Andrés del Castillo quería ser profesor de historia en la selva chiapaneca, pero no fue aceptado. Y es que su destino era otro: cumplir su sueño de hacer carrera en la ONU y contribuir en el desarrollo democrático de otros países como uno de los mejores expertos en apoyo electoral. Después de más de dos décadas viviendo lejos de México, principalmente en Timor Oriental -de cuyo nacimiento como nación fue un privilegiado testigo-, piensa regresar algún día para retirarse en Oaxaca. “La tierra te llama”, dice desde Mozambique. Underground continúa así su serie sobre migrantes mexicanos.
BRUSELAS, Bélgica.- Andrés del Castillo tomaba su curso en un salón del Colegio de México cuando una secretaria interrumpió la clase para avisarle que su mamá había llamado por teléfono y le pedía que con urgencia se comunicara con ella. “Te acaban de llamar de la ONU -le dijo-; que el domingo tienes que estar en Darwin, Australia, para participar en la misión de apoyo electoral en Timor Oriental… ¿dónde queda eso, hijo?”, cuenta Andrés y suelta una carcajada.
Era un miércoles de junio de 1999 y -sin siquiera imaginarlo- el mexicano estaba por arrancar en cuatro días una emocionante carrera profesional dentro de la ONU que lo llevaría a convertirse en uno de los pocos expertos internacionales que hay en la implementación de sistemas nacionales de voto y en la organización de elecciones, algunas de ellas en ambientes muy tensos y conflictivos.
Andrés -quien nació en el entonces Distrito Federal aunque creció en Naucalpan, en el Estado de México- tiene hoy 56 años y desde hace tres vive en Mozambique, una excolonia portuguesa al sur de África y uno de los países más pobres del mundo, el cual sostuvo una guerra civil entre 1977 -dos años después de su independencia- y 1992. Ahí llegó como Jefe de proyecto de apoyo electoral de la ONU.
“Este es el proyecto más pequeño que he tenido a mi cargo”, explica a Underground por videollamada. “He llegado a tener bajo mi responsabilidad a 600 personas venidas de todo el mundo, cuando nos ha tocado encargarnos de crear todo un sistema electoral. Aquí tengo un equipo de 15 personas y ayudamos a las instituciones nacionales a organizar sus votaciones”.
Ha vivido sus últimos 22 años fuera de México, principalmente en Timor Oriental, país que él vio nacer y donde se estableció junto con su pareja, actual cónsul honorario de México y quien llegó en 2003 con la misión que envió Brasil para crear el sistema educativo nacional. “Mucho tiempo pensé quedarme definitivamente en Asia, pero la tierra te llama”, comenta Andrés, ya con la perspectiva de jubilarse en Oaxaca -donde viven sus padres- cuando llegue el momento.
En 1999 durante la consulta popular para la independencia de Timor Oriental
La historia de Andrés puede comenzar a finales de los años 80, cuando estaba terminando la carrera de Relaciones Internacionales en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y buscó irse de maestro de historia a la selva de Chiapas, dentro de un programa de preparatorias rurales del que fue rechazado. Resulta que como internacionalista no estaba autorizado a dar clases a nivel preparatoria.
“Estaba dispuesto a irme al punto más paupérrimo de la selva lacandona y me rechazaron. Me enojé muchísimo y busqué otro programa de servicio social”, cuenta. Fue en la dirección de asuntos internacionales de la Secretaría de Hacienda en Palacio Nacional donde fue aceptado en 1990. “De irme a la selva donde surgieron años después los zapatistas, ¡acabé en la sede del poder!”, se queja entre risas sarcásticas.
Ahí, “escalando puestecitos en la burocracia”, señala, se quedó siete años. Hasta que dijo basta. Aprobó en el Colegio de México (Colmex) su examen de admisión -sin recomendaciones, enfatiza- e inició una maestría dentro de un programa especial que por primera vez se abría en América Latina: estudios del sureste de Asia. El primer año estaba completamente dedicado a aprender un idioma de la región. Él quería aprender tagalo, la lengua de Filipinas, pero el colegio sólo disponía de una profesora de bahasa indonesio por un intercambio que tenía con la universidad de aquel país.
