Agosto 14 / 21
PULAWY/LUBLIN, Polonia.- “¿Qué hacen? ¡Voy a llamar a la policía!”, grita desesperada la madre de Dawid Socha. El grupo de hombres sale corriendo de su jardín mientras dejan más de un centenar de panfletos tirados en el suelo. En las paredes hay decenas de pegatinas pegadas. La propaganda está llena de contenido homófobo que culpa del abuso de menores de edad a los homosexuales. Al darse la vuelta, la mujer descubre una pintada hecha con spray. Es una cruz celta, un símbolo de los nacionalistas de ultraderecha polacos. El mensaje para su hijo está claro: homosexual, no eres bienvenido.
“Son un grupo de homófobos activos, reclutados entre los hooligangs del fútbol y los nacionalistas”, explica Dawid Socha, sentado en la terraza de un tranquilo café en el centro de Puławy. El joven estudiante polaco de 19 años —alto, delgado y con media melena recogida en una cola— vive en esta pequeña localidad en la región conocida como Voivodato de Lublin, al sureste de Polonia. Socha es abiertamente homosexual y se ha implicado en el activismo a favor de los derechos de las mujeres y de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGBT). El precio que paga por ello es alto.
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