Pandemia plástica

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La pandemia de COVID-19 ha provocado que la producción mundial de material médico se multiplique. Además de los millones y millones de tapabocas, guantes, caretas y demás insumos sanitarios indispensables para combatir al virus, se suman toneladas de plásticos que la gente ha vuelto a usar en la vida diaria a fin de protegerse. Expertos alertan del enorme daño que causarán al planeta tales desechos. Pero también a los seres humanos. Ya antes de la crisis sanitaria, los hombres ingerían anualmente dos mil piezas pequeñas de plástico a la semana, equivalente a 5 gramos o el peso de una tarjeta de crédito. La contaminación plástica regresó con el nuevo coronavirus.

Afinales del 2019 la preocupación en torno a los desechos humanos se centraba en cómo reducir la cantidad de plásticos. En muchas partes del mundo se habían  logrado leyes que prohiben los de un solo uso y se habían creado, al mismo tiempo,  incentivos para aumentar el reciclaje o el diseño de productos libres de envoltorio. El mundo parecía haber caído en cuenta de que los plásticos generan graves problemas cuando su utilización es irracional.

Pero el COVID-19 llegó y estas preocupaciones se tornaron frívolas, empujando la discusión sobre residuos sólidos -en el mejor de los casos-  a un segundo plano. Con la emergencia, se incrementó de un día para el otro la demanda de productos de protección personal y, al mismo tiempo, la industria de plásticos abogó por aplazar medidas regulatorias en distintos países, incluidos México y Estados Unidos.

Los hospitales del mundo entero, convertidos en frente principal  de batalla contra el COVID-19, son el mejor ejemplo de cómo la pandemia ha aumentado nuestra basura fuera de proporción. Tan sólo en México, el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC) calcula que mientras cada cama no COVID ocupada genera un promedio de 1.5 kilos de desechos diarios, una con paciente COVID produce 9 kilos.

En China, las autoridades de ese país señalaron  que durante el pico de la pandemia a principios de 2020, los hospitales de la ciudad de Wuhan dejaron diariamente más de 240 toneladas de residuos médicos elaborados principalmente con plástico, seis veces más que el promedio en tiempos prepandemia.

Y es que en la lucha contra el virus, las armas principales –no sólo del personal médico sino en general–  son los cubrebocas, las caretas y los guantes.

El 3 de marzo, tan pronto se descubrió que estos valiosos recursos eran insuficientes y estaban sujetos a una feroz pelea comercial que ha incluido acumulación y especulación, la Organización Mundial de la Salud (OMS) exhortó a las industrias y los gobiernos del mundo a elevar 40 por ciento la producción de equipos de protección personal para ponerse al día con la demanda creciente. En ese momento, la OMS estimó que el planeta necesitaba mensualmente 89 millones de mascarillas, 76 millones de guantes y 1.6 millones de visores.

Pero las estimaciones del organismo resultaron muy reservadas.  En China, el primer país en lidiar con el virus, la producción de cubrebocas se elevó desde febrero hasta alcanzar 116 millones diarios, equivalente a 12 veces su producción normal. Investigadores portugueses y canadienses han estimado que:

Si el mundo se adhiere al estándar de un cubrebocas diario por persona, la pandemia podría resultar en un consumo y desperdicio mensual de:

Más plástico

Luego están todos los residuos no sanitarios que resultan de cualquier otro ámbito de la vida cotidiana, como comer o hacer las compras. La pandemia ha obligado a la gente a permanecer más tiempo en casa y eso ha aumentado los residuos domésticos, reduciendo aquellos en los espacios públicos. En Nueva York, por ejemplo, se estima que la basura del sector residencial ha aumentado entre cinco y 30 por ciento, pero los sectores industrial y comercial han dejado de generar hasta 50 por ciento de sus desechos.

Pero las apariencias engañan porque el aumento de desechos plásticos -destinados a servir de envoltorios, empaques o recipientes desechables, que por sus características son muy difíciles de reciclar y por ello están condenados al “úsese y tírese”- es evidente.

Un reporte de la consultora estadounidense Markets and Markets, publicado en mayo pasado, pronostica que el mercado global de empaques crecerá durante la pandemia de casi 900,000 millones de dólares a un billón de dólares.