El conflicto de Timor Oriental fue su tema de tesis, “uno de ésos que no parecían tener solución”, refiere el entrevistado. El país fue colonia portuguesa hasta 1975 cuando fue invadida y ocupada por tropas de Indonesia -con apoyo de Washington- tras declararse independiente, con lo que se volvió una de sus provincias. La represión militar fue brutal.
Relata Andrés: “De repente, (mientras estudiaba en el Colmex) estalla una revolución en Indonesia, cae el gobierno dictatorial del general Suharto y una de las primeras cosas que hacen las nuevas autoridades para mostrar que están abiertos al mundo es hacer un referéndum de autodeterminación en Timor. Yo tenía que estar allá”. El entonces estudiante de maestría escribió cartas hasta a Kofi Annan, el entonces secretario general de la ONU, solicitando un lugar en la Misión de las Naciones Unidas para Timor Oriental (UNAMET). “Les decía que era mexicano y hablaba el indonesio y el portugués”, recuerda. Lo siguiente fue el episodio de la llamada telefónica para avisarle que lo esperaban en Australia.
Después de 10 días de capacitación en la base militar australiana de Darwin, un helicóptero también del ejército lo llevó “a un lugar remoto” de Timor, desde donde colaboró junto con otros 400 extranjeros a levantar -“desde cero”, sin las herramientas tecnológicas de hoy y en unas cuantas semanas- un registro de medio millón de electores y preparar las casillas para la consulta de independencia que tuvo lugar el 4 de septiembre de aquel 1999.
El mexicano narra sin contener la emoción: “En el vuelo de Australia hacia Timor nos entregaron un chaleco y un casco con el logotipo de la ONU. Una compañera me dijo: ‘¡Andrés, ya somos de Naciones Unidas!´. Sí, había logrado lo que siempre soñé. Lo que parecía increíble era una realidad. Me decía: `¡Trabajo para la ONU!´”.
El consulado honorario de México en Dili, capital de Timor Oriental; el más alejado del territorio nacional
Como Andrés era de los pocos que hablaba el bahasa indonesio -luego aprendió también el dialecto local (el tetun)-, sus compañeros lo seguían para facilitarse la vida y el trabajo. Ese dominio de los idiomas -habla igualmente inglés- fue definitivo en su ascenso profesional.
Sus tareas en la UNAMET y el contacto derivado con los timorenses -a veces complicados- le fascinaron. Cuenta que una ocasión llegó una señora muy mayor de edad a querer inscribir en la lista electoral a su marido ausente. Andrés le preguntó dónde estaba él. Le contestó que los portugueses se lo habían llevado a Angola y que lo estaba esperando porque le había prometido regresar. “Eso -refiere el mexicano- tuvo que haber pasado 25 años antes. Todos estábamos muy conmovidos. Sólo hice de cuenta que lo inscribía”.
Fue de los pocos también que tuvo el privilegio de formar parte del equipo de extranjeros -unos 60- que contó los últimos votos del referéndum de autodeterminación, los cuales debieron contabilizar rápidamente porque existía el peligro de que las milicias pro-indonesias (contra la independencia) atacaran y quemaran las urnas. Cuando terminaron el conteo -con la victoria del “sí”-, el jefe de la misión les dijo: “Ustedes son los primeros testigos del nacimiento de un nuevo país”. “Fue una experiencia muy emotiva, porque además era el amanecer del día siguiente”, recuerda Andrés.
Tras darse a conocer el resultado en una transmisión desde Nueva York con Kofi Annan, las milicias comenzaron a quemar y destruir a bombazos todas las infraestructuras de Timor. “Dijeron: `Les damos la independencia, pero no se quedan con nada´”, así resume Andrés lo que sucedió. Hasta 3,000 timorenses saltaron los muros alambrados de las instalaciones de la ONU -donde estaba el mexicano- para resguardarse de la violencia. Todos fueron evacuados a Australia. Andrés ayudó en la evacuación y fue de los últimos en salir.
Poco más de un mes después regresó a Timor con los primeros grupos de civiles, cuando ya habían entrado los cascos azules de la ONU para pacificar al país. Describe lo que vio: “No había nada. Naciones Unidas tuvo que traer en barcos los contenedores donde teníamos que dormir porque todo estaba destruido”. La organización tuvo que administrar el país y reconstruir las instituciones. Con el tiempo se efectuaron las primeras elecciones y una Asamblea Constituyente redactó la carta magna, de tal modo que el 20 de mayo de 2002 Timor fue declarado oficialmente independiente.
