Polonia: la tierra del rechazo

En el sureste de Polonia varias regiones se han declarado libres de “ideología LGBT”. Enfrentándose al desprecio político y social, los jóvenes no heterosexuales de la región están empezando a defenderse de los insultos y la violencia. Y pagan por ello las consecuencias.

PULAWY/LUBLIN, Polonia.- “¿Qué hacen? ¡Voy a llamar a la policía!”, grita desesperada la madre de Dawid Socha. El grupo de hombres sale corriendo de su jardín mientras dejan más de un centenar de panfletos tirados en el suelo. En las paredes hay decenas de pegatinas pegadas. La propaganda está llena de contenido homófobo que culpa del abuso de menores de edad a los homosexuales. Al darse la vuelta, la mujer descubre una pintada hecha con spray. Es una cruz celta, un símbolo de los nacionalistas de ultraderecha polacos. El mensaje para su hijo está claro: homosexual, no eres bienvenido.

“Son un grupo de homófobos activos, reclutados entre los hooligangs del fútbol y los nacionalistas”, explica Dawid Socha, sentado en la terraza de un tranquilo café en el centro de Puławy. El joven estudiante polaco de 19 años —alto, delgado y con media melena recogida en una cola— vive en esta pequeña localidad en la región conocida como Voivodato de Lublin, al sureste de Polonia. Socha es abiertamente homosexual y se ha implicado en el activismo a favor de los derechos de las mujeres y de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGBT). El precio que paga por ello es alto.

En el camino que va de la estación de tren de Puławy hasta el centro histórico se alternan descuidados edificios de época comunista con chalets de césped perfecto. “Chris & Patrick Guns”, reza el letrero de una tienda con el escaparate lleno de uniformes con la bandera polaca, botas de cuero negras y parafernalia militar. En la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, junto al ayuntamiento, se agolpan los feligreses antes de que empiece la misa de tarde. En cada esquina de Puławy, frente a cada parque, calle o centro deportivo se alza un cartel informativo: “esta obra ha sido financiada por la Unión Europea”. Y pegada en el vidrio de una parada de autobús, una pegatina: “¡Destruir a los LGBT!”.

¿Por qué ese odio a lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGBT) en esta pequeña ciudad polaca?

Puławy, al igual que el Voivodato de Lublin, es una de las conocidas como “zonas libres de ideología LGBT”. En 2019 tanto el gobierno local como el regional declararon públicamente su rechazo y condena a lo que denominan “ideología LGBT”. Mediante la firma de acuerdos que no cuentan con ninguna validez jurídica ni legislativa declararon estos territorios libres de LGBT.

La primera de estas declaraciones arrancó en el cercano pueblo de Świdnik y se extendió por todo el sureste polaco hasta abarcar un tercio del territorio del país. Las impulsó el partido conservador-nacionalista “Ley y Justicia” (PiS, por sus siglas en polaco), que gobierna el país y que en las últimas elecciones regionales obtuvo mayoría absoluta en el Voivodiato de Lublin.

“Guerra cultural”

“(La LGBT) es una ideología más peligrosa que el comunismo”, afirmó en 2019 Andrzej Duda -político cercano al PiS- durante la campaña que le llevaría a la reelección como presidente de Polonia. “Hay que defender a los niños de la ideología LGBT”, sentenció Duda. Przemyslaw Czarnek, ministro de Educación de Polonia, considera las sexualidades no normativas como “perversiones, desviaciones y aberraciones”.

En Puławy, la situación es parecida: “Seré yo quien eduque a mis hijos y no una ideología según la cual —y atendiendo a las pautas de la Organización Mundial de la Salud— los niños de cuatro años deben aprender a masturbarse”, afirmó la política local Beata Kozik, aunque no existe ninguna indicación de la OMS en este sentido. Evitar la “sexualización temprana” de los niños y “defender” el cristianismo constituyen el eje vertebral de las declaraciones promovidas por el PiS.

“Hablan pura mierda pero hacen daño”, opina Socha visiblemente enfadado. “Creen que vivimos una guerra cultural y que tienen que proteger a los niños. Sin embargo, su modo de actuar hace daño a los menores, especialmente a los LGBT, que acaban teniendo pensamientos suicidas. Conozco a algunos que llegan a infligirse cortes en los brazos”, comenta.

