A muchas mujeres ucranianas la invasión rusa de su país las condenó a un martirio suplementario : tener que pasar la guerra a merced de sus propios agresores. “A veces no quiero salir del refugio antiaéreo. Al menos no me golpea cuando estamos rodeados de otras personas”, confiesa una víctima de violencia conyugal en Ucrania al portal The Kyiv Independent. Underground Periodismo Internacional adquirió para sus lectores los derechos correspondientes para traducir y publicar dicho reportaje en español.
Después de tres llamadas perdidas, Kristina toma el teléfono y contesta, apenas por encima de un susurro: “No puedo hablar ahora. No estoy sola”. Cuando vuelve a sonar, abre el agua de la bañera para que su marido no la oiga cuando responda.
Llevaba varios meses reuniendo fuerzas para dejar a su marido, que la maltrataba psicológica y físicamente. Días antes de que Rusia iniciara su invasión a gran escala el 24 de febrero, se había decidido por fin, y acordó con su madre mudarse a su casa en un pueblo cercano a Mykolaiv, capital regional del sur de Ucrania. Pero su madre enfermó de Covid-19 y decidieron esperar hasta que se recuperara.
Ahora está atrapada con su marido en su departamento de Mykolaiv, del que sólo sale para ir por víveres o al refugio antibombas.
“A veces no quiero salir del refugio antiaéreo, incluso cuando no hay alerta de ataque aéreo. Al menos no me golpea cuando estamos rodeados de otras personas. Siento que si los rusos no me matan, él podría hacerlo”, dijo Kristina, cuyo apellido no publicamos por razones de seguridad, al Kyiv Independent.
Dice que su marido se ha vuelto más violento de lo habitual durante la guerra. Una vez la golpeó en el estómago porque pensó que estaba coqueteando con un vecino mientras se escondía en el refugio antibombas.
“Dijo que sonreía demasiado amistosamente y entonces empezó a pegarme”, recuerda.
Según la psicoterapeuta Maria Fabrycheva, la agresividad de un tirano doméstico suele ser una manifestación de impotencia cuando la persona tiene miedo, por lo que es de esperar que en tiempos de guerra los maltratadores se abalancen sobre su víctima con más frecuencia.
“Los maltratadores no pueden expresar sanamente un sentimiento normal de miedo”, afirma.
Según el Banco Mundial, la violencia de pareja es la forma más común de violencia contra las mujeres, tanto en situaciones de conflicto como de no conflicto. Los enfrentamientos armados, independientemente de su carácter o de los bandos implicados, exacerban las desigualdades existentes y exponen a las mujeres a un mayor riesgo de violencia, según confirma el Comité de las Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer en un informe.
Kateryna Pavlichenko, viceministra del Interior, informó que el año pasado se registraron en Ucrania unos 326.000 casos de violencia doméstica. En la actualidad es difícil hacer un recuento exacto de los casos, ya que muchas víctimas no acuden a la policía o simplemente no tienen la oportunidad de hacerlo debido a las hostilidades.
La lucha por buscar ayuda
“Desgraciadamente, las hostilidades se han convertido en un catalizador para la exacerbación de la violencia doméstica en familias donde estos hechos ya existían antes de la guerra”, señaló Alyona Krivulyak, una de las responsables de La Strada Ucrania, una organización no gubernamental que gestiona una línea telefónica nacional para la prevención de la violencia doméstica, la trata de personas y la discriminación de género.
Las fuerzas del orden, especialmente en los lugares donde hay hostilidades activas, a menudo no pueden responder a las llamadas, lo que agrava aún más el problema, explicó Krivulyak. La policía también tiene una mayor carga de trabajo debido a los problemas relacionados con la guerra.
Marta Chumalo, cofundadora de la organización sin ánimo de lucro Women’s Perspectives en Leópolis, dijo que la guerra ha dificultado el acceso a la ayuda incluso en las ciudades donde no hay combates en curso, ya que los departamentos de policía tienen que dar prioridad a los preparativos para posibles ataques.
“Conocemos casos -relató- en los que una mujer quería presentar una denuncia contra un agresor u obtener una actualización de su caso, pero le dijeron que volviera más tarde y que había asuntos más urgentes”. Más aún: “Otra víctima llamó a la policía y le respondieron: ‘Es un ataque aéreo, no podemos ir, (pero) podemos hablar con él por teléfono’. ¿Cómo se puede resolver una amenaza física por teléfono?”.
Por supuesto, no siempre se da el caso de que la policía no responda a las llamadas por violencia doméstica, aclara, pero la búsqueda de ayuda se ha vuelto sin duda más difícil.
En caso de que no sea posible contactar con la policía, por ejemplo, en los territorios temporalmente ocupados, las mujeres pueden obtener ayuda en las instituciones médicas, sugirió Krivulyak. Añadió que los médicos están obligados no sólo a prestar asistencia a las víctimas de la violencia doméstica, sino también a documentar estos casos. Esto ayudará a responsabilizar a los maltratadores en el futuro.
