Nuevo Horizonte, atrapado en el sueño revolucionario

Escondida en medio de una autovía, la comunidad guatemalteca de Nuevo Horizonte parece anclada en el tiempo. Los antiguos guerrilleros que la fundaron hace más de dos décadas luchan -aunque con muchas dificultades- por mantener perennes los ideales revolucionarios de quienes se alzaron en armas contra las autoridades de ese país entre 1960 y 1996. Pasear por sus calles es desconectarse del mundo actual para sumergirse en un convulso capítulo de la historia de Guatemala. Underground visitó el lugar y conoció a algunos de sus habitantes, entre ellos a Rony, nombre de guerra de uno de sus líderes.

NUEVO HORIZONTE, Guatemala.- “Soy un hombre que lucha pensando en sembrar el amor. Soy guerrillero porque amo la paz. Que sepan que ante la injusticia no habrá rendición”, refiere la letra de una canción a ritmo de cumbia colombiana. La música fluye a través de unos altavoces colocados a lado de una foto del Che Guevara en la que se lee: “Hay que ser duros sin perder la ternura”.

Mientras suena la melodía, Lucero se afana en alimentar dentro de su vivienda a decenas de gallinas, pollos y chompipes (guajolotes). A ellos dedica su vida desde que dejó a finales de los años 90 la guerrilla guatemalteca de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR).

De su paso por este grupo revolucionario dan fe varias fotografías que cuelgan de la pared y comparten espacio con otras imágenes del Che, del expresidente de Cuba, Fidel Castro, o del líder revolucionario nicaragüense Augusto César Sandino. En el cuarto de su hija -que nació en el seno de la guerrilla- hay una bandera de las FAR, que fue uno de los cuatro grupos revolucionarios que se enfrentaron al Estado guatemalteco entre 1960 y 1996.

Ese conflicto armado interno cegó la vida de 200 mil personas y dejó un saldo de 45 mil desaparecidos. Durante ese lapso se registraron 679 matanzas, en su mayoría de indígenas y campesinos perpetradas por el Ejército (93 por ciento), según un informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico de las Naciones Unidas. Tres por ciento fueron cometidas por la guerrilla y del restante cuatro por ciento no se pudo determinar la autoría.

El 29 de diciembre de 1996, el gobierno de Álvaro Arzú y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) firmaron el Acuerdo de Paz Firme y Duradera. Pero si ese compromiso entre las partes beligerantes puso fin a la confrontación armada, éste no terminó con el espíritu guerrillero de algunos militantes, que decidieron juntarse para formar una pequeña comunidad donde pueden preservar los mismos ideales que los impulsaron en su momento a levantarse en armas contra el Estado.

El poblado de Nuevo Horizonte está situado a 443 kilómetros de la capital de Guatemala, en medio de una carretera en el municipio de Santa Ana, en el departamento de Petén, al norte del país. Se trata de un auténtico campamento guerrillero donde viven más de 500 personas. “Las armas se silenciaron, pero la lucha revolucionaria continúa”, manifiesta a Underground el antiguo capitán de las FAR -y pareja de Lucero- Eusebio Figueroa Santos, quien sigue manteniendo su pseudónimo de guerra: Rony.

Casa de Lucero y el capitán Rony.

Tras la “desmovilización” de los primeros guerrilleros en marzo de 1997, un grupo de 130 familias de excombatientes de las FAR se instalaron en las fincas que entonces se llamaban Horizonte y Esquipulas, las cuales decidieron comprar a través de un fideicomiso a un precio de tres millones 300 mil quetzales de la época (427 mil dólares actuales). El Estado les concedió un subsidio de un tercio del capital.

Durante la visita a esta localidad de 900 hectáreas, este periodista observó que algunos nombres están estampados en un muro en torno a un gran árbol. Son quienes cayeron en combate durante la guerra civil. Todo el poblado está lleno de murales con dibujos de sus referentes ideológicos: a los de Castro y el Che se unen los de Lenin y Hugo Chávez. Entre todos ellos se sitúa la figura de Jacobo Árbenz, uno de los artífices de la Revolución de 1944 en Guatemala y expresidente de este país entre 1951 y 1954. Fue derrocado en un golpe militar apoyado por Estados Unidos. Sus partidarios ven en su presidencia el desarrollo de un proceso de transformación social y económica que pretendía acabar con la pobreza, fomentar la alfabetización y poner en marcha una reforma agraria en contra de los abusos de United Fruit Company, la trasnacional propietaria de las áreas más productivas.