Según un estudio sobre la situación de las personas LGBT en Polonia realizado por la plataforma de activistas KPH, casi el 70 por ciento de las personas no heterosexuales menores de edad tiene pensamientos suicidas y 11 por ciento de forma muy frecuente. Dos tercios de la población LGBT polaca experimenta violencia verbal, un tercio sufre amenazas, uno de cada ocho incluso violencia física o violencia sexual.

Dawid Socha decidió hace tiempo implicarse políticamente: colabora con un grupo juvenil de ideología socialdemócrata en Puławy y ha participado en la organización de marchas a favor de los derechos de las mujeres. Los extremistas lo tienen en la mira por ello.

Hace unos meses, Socha pegó en la calle unos carteles a favor de las personas LGBT. A los pocos días los encontró arrancados y con una pinta encima que rezaba: “maricones al saco”. Según Socha, “en Polonia sabemos cómo termina esa frase: `Maricones al saco; y el saco al lago’”.

Una noche, mientras el joven activista retiraba dinero del cajero automático junto a un amigo, se dio cuenta de que dos hombres lo observaban, hasta que uno de ellos gritó “maricón” y comenzaron a perseguirlos. “Venían a pegarnos, pero tuvimos suerte y pudimos escapar. Me sentí muy angustiado. Desde entonces evito ciertos lugares de noche. También persiguen mujeres: a una amiga mía la persiguieron e insultaron por llevar una bolsa con los colores del arcoíris. La verdad es que me he vuelto un poco paranoico”, relata.

“El grado de rechazo depende en gran medida en cómo te comportes y te vistas”, cuenta Socha, que lleva en su mochila varios pins reivindicativos de los derechos LGBT y de otras minorías. Este rechazo es mayor en las áreas rurales y ciudades pequeñas que en los grandes centros urbanos. Cuando Socha, con apenas quince años, salió del clóset frente a su mejor amigo, este le espetó: “los homosexuales están enfermos”. No es de extrañar que Socha recorra a menudo los 50 kilómetros en tren que separan Puławy de la ciudad de Lublin, cuyo ayuntamiento rechazó la declaración contra los LGBT del Voivodato. Para él representa un pequeño oasis dentro de un mar de incomprensión.

Botellas, petardos y explosivos

Luchar contra la homofobia en lugares como Puławy es uno de los objetivos de la asociación Marcha por la Igualdad de Lublin, conformada por un grupo de activistas LGBT de esa ciudad. Integrantes de la asociación viajan por los pueblos y pequeñas ciudades aledañas dando charlas sobre diversidad. “Queremos apoyar y conseguir que se respete a las personas LGBT”, explica la activista Adrianna Kurek. “Llevamos folletos informativos, bolsas y pegatinas, deseamos que las personas no heterosexuales en esos pueblos sepan que no están solas”. Su asociación también organiza un grupo online de apoyo psicológico.

“Lo que los gobiernos regionales del PiS están consiguiendo es que sintamos que no somos bienvenidos”, afirma Kurek. “Así alientan a los homófobos a expresar su agresividad”.

Las consignas homófobas parecen ser un intento de reacción al creciente apoyo que suscita la causa LGBT en Polonia. Según una encuesta del organismo público Eurostat de mayo de 2019, la mitad de los polacos (49 por ciento) está a favor del reconocimiento de los derechos de las personas LGBT, doce puntos porcentuales más que en 2015, cuando el PiS llegó al poder. El 45 por ciento está en contra. Dos tercios están a favor de que se incluya en la escuela material educativo para informar sobre la diversidad de orientaciones sexuales y sobre la transexualidad, un dato sorprendente teniendo en cuenta la obsesión gubernamental por “proteger” a los menores de la “ideología LGBT”.

Para Kurek lo que el gobierno llama “ideología LGBT” en realidad es un subterfugio para atacar a las personas LGBT. El término fue popularizado en la Rusia de Putin a través de leyes que prohibieron la exhibición pública de la homosexualidad para “proteger a los menores”.