En ese proceso de reconstrucción participó el mexicano. Así que cuando la ONU se fue del país sólo dejó un equipo muy pequeño y él fue designado asesor en jefe para la construcción del sistema electoral nacional. Andrés, que había llegado a Timor con un contrato de dos meses, se quedó hasta 2012, año en que la ONU lo envió a dirigir un proyecto electoral en Nepal.
El experto electoral de la ONU durante el referéndum para la independencia de Sudán del Sur en 2011
En Katmandú, la capital nepalí localizada en las faldas de la coordillera Himalaya, a Andrés le tocó vivir el fuerte terremoto que ocurrió el mediodía del 25 de abril de 2015, el cual dejó 9,000 muertos y más de 20,000 heridos. La dimensión de los daños materiales fue tal que 10 millones de personas necesitaron ayuda humanitaria y tres millones tuvieron que abandonar sus hogares.
Al año siguiente, la ONU abrió un nuevo proyecto de apoyo electoral en Timor Oriental y Andrés regresó a coordinarlo hasta 2018 que fue enviado a Mozambique. Recuerda que, antes, en 2014, participó en la auditoría que efectuó la ONU de las elecciones presidenciales de aquel año en Afganistán. Platica que hubo acusaciones de fraude y nadie quería reconocer los resultados. “Se llegó a la decisión de recontar voto por voto, casilla por casilla, como en México”, bromea el entrevistado en referencia a la exigencia del entonces candidato -hoy presidente- Andrés Manuel López Obrador en las elecciones de 2006, en las que clamó fraude al ser derrotado por Felipe Calderón.
Relata: “Descubrimos que todos habían hecho fraude; nadie se salvaba. Imagínate: abrías las urnas y encontrabas los blocks enteros con las hojas de votación marcadas a favor de un mismo candidato. Fue tan grave la situación que nuestra auditoría concluyó como solución que, de no llegar a un acuerdo político, se tenían que repetir las elecciones. Eligieron la primera opción y, de los dos candidatos más fuertes, uno fue presidente y el otro primer ministro”.
-Y ya que menciona a México, ¿qué opina del sistema electoral mexicano?, se le pregunta.
-La fama que tiene internacionalmente es que es muy bueno. Es uno de los más caros del mundo, pero es así porque se tuvieron que crear una serie de mecanismos para controlar que no haya fraudes. Hemos evolucionado de un sistema tremendamente manipulado a otro donde cualquier partido puede ganar. Esa es una prueba de que el sistema permite el intercambio de poder. Hoy se critica mucho al Instituto Nacional Electoral (INE); la han agarrado (el gobierno actual y sus simpatizantes) duro contra éste, pero creo que no sea el momento para destruir una institución electoral sólida que ha logrado limpiar las elecciones, las que ya no son como en las épocas del PRI, con “ratón loco” y todas esas trampas.
-¿Cómo es que un país tan lejano de México y distinto, como Timor, pueda atraer tanto a un mexicano como usted al grado de considerarlo su hogar?
-Lo que no pude hacer en Chiapas en mi juventud lo pude hacer en Timor. Ayudé a la formación de ese país desde cero. Me arremangué las mangas, aprendí las leyes e hice lo que fue necesario para apoyar. Así me convertí en experto electoral: viendo cómo podía trabajar por un país que estaba saliendo de la guerra y la destrucción.
Ahonda en su explicación: “Yo no entré a estudiar relaciones internacionales para estar en los cocteles de embajadores. No quería ser ni embajador ni diplomático. Lo que quería era estar en un organismo que impulsara el desarrollo, y por eso mi anhelo era trabajar en la ONU”.
Y esa entrega ha sido recompensada: Andrés fue condecorado en 2010 con la medalla de honor al mérito del gobierno de Timor, en agradecimiento a su aportación a la democracia en el país. Se la entregó el Premio Nobel de la Paz, y entonces presidente, José Ramos-Horta.
El último mensaje del mexicano que alcanzó un alto puesto en la ONU desde el escalafón más bajo de esa institución -el de voluntario- es de aliento al esfuerzo personal: “Los mexicanos tenemos la capacidad de salir del país y hacerla. Tengo un puesto importante, una buena reputación en la ONU, y todo gracias a la UNAM y al Colmex. Y siempre sin apoyo ni recomendación de nadie”.
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