Cooperativa anticapitalista

La comunidad Nuevo Horizonte gira en torno a una cooperativa que lleva el mismo nombre y que organiza las actividades económicas y la distribución de la tierra de manera equitativa entre los socios. El objetivo, explica Rony, es luchar contra el “sistema capitalista, de explotación y destrucción que es discriminatorio y que cierra todo tipo de posibilidad de salir adelante”. Desde su punto de vista, la revolución en Guatemala, que llevó a miles de hombres y mujeres a adentrarse en el monte para combatir al ejército, “no ha terminado y simplemente -dice- ahora estamos en otros tiempos”.

Su discurso es el mismo que cuando era guerrillero, como él mismo se sigue considerando. Hace hincapié en que las causas del “conflicto revolucionario continúan sin resolverse”, ya que “la tierra -asegura- siempre ha estado en manos de los grandes latifundistas y los mismos terratenientes”. Y debido a que Guatemala prevalece sumida en un sistema que beneficia a las “clases privilegiadas”, juzga que éste debe cambiarse. Pero ya no con los fusiles.

Ese discurso vehemente de Rony lo aplica en la práctica a un proyecto de “soberanía alimentaria”. Gracias a un vivero que funciona con donativos de la organización no gubernamental italiana AMKA y que gestiona la cooperativa, son repartidos cada año 15 mil árboles frutales a distintas comunidades aledañas para poder lograr la autosuficiencia en el consumo. “No es fácil -destaca el excombatiente-, el sistema nos ha creado una cultura de dependencia y sometimiento para poder mantenernos bajo control y este proyecto es una pequeña revolución en el sector campesino”.

Rony tiene hoy 57 años. Cuando llegó a la finca, el 28 de febrero de 1998, no había absolutamente nada. Él y sus compañeros tuvieron que empezar de cero: en el terreno no había viviendas, ni agua potable, ni electricidad, ni siquiera unos suelos productivos. Tal como lo hicieron en las montañas durante el conflicto, tuvieron que luchar por sobrevivir. Para ello, crearon un modelo cooperativo que continúa dando frutos y que han diversificado en proyectos de agricultura, ganadería, piscicultura, reforestación de pinos en 145 hectáreas e incluso turismo solidario, para lo cual cuentan con un pequeño hotel. Todas las decisiones se toman democráticamente en asambleas.

El pasado 26 de marzo, es decir 23 años después de haber llegado a este terreno, los habitantes de Nuevo Horizonte lograron la certeza jurídica de la tierra luego de abonar la deuda millonaria que venían arrastrando. Ello fue posible gracias a los proyectos autosostenibles y a una renegociación de la misma con las autoridades.

Nombres de guerra

Uno de los exguerrilleros más veteranos madruga cada día para encargarse del vivero. A sus 76 años y pese al intenso calor de esta zona de Guatemala, Octavio Revolorio mima las plantas como si de ello dependiera su vida. Con sus botas de hule y sus pantalones y camisa totalmente manchados por el arduo trabajo, se toma un respiro para refrescarse y comer una sandía.

En la comunidad -donde todo el mundo se trata de “compa”- los exguerrilleros mantienen los nombres de combate que utilizaron para no ser identificados por el ejército y evitar así represalias contra sus familias.

En el caso de Octavio, todos le llaman Miguel, pseudónimo que asumió desde que el 17 de septiembre de 1977 se integró a las FAR. Recuerda que salió de su casa con “un par de mudas y de botas de suela que no sirvieron de nada en la montaña”. Su mujer, a la que no volvió a ver con vida porque fue asesinada, le preparó una gallina y, con el ave en una bolsa, partió a enrolarse con la guerrilla.

Veinticinco años después de entregar las armas, Miguel también se sigue considerando un guerrillero: “Esa es una marca que no se le quita a uno, aunque es cierto que ya uno no va a andar haciendo la guerra”. Y es que el recurso de las armas está descartado aunque los ideales por los cuales se incorporó al grupo armado siguen inmutables. Opina: “Al guatemalteco no le gusta la guerra; lo que le gusta es chupar (beber alcohol), bailar y tener dos, cuatro y hasta cinco hijos con una mujer y, a veces, ni trabajar quiere”.

