 de la narcoviolencia en México, el corresponsal de guerra y antropólogo holandés Teun Voeten expone a Underground una mirada externa de lo que él llama la “guerra híbrida” mexicana y las raíces del sadismo extremo de los cárteles de la droga -a los que compara con los terroristas del Estado Islámico- a propósito de la reciente aparición en versión inglesa de un libro de su autoría. También relata cómo por ese conocimiento del caso mexicano fue invitado por el alcalde de la ciudad belga de Amberes a realizar un reporte -que fue publicado como libro el año pasado- sobre la violencia que está generando la entrada de cocaína por ese puerto.

BRUSELAS, Bélgica.- El fotoperiodista y antropólogo holandés Teun Voeten creía haber visto las peores crueldades en los conflictos armados que cubrió durante décadas: el genocidio en Ruanda, las masacres en Bosnia, la cruenta guerra civil en Sierra Leona, el terrorismo islámico en Irak y Afganistán…

En cambio, nunca esperó encontrar en México el grado de violencia “demencial” que a él, un veterano corresponsal de guerra, lo dejó impactado, en particular el que fotografió en Ciudad Juárez.

Entre 2009 y 2011, Voeten visitó 10 ocasiones Chihuahua, así como Michoacán y Guerrero, estados que la “guerra contra el narcotráfico” del entonces presidente Felipe Calderón había convertido en zonas de combate donde se perpetran graves atentados contra los más básicos derechos humanos.

De esa experiencia surgió en 2012 -con el apoyo de fondos para el periodismo de Bélgica y Holanda- su fotolibro Narco Estado: narcoviolencia en México, en el que Voeten presenta un recorrido visual por la barbarie criminal del país, a la que pudo acceder porque fue autorizado a acompañar a policías en operativos, patrullajes y escenas de ejecuciones recién consumadas.

Seis años después de aquel volumen -que publicó la editorial belga Lanoo sólo en versión inglesa-, Voeten llevó a las librerías un largo estudio -en holandés- en el que profundizó en la temática. Su título es La violencia del narcotráfico en México. Un nuevo tipo de guerra, el capitalismo depredador y la lógica de la crueldad.

Actualizado, esa obra acaba de ser presentada en inglés en colaboración con la revista digital Small Wars Journal de Estados Unidos.

“Este estudio -explica el autor al inicio de la obra- es el resultado de un profundo interés por un fenómeno que contraviene de forma estremecedora la dignidad humana y aterroriza a gran parte del país”.

Voeten, quien reside en Bélgica, agrega en entrevista a Underground que después de aquel trabajo fotográfico había quedado “intrigado” por las características tan particulares de la violencia emanada del tráfico de drogas en México. Su lado de antropólogo, dice, lo empujó a “ir más a fondo”.

“La fotografía es un medio fantástico, pero siempre te quedas, literalmente, en la superficie”, refiere, y plantea que, como antropólogo, el objetivo de su investigación fue encontrar “patrones transculturales” en diferentes actores de la violencia en el mundo. En su libro Voeten compara la que ejercen los sicarios mexicanos, los niños soldados de África occidental, los maras centroamericanos y los yihadistas del autodenominado Estado Islámico.

En la entrevista realizada el 9 de marzo pasado, explica que a pesar de los distintos contextos económicos, niveles de educación o entornos y raíces culturales que hay entre ellos, “muchos de sus patrones de comportamiento -como las motivaciones para volverse asesino, cómo elegir a quién matar o los métodos para cometer atrocidades- son los mismos”.

Voeten dedica en su libro un apartado al caso específico del Estado Islámico y los cárteles mexicanos, cuyos métodos de violencia y técnicas de comunicación concluye que son similares.

“He visto la violencia extrema del Estado Islámico en Irak. En el pasado, México alcanzaba en algunas ocasiones el mismo nivel. Pero desde hace algunos años, con la fragmentación de los cárteles en grupos pequeños y más brutales, México está superando a la violencia iraquí”, señala en la entrevista.

Su tesis es que tal violencia no es de índole irracional. La plantea como “un comportamiento de crueldad extrema que tiene como base un muy racional proceso de toma de decisiones: es una forma de comunicar, una estrategia de propaganda y una manera de intimidar a los enemigos”.

Tanto terroristas islámicos como narcos mexicanos, dice Voeten, comparten la manera en que exhiben y diseminan en las redes sociales lo que él califica como “ultraviolencia”.

Expone: “Si ves los videos de uno y otro grupo, parecen copiados. En un video del año pasado, el cártel Jalisco Nueva Generación muestra una caravana de vehículos todo terreno blindados y hombres vestidos con uniformes de camuflaje que portan armas de alto poder. Y esa es básicamente la misma secuencia que vemos en los videos de propaganda del Estado Islámico: largas columnas de vehículos y de gente vestida y armada igual. Ves que hay una conducta de imitación, de mimetismo. La única diferencia es que el Estado Islámico tiene un componente religioso, pero en técnicas de comunicación son muy parecidos”.