“Las víctimas -recalcó Krivulyak- también pueden acudir a las fuerzas de defensa del territorio. No tienen poder para procesar, pero pueden hacer cumplir una orden”.
Antes de la guerra, la policía podía emitir una orden judicial urgente que obligaba al agresor a abandonar el lugar en un plazo de 10 días. Ahora esto sólo es posible en las regiones más seguras, donde la situación lo permite.
“A pesar de que se entiende que esto está muy mal, la policía no puede obligar al agresor a abandonar el sitio debido a los enfrentamientos. No pueden echar a una persona durante ataques con proyectiles. El tribunal tampoco puede hacerlo ahora”, comentó Krivulyak.
La psicoterapeuta Fabrycheva dijo que si existe la posibilidad de dejar al maltratador y pedir ayuda a la familia o a los amigos cercanos, la víctima debe hacerlo. Pero las mujeres a menudo no ven el beneficio de marcharse, esperando que “mañana todo vaya bien, que él cambie”, o incluso se culpan a sí mismas de la violencia y se compadecen del maltratador.
“Hay que preguntarse: ¿Quiero continuar mi vida con alguien que nunca, incluso en una situación crítica como la guerra, no sólo no puede protegerme sino que me agrede?”, apuntó.
La familia y los amigos de la víctima deben entender que es poco probable que una persona en un estado fisiológico tan difícil tome la decisión de irse por sí misma, por lo que puede ser necesaria una intervención, subrayó Fabrycheva.
“En todo el país vemos las consecuencias de las acciones de un tirano. El tirano doméstico es el mismo, sólo que a pequeña escala. Muy a menudo, las mujeres encuentran razones para quedarse. Pero tienen que tomar la decisión y sus consecuencias y decir: “Basta. Me elijo a mí misma”.
Huyendo al extranjero
Algunas víctimas de la violencia doméstica que no han podido encontrar ayuda en Ucrania han recurrido a la policía local y a los servicios sociales en el extranjero.
Chumalo expone que bastantes mujeres que han sufrido violencia doméstica han huido al extranjero, aprovechando que la ley marcial impuesta durante la guerra permite a las mujeres llevar a sus hijos al extranjero sin el permiso oficial del otro progenitor.
“Puedo decir que probablemente no huyeron de los bombardeos en Leópolis (ciudad del oeste de Ucrania), ya que la situación es relativamente segura, sino de la violencia doméstica. Y ahora por fin pueden sentirse seguras“, indicó.
Añadió que las víctimas de abusos no deben tener miedo de pedir ayuda a los centros de apoyo locales, ya que existe un procedimiento bien establecido en los países de la Unión Europea.
Mariia Goubernik, una joven de 22 años de Donetsk, y sus hermanas menores Taisiia y Oleksandra han sufrido los abusos de su padre durante toda su vida. Su madre ignoraba en silencio los abusos, según Taisiia. La hija mayor nunca acudió a la policía en Ucrania, por miedo a que no reaccionaran adecuadamente y sus hermanas, que a diferencia de ella viven con sus padres, tuvieran que volver a casa en una situación aún peor.
“Sé que a menudo los casos de violencia doméstica ni siquiera acaban en los tribunales, no se abre ningún procedimiento”, señaló.
A mediados de marzo, cuando la familia llegó a un albergue para refugiados en Calpe, en el sur de España, su padre golpeó en la cabeza a la hija menor, Oleksandra, de nueve años. Mariia y Taisiia la encontraron sentada en un rincón del refugio sollozando de forma histérica, diciendo repetidamente: “Tengo miedo. Tengo miedo. Tengo miedo…”
La situación había llegado a un punto sin retorno, pensó Maria, y era el momento de pedir cuentas a su padre. Las hermanas estaban de acuerdo en que, después de haber tenido que huir de casa dos veces -primero se trasladaron a Kiev en 2014 después de que los poderes rusos se hicieran con el control de la ciudad oriental de Donetsk, y luego se fueron al extranjero el 24 de febrero-, realmente se merecían una vida tranquila. Esa noche buscaron en Google la comisaría más cercana y se dirigieron a pie desde el refugio durante más de una hora.
Las llevaron inmediatamente a un refugio de emergencia para mujeres. Dos días después, el tribunal español dictó en sólo un par de días una resolución preliminar por la que se prohibía a su padre acercarse a sus hijos.
Tras la vista judicial, recuerda Taisiia, su madre culpó a sus hijos de la destrucción de la familia. “Mamá quiere y puede traer a nuestro padre de vuelta. Pero si intenta venir a nuestro hotel, la cosa se resuelve de forma muy sencilla: llamaremos a la policía, ya que violaría la decisión del tribunal“, advirtió Mariia Goubernik.
Reconoció que aún se teme que la próxima decisión del tribunal pueda anular la primera, ya que el tribunal español sólo puede considerar los casos que tuvieron lugar en España, y su padre no cometió agresiones corporales graves allí. Sin embargo, cree que no hay vuelta atrás. “Los casos de violencia doméstica se toman muy en serio aquí”.
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