Miguel se sumó a la cooperativa de Nuevo Horizonte para poder compartir la tierra y evitar que alguien la venda. Sobre su etapa en las FAR expresa sentimientos difíciles de comprender racionalmente: él asegura que nunca disparó a un soldado enemigo con odio, ya que los miembros del ejército -señala- eran “personas iguales que nosotros”. “¿Sabe lo que no usé?”, se pregunta para responderse él mismo: “Ni la ira ni el odio, porque eso se podía volver contra uno”. Observa que “el mundo va a peor” y lamenta que en su país, a diferencia de cuando él combatía en la guerrilla, ahora existan pandillas que “matan en las calles y que la gente, por miedo a ser extorsionada o amenazada de muerte, evite meterse a hacer un negocio”. En Nuevo Horizonte, Miguel se siente seguro porque, sostiene con firmeza, “de aquí nadie nos va a venir a sacar y si viene un pandillero lo capturamos”.

Los objetos que condensan el espíritu guerrillero que las viejas generaciones pretenden heredar a las jóvenes son guardados en un museo en el centro de la comunidad, y serán trasladados a un nuevo edificio una vez que se termine de construir.

Sin embargo, los nietos e hijos de quienes se rebelaron con las armas han crecido en un mundo capitalista, donde los ideales de los personajes que se enaltecen en Nuevo Horizonte están ya obsoletos. Muchos de esos chicos están más preocupados por recargar sus teléfonos con internet para poder echar una partida de “Free Fire” a la sombra que en practicar las enseñanzas de los héroes de sus mayores. La guerra ahora es sólo virtual y se combate sentado bajo un árbol sin conocer siquiera a tu enemigo. Mientras, otros jóvenes esperan a la caída del sol para jugar una chamusca (partido) de fútbol en la cancha situada en medio de la comunidad. A ese lugar acuden por la noche las adolescentes para imitar los últimos videos de Tik Tok o bailar al ritmo de las canciones más pegadizas de reggaetón. El consumismo y la modernidad han penetrado también en esta aldea guerrillera que no puede vivir ajena al mundo que no para de girar.

Muros que gritan consignas

Las paredes de la comunidad exhiben consignas atrapadas en el tiempo. Ellas muestran también los rostros y los nombres de quienes cayeron en combate luchando por unos ideales que sólo recuerdan los hombres y mujeres que empuñaron un arma. “La lucha contra el imperialismo necesita toda la solidaridad posible; es la lucha determinante del futuro de la humanidad’, está escrito en una de ellas junto a los rostros de Luis Turcios Lima y Marco Antonio Yon Sosa, comandantes guerrilleros que se alzaron contra la dictadura del general guatemalteco Miguel Ydígoras el 13 de noviembre de 1960, año en el que inició el conflicto armado interno.

El rostro de la Capitana María (Rosa Griselda Orantes) aparece en otro de los muros de Nuevo Horizonte. Ella fue una de las más importantes jefas político-militares de las FAR. En un inmueble distinto se puede observar una imagen del Che abrazando a Fidel Castro, quien fuma un puro y encima de ambos se lee la frase “Amor y Revolución”. La comunidad cuenta con su propia escuela, una biblioteca y una clínica de nombre “Doctor Ernesto Che Guevara”, cuyo rostro incluso fue pintado en los troncos de los árboles.

El tesoro económico de Nuevo Horizonte se encuentra a dos kilómetros del centro: es la laguna Oquevix, en donde la cooperativa cuenta con un sistema de jaulas flotantes para criar tilapias, un pescado blanco de agua dulce que se puede comercializar. Este idílico lugar tampoco es ajeno al pasado guerrillero. Uno de los bungalows se llama ‘Combatiente Sandra’, en recuerdo al acto heroico que realizó esta integrante de las FAR, quien con dos compañeros detuvo el avance del enemigo mientras el resto de la tropa lograba salir de una trampa colocada por el ejército. Los tres fallecieron. Sandra, que sólo tenía 20 años, recibió 50 impactos de bala, relata Rony.

Nombres de los combatientes de las FAR caídos durante el conflicto armado.

El antiguo capitán de la guerrilla y fundador de la cooperativa aprovecha cualquier ocasión para echar la vista atrás y reflexionar sobre la razón por la que ahora es imposible una revolución, pese a las condiciones de pobreza que vive más de la mitad de la población en Guatemala. Explica: “El terror que sufrimos durante el conflicto armado, en el que hubo un genocidio, ha dejado huellas profundas dentro de la sociedad. El ejército violó a niñas y mujeres frente a sus seres queridos y asesinó cobardemente a muchas personas frente a las demás”.