A raíz de la extrema violencia que estalló en el país, en el sexenio de Calderón surgió el debate en el extranjero -principalmente en Estados Unidos y Europa- sobre la posible calificación de México como un Estado fallido controlado por el crimen organizado.

En su libro, Voeten reconoce que el término se ha prestado a cierto abuso. Pone dos ejemplos: en 2005 el Índice de Estados fracasados que elabora el centro de investigación de conflictos violentos Fund for Peace y la revista estadunidense Foreign Policy -luego cambió su nombre a Índice de Estados frágiles– incluyeron sorprendentemente a República Dominicana. Y en 2015, un columnista del portal Politico de nombre Tim King expandió la misma consideración en contra de Bélgica, lo que otros medios y líderes de opinión comenzaron a replicar, acusando al reino de haberse convertido en un nido de terroristas islámicos (quienes cometieron los atentados de París ese año provenían de este país vecino a Francia).

Voeten escribe que, por experiencia, puede decir que importantes ciudades latinoamericanas plagadas de niveles extremos de violencia muestran enormes diferencias comparándolas con capitales de Estados fallidos que ha visitado como Kabul (Afganistán) en 1996, Freetown (Sierra Leona) en 1999 o Monrovia (Liberia) en 2003.

Ciudad Juárez, como la conoció durante la administración del presidente Calderón (2006-2012), señala que es una de esas ciudades latinoamericanas que, a pesar de todo, seguía funcionando a su manera y no se colapsó, como sí ocurrió en las ciudades que cita.

Y eso es lo que más sorprende e interesa a Voeten de la tragedia mexicana.

“Durante años he cubierto conflictos demenciales. Lo que vi en Sierra Leona o Liberia hace 20 años eran horribles Estados fallidos. Estuve en Kabul en 1996 y no había manifestación de vida en las calles. Igual en Angola. Pero eso es lo que finalmente uno espera que genere la extrema violencia.

“Lo que me fascina de México como antropólogo es que, a pesar de esos niveles tan altos de violencia que muestra, no puedo decir que sea un Estado fallido. México es un Estado moderno, sofisticado; tiene autopistas, brillantes universidades, un sistema de salud, una población en general educada, grandes medios de comunicación, muy bellos museos”.

Sin embargo, aclara, lo que sí hay son estados de la República fallidos, como es el caso, dice, de Guerrero o Tamaulipas, donde el gobierno ha perdido el control.

Teun Voeten. Imagen: VRT

-Usted afirma que en México se libra una “guerra híbrida”, se le comenta.

-Mi libro se compone de tres puntos: la dinámica de la guerra, el funcionamiento de los cárteles como corporativos y los factores por los que la gente puede cometer atrocidades. En mi primer ángulo me pregunto: ¿qué tipo de guerra hay en México? La palabra guerra define de manera clásica el enfrentamiento entre dos Estados. En las décadas de los 80 y 90 aparecen las llamadas “nuevas guerras”, en las que todos pelean contra todos y no hay más distinción entre tropas regulares y la población civil, además de que los objetivos entre bandos y al interior de ellos mismos son diferentes y algunos tratan de explotar la situación de caos para sacar beneficios económicos.

La última fase de estas “nuevas guerras” es la “guerra híbrida”, que él define como “una mezcla de diferentes niveles e intensidades de combate y violencia y de grupos en confrontación”, la cual a veces se da de manera soterrada.

Y es que Voeten identifica en su libro al menos seis “guerras” que se están llevando a cabo simultáneamente en México, además de la “guerra oficial contra las drogas” que enfrenta el Estado contra las organizaciones criminales.

Son las guerras de cárteles contra cárteles; las internas en cada cártel por razones de liderazgo; las de civiles organizados (autodefensas) contra actores de la violencia; la de escuadrones de la muerte contra pequeños delincuentes o marginados (operaciones de limpieza social); la del crimen no organizado contra civiles desarmados, y la de autoridades contra autoridades de diferentes niveles de gobierno -“guerra del poder”, le llama- que defienden a bandos criminales opuestos.

“Es muy interesante”, explica Voeten a este corresponsal: “en holandés y en inglés la palabra `violencia´ sólo existe en singular, pero en México es correcto hablar de `las violencias´, ya que en el país conviven varias de manera simultánea”.