“¿Alguien me puede decir qué es la ideología LGBT? Cuando preguntas a ciertos políticos, empiezan a hablar de pedofilia y de la masturbación de niños pequeños”, afirma Kurek.

El trabajo de activistas LGBT como ella enfrenta una oposición creciente. El grupo de juristas ultraconservadores Ordo Iuris apoya a varios municipios en sus demandas contra un grupo de activistas que creó un mapa interactivo en internet conocido como el Atlas del Oido, en el que se marcan las zonas “libres de ideología LGBT”. A finales de julio se esperan las declaraciones de los imputados, que se enfrentan a una sanción por calumnias de al menos 36 mil euros. En 2019, una activista estuvo detenida varios días por mostrar un cartel de la Virgen María coronada por un arcoíris. “Quieren que la gente piense que apoyar al colectivo LGBT es, de alguna manera, ilegal”, relata la activista Kurek.

El informe Rainbow Europa de la asociación pro-LGBT ILGA sitúa a Polonia como el país de la UE que menos defiende los derechos de las personas de esa comunidad. No solo no están reconocidos los derechos familiares o el matrimonio entre personas del mismo sexo, sino que la protección frente al discurso del odio es prácticamente inexistente, apenas se reconoce la diversidad de género y existen pocas medidas legales contra la discriminación en el empleo, la salud o la educación. Fue precisamente una declaración de apoyo a los derechos de las personas LGBT por parte del alcalde de Varsovia el detonante para la ola reaccionaria de declaraciones de zonas “libres de ideología LGBT” en 2019.

“La polarización política ha hecho que las personas LGBT despertemos. Ahora nos defendemos y mientras que en 2017 solo hubo siete marchas del Orgullo en toda Polonia, en 2019 fueron treinta”, explica Kurek. Su organización prepara cada año la marcha pro LGBT de Lublin en un clima de gran hostilidad: “Nos atacan lanzando petardos y botellas”, cuenta. En 2019 la policía detuvo a una pareja portando un artefacto explosivo casero para ser detonado en la manifestación del Orgullo. La policía tuvo que proteger a los manifestantes con cañones de agua frente a los radicales de extrema derecha. Es por eso que la edición de 2021 aún no tiene una fecha anunciada: “Avisaremos poco tiempo antes, para evitar que los neonazis se organicen para el ataque”, afirma.

Compromiso simbólico

En la primera fila de la manifestación de 2019 estaban Natalia Obrycka y Dominika Gołąb, que llevaban cascos de protección contra posibles pedradas. Las dos mujeres de 21 años son pareja y participaron como voluntarias en la marcha del Orgullo en Lublin. Según cuentan, una periodista que no llevaba casco sufrió quemaduras por un petardo que le golpeó la cabeza.

“La situación ya era mala para las personas LGBT, pero la aprobación de las declaraciones anti LGBT ha desatado la homofobia bajo un parapeto de apariencia legal”, cuenta Obrycka en el amplio apartamento en el que ambas viven a las afueras de Lublin. La pareja fuma en el balcón de la décima planta, mientras explica sus planes de contraer matrimonio cuando sea legal en Polonia: “llevamos dos años comprometidas”. Se cogen la mano y sonríen. Parecen querer reafirmarse frente a un mundo que aún las desprecia. Según relatan, cada vez se enfrentan a más odio en la ciudad que sirve de oasis de fin de semana a personas LGBT de los pueblos como Dawid Socha.

“Una vez, después de salir juntas del cine, una chica me agarró del pelo”, cuenta Obrycka. “Dominika vino a ayudarme, y el novio de la chica la estranguló unos segundos”. Obrycka antes solía llevar una bolsa con la bandera del arcoíris, ahora lleva una porra extraíble y un espray de pimienta. “A veces nos besamos en la calle, pero siempre atentas al peligro”, cuenta Gołąb seria. “Hasta ahora casi siempre he tenido la suerte de correr rápido”, añade con resignación. “Creo que ayuda que tengas el pelo corto y a lo lejos parezcas un chico”, le responde Obrycka. Estallan en carcajadas.