El entrevistado se explaya: “No es fácil hablar ahora de un movimiento revolucionario cuando tenemos un sistema represivo que, al igual que antes, comete las mismas brutalidades, pero de manera mucho más inteligente y cuidadosa”. Y reconoce muy a su pesar: “Aunque las condiciones para una revolución se pueden crear en cualquier momento, en el caso de Guatemala el sistema capitalista ha golpeado tanto a la sociedad y ha asesinado a la mayor cantidad de dirigentes políticos, sindicales y estudiantiles que no tendríamos la capacidad para liderar un levantamiento popular”.

Es por ello que el excombatiente, que se integró a las filas de las FAR en 1976, cuestiona el compromiso del gobierno guatemalteco actual con la docena de acuerdos de paz, que contemplaban una reforma agraria que nunca se llevó a cabo. “Nacieron en letra muerta”, sentencia Rony, y agrega: “El Gobierno no demostró la más mínima voluntad de construir la paz”.

Apenas en agosto pasado la Plataforma de Organizaciones de Víctimas del Conflicto Armado Interno denunció ante el Comité de Derechos Humanos de la ONU el “abandono” en que tiene a las víctimas el régimen de Alejandro Giammattei, y pidió a ese organismo que condene la “irresponsabilidad” del mandatario.

“Ningún gobierno atendió a las víctimas que sufrimos las vejaciones y graves violaciones a los derechos humanos durante 36 años, y cuya gran mayoría de ellas se vio obligada a desplazamientos internos”, indicó el representante del Movimiento Nacional de Víctimas del Conflicto Armado de Guatemala, Miguel Itzep. Acusa a Giammattei como el “responsable del desmantelamiento de los acuerdos de paz” al cerrar el año pasado la Secretaría de la Paz (SEPAZ), creada en 1997 para dar cumplimiento a los 900 compromisos adquiridos. Éstos iban desde resarcir económicamente a las víctimas hasta hacerse cargo del gasto de las exhumaciones y la búsqueda de los desaparecidos.

“El cierre de la SEPAZ y de otras secretarías -destacó Itzep- implica el cierre de las posibilidades del cumplimiento de las obligaciones del Estado no sólo con las víctimas, sino con la sociedad en general. Nos llama la atención que desde 2020 hasta la fecha ninguna víctima ha sido asistida por este gobierno, mientras por otro lado se está fortaleciendo al ejército con un compromiso electoral de indemnizar a los exmilitares y exparamilitares”.

Por todo lo anterior, Rony dice que ya no espera nada del Estado. Y se aferra a su vida pasada: la de combatiente guerrillero, a pesar de que un día de 1997 tuvo que desprenderse de lo más “preciado” que tenía: el fusil con el que durmió en su hamaca durante 18 años de contienda armada. Así explica su situación actual: “¿Por qué sigo siendo un combatiente sin armas? Porque estoy asentado en un gran campamento llamado Cooperativa Nuevo Horizonte, y de ahí salgo en campaña de operaciones procurando el bienestar y la vida de la gente. Desarrollo programas de beneficio social, cultural y político para las comunidades, así como de empoderamiento, educación, mejor nutrición y modelos de producción. Todo eso es mi nuevo fusil y mis nuevas bombas”.

Quienes habitan la comunidad tratan de vivir de manera coherente con los ideales que en su día defendieron con las armas. “Nosotros -dice- no fuimos tira tiros, sino personas con principios y valores que teníamos claro que en ese momento el fusil era el único idioma que entendían los militares”. Rony se siente “orgulloso de estar vivo y poder contar esta historia”. Ahora, sin “afán de venganza”, lo único que espera es que “se sepa la verdad y se enjuicie a los genocidas” que tiñeron de sangre la historia reciente de Guatemala.

DETRÁS DE LA HISTORIA

Llegar a Nuevo Horizonte es entrar al pasado. Escondida en medio de una carretera, esta finca alberga aún los ideales socialistas de décadas atrás de líderes como Fidel Castro, Hugo Chávez o el mismo Lenin, cuyos rostros están inmortalizados en las paredes. Pasear por sus calles es aislarse del mundo actual. Uno tiene la sensación de que en Guatemala venció la lucha revolucionaria. Su modelo productivo colectivo da la esperanza de que un mundo mejor y menos egoísta es todavía posible. Al salir de la finca uno se da cuenta de que el lugar es una especie de la Galia de Astérix y Obélix -los personajes del cómic- con un pueblo irreductible que sigue creyendo en una lucha por la que dejaron la vida miles de personas.
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