“Los principales detonantes para la industria de empaques incluyen la mayor demanda por empaques en productos de consumo rápido (alimentos, bebidas, cosméticos, medicinas) y farmacéuticos, lo que ha elevado las ventas en línea durante el confinamiento”, explica el reporte.

En México, según el INECC, se espera que aumenten los residuos médicos y urbanos entre 3.3 y 16.5 por ciento. El país podría pasar de 78,319 toneladas a 92,338 al día. Aunque no se sabe con precisión cuánto de este aumento corresponde a plásticos, hay datos sueltos que dan alguna idea. El Consejo Empresarial del Plástico, por ejemplo, anunció en septiembre que la producción de bolsas de plástico aumentó 200 por ciento entre abril y junio, periodo que corresponde a los momentos más fuertes del confinamiento en el país.

Dos décadas de avance perdidas

“En los niveles regional y nacional, la priorización de la salud humana sobre la salud ambiental ha llevado al retraso o reversión de políticas dirigidas a la reducción de plásticos de un solo uso”, explicaba en septiembre Tanveer M. Aydel, investigador del departamento de Ingeniería Civil de la Universidad Monash en Melbourne, Australia, en una carta publicada en la prestigiosa revista Science.

Como una navaja de doble filo, las características  de los plásticos en la vida cotidiana (resistencia, durabilidad o accesibilidad) son las mismas que le permiten a este material predilecto de la modernidad tomar hasta mil años para degradarse, en el caso de una botella de PET (poriteleftalato de etileno), o 150 años si se trata de una bolsa de supermercado.

Apenas en 2019, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) advirtió que entre ocho y 13 millones de toneladas de plásticos llegan cada año a los océanos. Estos desechos amenazan la biodiversidad marina y se fragmentan en dimensiones cada vez más peligrosas (microplásticos y hasta nanoplásticos) que les permiten esparcirse en el viento y regresar a los seres humanos a través de productos de consumo cotidiano como la sal de mesa, la miel, la cerveza o los mariscos.

Según un estudio publicado en 2019 por la Universidad de Newcastle, en Australia, los seres humanos podríamos estar ingiriendo anualmente dos mil piezas pequeñas de plástico a la semana, equivalente a cinco gramos o el peso de una tarjeta de crédito.

Aunque este tipo de evidencia del impacto ambiental de los plásticos se ha desvelado apenas en los últimos años, los riesgos del material se han conocido por décadas, de manera que se han ensayado acciones para tenerlo a raya durante los últimos 20 años.

En 2002, Irlanda aprobó un impuesto de 15 centavos por bolsa de plástico. En 2003, Sudáfrica se convirtió en el primer país de África en prohibir las bolsas de plástico. En 2007, San Francisco hizo lo propio como primera ciudad de Estados Unidos. En 2010, la Ciudad de México fue la primera entidad del país en emitir una regulación, estableciendo el cobro de bolsas del supermercado a los usuarios como medida para desincentivar su uso.

Para fines de 2018 eran 127 países los que regulaban bolsas de plástico, según un recuento elaborado por Naciones Unidas por el Medio Ambiente y el Instituto de Recursos Naturales (WRI). En México, en 2020 se contabilizan 17 estados que han prohibido el uso de estas bolsas, incluyendo la Ciudad de México.

Pero el año 2020 lo ha cambiado todo. En paralelo al colosal aumento en la demanda de productos de protección personal, medios y organizaciones sociales han documentado la presencia de cubrebocas, guantes y otros de estos materiales en mares aledaños a Hong Kong y en el lecho marino de la Riviera Francesa, por no hablar de cuerpos de agua como ríos y lagos a lo largo y ancho del mundo. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) estimó en julio pasado que, según la tendencia de los datos históricos, se prevé que 75 por ciento de los residuos plásticos generados durante la pandemia terminen en vertederos y mares, con costos indirectos para industrias como la pesca, el turismo y el transporte marítimo de hasta

“La contaminación por plásticos ya era una de las amenazas más grandes a nuestro planeta antes del coronavirus”, indicó la directora de comercio internacional de la UNCTAD, Pamela Coke-Hamilton en julio pasado. “El rápido aumento en el uso diario de ciertos productos que ayudan a proteger a las personas y a detener la propagación del virus está empeorando las cosas”.

