Fueron arrestados en 2016 en un laboratorio en el que fabricaban metanfetaminas.
Y después de seis años de juicio, cuatro mexicanos provenientes de Sinaloa fueron condenados a 10 años de cárcel por el Tribunal Federal Superior de Asaba, en Nigeria. Sus nombres: José Bruno Cervantes Madrid, Pastiano Rivas Ruiz, Cristóbal Castillo Barraza y Pedro Partida González.
Sus penas de prisión comenzaron el pasado 6 de diciembre, fecha en que fueron sentenciados. Así lo determinó el juez del caso, Okon Abang, contrario a lo que quería la Agencia Nacional Antidrogas de Nigeria (NDLEA por sus siglas en inglés), que éstas corrieran a partir del momento de su arresto en 2016. La NDLEA incluso ya había firmado un acuerdo con los mexicanos para que se declararan culpables a cambio de contabilizar el tiempo de detención.
De acuerdo con las crónicas de la prensa nigeriana, el juez Abang rechazó ese acuerdo, considerándolo «irrazonable», «perverso» y «mal motivado». Había tantos elementos de prueba en su contra, como el hecho de que hubieran sido «atrapados en el acto» del delito -dijo el juez- que no hacía falta ningún acuerdo, a pesar de que los mexicanos aseguraran una y otra vez que eran inocentes.
El Premium Times de Nigeria reporta que el juez Abang reprendió al representante de la agencia antidrogas en el juicio: le reclamó que su acuerdo con los mexicanos «era insensible de la gravedad de los delitos de los condenados y a la cantidad de recursos escasos que el gobierno había desplegado en el juicio» durante tantos años.
El grupo de mexicanos estaba produciendo metanfetamina pura y extrayendo efedrina, otra sustancia ilícita, en un laboratorio ubicado en un almacén a un costado de la autopista Ibusu-Asaba, en estado del Delta. Cinco nigerianos -también juzgados y condenados a la misma pena de prisión- los habían contratado para que les ayudaran a construir, equipar y operar el laboratorio. Según la NDLEA, antes de su arresto los mexicanos estaban a cargo de una ruta del tráfico de drogas que se extiende entre la costa oeste de África -Nigeria en particular-, África oriental y meridional, Europa y América del Sur.
La notoriedad de los mexicanos en el tráfico ilícito de drogas -dijo la NDLEA al juez- los había puesto en la lista de vigilancia de las organizaciones mundiales de seguimiento de drogas ilícitas, y formaban parte «de un cártel del narcotráfico con amplio alcance internacional».
Los narcotraficantes nigerianos se enfocaron desde hace aproximadamente una década al boyante negocio de la metanfetamina. Decidieron ya no traficarla como intermediarios de grupos criminales extranjeros y comenzaron a producir la droga ellos mismos.
Fue bajo esa lógica que contactaron a cárteles mexicanos y bolivianos –que habían desarrollado métodos químicos para fabricar cantidades más grandes y de mayor pureza de metanfetamina- y los contrataron como “asesores técnicos”, de acuerdo con un reporte de marzo pasado del Global Initiative against Transnational Organized Crime, una organización asentada en Ginebra, Suiza.
Señales inequívocas de que una industria de metanfetamina se había enquistado en Nigeria fueron, primero, el descubrimiento en ese país del primer laboratorio clandestino fuera de Sudáfrica en 2011 y, al año siguiente, el desmantelamiento de otro en cuyo funcionamiento participaban cuatro bolivianos.
El gran salto en la producción de la droga fue la llegada de los “socios mexicanos”.
En marzo de 2016, la NDLEA anunció que había identificado y destruido un “súper laboratorio” con capacidad para obtener la impresionante cantidad de cuatro toneladas por semana de un tipo de metanfetamina extremadamente pura en forma de cristales.
La instalación -en la que la policía incautó 1.5 kilos de metanfetamina ya preparada, 750 litros de la misma droga, diversos químicos y utensilios- estaba ubicada en Asaba, una ciudad en el estado sureño de Delta.
Aquella ocasión fueron arrestados los cuatro mexicanos, quienes habían sido contratados por una red local de traficantes como “expertos técnicos”. Dos de ellos –José Bruno Cervantes Madrid y Pastiano Rivas Ruiz– habían llegado en febrero de aquel año para llevar a cabo una “prueba de producción” que resultó exitosa. Debido a que se duplicó el volumen para el segundo “ciclo” de fabricación, se integraron Cristóbal Castillo Barraza y Pedro Partida González.
La mexican meth, como se le empezó a conocer entre los consumidores, estaba -y está- destinada para el suministro de los mercados del sureste asiático, en donde un kilo puede alcanzar en Japón un precio al mayoreo de 150 mil dólares. En Nigeria, en una ciudad como Lagos, se vende a 3 mil 500 dólares, un monto que representa de igual forma una fortuna en la empobrecida economía del país, en el que el salario mínimo es de poco más de mil pesos mensuales.
Esta novedosa metanfetamina de técnica mexicana entró a los circuitos de distribución del narcotráfico regional y se expandió de tal forma que llegó a imponerse en los mercados de Sudáfrica y los países vecinos.
Tal fue su penetración que se convirtió en la variedad preferida en las urbes sudafricanas más pobladas, Johannesburgo y Ciudad del Cabo, señala el mencionado reporte suizo, el cual revela que -según distribuidores de ese país a quienes tuvo acceso- la mexican meth ya circulaba en el país unos tres años antes de que fuera descubierto el famoso “súper laboratorio” de Asaba.
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