El discurso contra la “ideología LGBT” resuena en muchas familias que ya eran muy conservadoras. Los padres de Obrycka y de Gołąb no aceptaron al principio la sexualidad de sus hijas e insultaban con frecuencia a las personas LGBT. Salir del clóset fue para ellas difícil, Gołąb aún no se habla con su padre. “Durante la cena de Nochebuena me dijo que le parecía bien que los islamistas radicales lanzaran homosexuales desde los tejados al vacío”.

La iglesia católica tiene una posición central en la política y sociedad polacas y sus posiciones afectan a la percepción acerca de las personas LGBT como Obrycka y Gołąb. “Antes la plaga era roja, ahora es arcoíris”, dijo el arzobispo de Cracovia en un acto conmemorativo en 2020, en línea con la demonización de las personas LGBT en amplios sectores del clero polaco. Para Gołąb, que de adolescente fue muy creyente, el rechazo de su comunidad religiosa supuso una gran frustración. Acabó rompiendo con su fe de forma traumática: “tras escuchar unos comentarios homófobos en casa, me arranqué el colgante con la cruz de mi confirmación y la lancé a la mesa. ‘Se acabó el ir a la Iglesia’, grité”.

“Zonas libres de humanidad”

Antes de despedirse, Obrycka explica en qué tiene puestas sus esperanzas: “Tenemos que educar a la gente. Para eso habría que cambiar nuestro sistema educativo, ahora lleno de propaganda moralizante”. Gołąb sentencia: “Pero a los gobernantes no les interesa la gente, tan solo el dinero”.

Es precisamente el económico el primer impacto que podrían sufrir las zonas declaradas “libres de ideología LGBT”. En julio de 2020 la Comisión Europea suspendió los fondos económicos de cooperación de seis municipios polacos que habían suscrito las declaraciones anti LGBT. La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, las llamó “zonas libres de humanidad”.

En marzo de 2021, el Parlamento Europeo declaró de forma simbólica a toda la Unión Europea como una zona de libertad LGBT. Desde entonces, las autoridades europeas han mostrado su cara más dura frente a la creciente homofobia en países como Polonia y Hungría. Esta última nación aprobó a principios de julio una ley que prohibe mostrar cualquier forma de homosexualidad a menores de 18 años, lo que significa que el tema desaparecerá de los planes de educación sexual en las escuelas.

La cámara legislativa europea amenazó a Hungría con un proceso disciplinario, lo que también se debe entender como un aviso a Polonia. Se trata de evitar una deriva que —de forma homóloga a lo que ocurrió en Rusia— termine originando cacerías de personas LGBT, que terminan escondiéndose en las grandes ciudades o huyendo del país.

Dominika Gołąb, Natalia Obrycka y David Socha no piensan huir. Estos jóvenes seguirán luchando por sus derechos en la gran ciudad y en el pueblo, intentando no ser arrollados por la ola de nacional-conservadurismo homófobo y tránsfóbo del Este europeo. Son lo que da color a estas zonas grises. Gołąb y Obrycka continuarán con sus aún imposibles planes de boda. Socha quiere “organizar una marcha del Orgullo en el pueblo, aunque solo es un plan”, como confesaba antes de subirse en el tren hacia Lublin. Y zanjaba la cuestión: “Yo me quedo en Puławy, aquí es donde pertenezco y nadie me va a echar. Supongo que soy un patriota y amo Polonia, a pesar del mal gobierno”.

DETRÁS DE LA HISTORIA

La primera parada de mi viaje a Polonia fue Varsovia, donde fui sorprendido por un enorme cartel publicitario de una empresa audiovisual que mostraba su apoyo a las personas LGBT. A lo lejos, el emblemático Palacio de la Cultura y la Ciencia estaba iluminado por los colores del arcoíris. Más impresionante me resultó el contraste con la zona alrededor de Lublin, donde poner un pequeño cartel a favor de los derechos LGBT puede suponer un peligro para quien lo hace. Pese a la situación que vive esa localidad, me sorprendió especialmente el buen humor que los entrevistados mostraban durante las conversaciones. Aún resuenan en mi cabeza las fuertes carcajadas de Natalia Obrycka al ser preguntada por sus planes de boda.

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