Pero como si el impacto inmediato de la basura pandémica fuera poca cosa para el medio ambiente, representantes de la industria de los plásticos han solicitado a las autoridades regulatorias en distintos países (Estados Unidos, por ejemplo) que se posterguen o suspendan las nuevas regulaciones. Argumentan que el plástico es crucial en la lucha contra la pandemia y que su eliminación sumaría dificultades adicionales a varios sectores de la economía en medio de la crisis económica.

Ante ello, activistas y organizaciones sociales han acusado a la industria de los plásticos de intentar aprovechar la crisis injustificadamente para revertir conquistas ambientales.

Una de estas acusaciones ocurrió a mediados de junio pasado, cuando representantes de la industria de los plásticos y del Senado mexicano organizaron un seminario en línea titulado “El futuro de la salud sin los plásticos”, en el cual participó el presidente de la comisión de medio ambiente, Raúl Bolaños-Cacho.

Greenpeace México hizo pública una carta enviada al senador en la que advertía su preocupación ante la posibilidad de que el evento impulsara una narrativa de retroceso a las regulaciones locales aplicadas previamente para los plásticos de un solo uso.

“Denunciamos que este foro se inserta en la estrategia de la industria plástica para aprovecharse de la crisis sanitaria y de los temores de las personas para posicionar los plásticos desechables como higiénicos y salvar así su negocio de las prohibiciones impulsadas en el país en los últimos años”, indicó Ornela Garelli, especialista en consumo responsable y cambio climático de Greenpeace.

Mal necesario

La realidad es que los plásticos y demás materiales desechables son cruciales en el control de la pandemia. La utilidad de estos productos queda evidente cuando se ve cómo los sistemas de salud en todo mundo se han esforzado durante este año en conseguir suficientes insumos de protección personal hechos en su mayoría con plástico como batas, caretas, cubrebocas, guantes.

Los plásticos han resultado fundamentales incluso para desechar los mismos desechos: las guías oficiales coinciden en recomendar doble bolsa de plástico para resguardar los residuos infecciosos antes de entregarlos a los servicios de limpieza.

El tema es que su uso irresponsable ha causado problemas propios. La necesidad de su uso se diluye a medida que se avanza hacia situaciones más cotidianas en la pandemia. ¿De verdad se necesita esa densa cubierta de plástico transparente adicional al empaque y la bolsa en que ya venían resguardados los alimentos pedidos a domicilio? ¿Cuántas bolsas de protección necesitan las latas del supermercado que de todas maneras lavaremos al llegar a casa?

“No está en discusión si los médicos tienen que usar artículos desechables o no. Claro que sí, porque tienen que asegurar esta asepsia para sus pacientes y no generar contagios. Lo mismo si se necesita una bolsa de plástico para que no afecte a los recolectores”, explica Miguel Rivas, director de las campañas sobre hábitat de la organización Oceana México.

“El plástico —refiere a Underground— es una solución a nivel hospitalario, pero eso no quiere decir que nosotros en nuestros hogares nos tengamos que llenar de artículos desechables. Eso incluye bolsas, vasos, cubiertos y un montón de cosas”.

La incoherencia de estas actitudes ha sido evidenciadas por estudios científicos que revelan que, en primer lugar, el plástico no es una solución infalible, dado que el virus causante de COVID-19 (el SARS-CoV-2) es capaz de sobrevivir en superficies plásticas.

Un estudio publicado por la revista médica británica The Lancet el 2 de abril último incluso enfatizó que el virus es más estable en superficies lisas, sobreviviendo en estado infeccioso hasta siete días en acero inoxidable y plástico. “Sorprendentemente, un nivel detectable de virus infeccioso podría aún estar presente en la parte externa de una mascarilla quirúrgica el día siete”, indicó el reporte.

Al mismo tiempo, sin importar el material donde se encuentre, el coronavirus se desintegra al contacto con jabón, por lo que un buen lavado de los materiales debería ser suficiente para hacerlos reutilizables, en lugar de tirar todo vaso, plato o cuchara con el que se tenga contacto.