Y no observa en su libro una mejora de la situación. “Podemos decir -se lee- que la estrategia del gobierno de Calderón, que de hecho fue continuada por (Enrique) Peña Nieto, sólo dio como resultado la fragmentación de las grandes organizaciones del tráfico de drogas y el surgimiento de nuevos actores ansiosos por demostrar su ferocidad. Actualmente, la situación se ha vuelto más violenta y complicada que nunca. Y la estrategia de AMLO no muestra resultados hasta ahora”.

Voeten aprovechó su conocimiento sobre la narcoviolencia en México para escribir otro libro, publicado el año pasado únicamente en holandés. El trabajo se titula Drogas: Amberes bajo el dominio de las organizaciones holandesas de la droga, refiriéndose a la ciudad belga cuyo puerto se ha convertido en el acceso a Europa de la cocaína latinoamericana y en donde la violencia se ha disparado en la última década.

Voeten señala que la problemática en Amberes -donde él vive- tiene que ver con el protagonismo que ha ganado en el mercado internacional de las drogas Holanda, el país vecino de Bélgica a donde está destinada 90 por ciento de la cocaína que llega a Amberes con la idea de ser repartida posteriormente por toda Europa.

“Puede parecer extraño para los mexicanos -dice-, pero Holanda es un narco-Estado, funcional y light, pero lo es. Los grupos criminales más grandes de Europa están basados en Holanda, que se ha convertido en un país productor, exportador e importador de drogas, además de consumidor de las mismas. Nosotros no tenemos el mismo nivel de violencia que en México porque ni la desigualdad, ni la corrupción, ni la impunidad es comparable”.

Sin embargo, advierte, la violencia ligada al tráfico de drogas está alcanzando cimas inéditas para ese país, como lo probó el asesinato en la capital holandesa -el 18 de septiembre de 2019- del abogado Derk Wiersum, quien defendía a un testigo de la fiscalía en un importante proceso contra la mafia marroquí local. O el hallazgo el 9 de marzo de 2016 -en una calle céntrica también de Ámsterdam- de la cabeza de un traficante cuyo cuerpo fue hallado previamente dentro de un vehículo incendiado.

Los más recientes libros de Teun Voeten.

En Amberes la violencia todavía no llega a tanto, pero no paran los tiroteos y los ataques explosivos entre bandas rivales. En una ocasión una granada detonó a unos metros de la vivienda donde reside Voeten. “Estalló a 30 metros de la ventana de mi cocina”, relata.

Ese episodio lo motivó a escribirle al gobierno de la ciudad de Amberes. Les dijo: “Escuchen, esto todavía no es México, pero están ocurriendo muchas cosas. Me encantaría comparar la situación de México desde una perspectiva más internacional”. El alcalde Bart De Wever aceptó su propuesta y fue así como pudo realizar su reporte, que se convirtió en el libro.

Quizás la parte más novedosa de su investigación tiene que ver con las entrevistas que el gobierno le permitió realizar a 15 traficantes locales de drogas que cumplían condena en prisión. Cuenta que para ganarse su confianza platicó con ellos sobre sus vivencias cubriendo el narcotráfico mexicano. Y lo consiguió. Entre risas, Voeten dice que estaban muy entretenidos, particularmente cuando les habló del armamento que había visto en México.

A partir de esas y otras entrevistas pudo conocer que los grupos criminales de Amberes son los que se encargan de recuperar la cocaína de los contenedores que llegan y los de Holanda de su transportación y de la gestión y blanqueo de las ganancias; que los traficantes holandeses prefieren Amberes que Rotterdam -el mayor puerto de su país- porque hay menor control; que en Amberes un conductor de grúa puede recibir 50 mil euros por colocar un contenedor con droga en el sitio adecuado, o que un empleado portuario puede ganar mil euros por cada kilo de cocaína que ayude a pasar.

En la presentación del mencionado libro, Voeten no deja lugar a dudas: “Aunque el contexto difiere considerablemente -en la medida en que en Bélgica y en los Países Bajos no hay una corrupción endémica y omnipresente, ni desigualdades flagrantes, ni pobreza ni violencia extremas (como en México)-, se pueden distinguir patrones similares (de criminalidad y violencia)”.

DETRÁS DE LA HISTORIA

Uno no lo esperaría, pero Holanda es un país donde la violencia mexicana ha despertado mucho interés desde hace años. Recuerdo que ese país fue uno de los primeros en Europa en donde se cuestionó la política de seguridad que emprendió el presidente Felipe Calderón. En mayo de 2011, por ejemplo, se llevó a cabo en Utrecht una conferencia internacional dedicada a México, pero fue en el marco de una serie de pláticas sobre Estados fallidos (a lado de Afganistán, Haití o Congo). El evento, organizado por dos centros de estudios holandeses, no gustó nada al gobierno, que en ese momento ya enfrentaba las críticas de la comunidad internacional por la cantidad de sangre que estaba costando su “guerra contra las drogas”.

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