Aún las pequeñas acciones como usar un cubrebocas de tela lavable o rellenar constantemente una botella personal de alcohol gel —en lugar de tirar una cada que se agota— pueden resultar significativas para evitar más plástico del que ya nos ha impuesto esta pandemia.

“A final de cuentas no se trata del plástico, sino de una cultura de usar y tirar que lamentablemente se está viendo favorecida con este escenario de COVID-19”, lamenta Rivas.

Salud humana, planeta enfermo

Aún en países con infraestructura adecuada para residuos sólidos, el aumento descomunal de la basura pandémica ha puesto a prueba la capacidad de lidiar con los desechos. Por ello, desde marzo, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) advirtió la importancia de que este manejo se realice adecuadamente, bajo las directrices técnicas del Convenio de Basilea sobre el control de los movimientos transfronterizos de los desechos peligrosos y su eliminación.

Incluso en el caso de que los desechos lleguen de forma correcta a su destino, esto representa un reto descomunal para los rellenos sanitarios, que en el caso de países como México han estado plagados por una pobre administración, falta de inversión, corrupción y control político, y ya eran materia de problemas y escándalos mediáticos antes de la pandemia.

“Estos residuos COVID posiblemente serán dispuestos en tiraderos a la intemperie, donde va a haber lluvia, cloro, residuos biológicos; todo lixiviándose (emanando líquidos) en sitios de disposición no controlados que incumplen la norma oficial mexicana aplicable a rellenos sanitarios, frecuentemente cerca de acuíferos. Entonces la coyuntura sanitaria sólo viene a agravar este problema”, declara Carlos del Razo, especialista en derecho ambiental en México.

Así, los riesgos de que el tsunami de residuos de la pandemia termine donde no debe no son pocos. La división italiana del Fondo Mundial para la Vida Salvaje (WWF por sus siglas en inglés) planteó en abril pasado un escenario:

Si sólo uno por ciento de los mil millones de cubrebocas usados al mes es desechado incorrectamente y termina en la naturaleza, eso se traduciría

La organización ambientalista recordó que sólo el Mar Mediterráneo recibe un influjo de 570,000 toneladas de plástico (equivalentes a arrojar al mar 33,800 botellas plásticas cada minuto) y que residuos como guantes y cubrebocas pueden resultar letales para fauna como tortugas y peces que los confunden con alimento.

¿Qué puede hacer ante todo lo anterior un ciudadano consciente? La respuesta la da  Donatella Bienchi, presidenta de WWF Italia: “Así como los ciudadanos se han hecho responsables de seguir las indicaciones del gobierno para contener el contagio permaneciendo en casa, es necesario que se muestren responsables en la gestión de los dispositivos de protección personal, que sean desechados correctamente y no en la naturaleza”.

Y es que es así. En la urgencia por salvar la vida, la salud o la economía, las consideraciones sobre los desechos perdieron sentido en este 2020. ¿Por qué preocuparse por el daño causado a largo plazo por los microplásticos que ingerimos a través del pescado o el agua embotellada cuando vemos que el COVID-19 puede arrebatar la vida en cuestión de horas?

 Sin embargo, las decisiones tomadas ante la crisis sanitaria afectarán inexorablemente nuestra relación con los residuos sólidos, de manera que podemos tenerlo por seguro: el problema volverá como un búmeran a darnos en la cabeza más adelante.

DETRÁS DE LA HISTORIA

Este reportaje responde a la necesidad de volver la vista a las urgencias ambientales que quedaron opacadas por la pandemia de Covid19. En el caso de la contaminación por plásticos, 2020 no sólo marcó un retroceso mayúsculo en el trabajo realizado contra este problema, sino que invisibilizó su importancia ante la preponderancia de la salud pública.

Sin embargo, si del cuidado de la salud se trata, hay que recordar que la contaminación ambiental es uno de los factores considerados como determinantes de enfermedades y muerte entre las personas. Por ello nunca es un tema menor y nunca puede quedar rezagado.

El mayor problema que enfrentamos en esta investigación fue el de acudir al lugar de los hechos. Los hospitales y rellenos sanitarios son normalmente lugares de difícil acceso, pero en medio de esta pandemia resultaban infranqueables debido al cuidado con el que eran manejadas las instalaciones y los residuos potencialmente infecciosos. Tuvimos que apoyarnos en otras fuentes.

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