BERLÍN, Alemania.- Aristeo Jiménez tiene la certeza de que descubrió la fotografía siendo un adolescente de 15 años cuando era cácaro del cine de su marginal colonia Tierra y Libertad, en las faldas del cerro del Topo Chico, allá en Monterrey, Nuevo León.
Recuerda que en plena efervescencia hormonal, él y sus amigos se trepaban a una azotea para ver las películas porno que una vez a la semana proyectaban en el cine al aire libre. El gusto les duró hasta el día en que el “Miguelón”, el dueño y un antiguo luchador, los descubrió y los sacó a “madrazos” de ahí. Entonces, el aún adolescente Aristeo le pidió una oportunidad para trabajar como ayudante del cácaro oficial “que era un señor que siempre estaba chupando y a veces se le pasaba la película. La gente le gritaba y yo lo ayudaba”.
Fue así como comenzó a consumir -además de cine porno- producciones importantes del cine mexicano de la época como El apando, El lugar sin límites o Las poquianchis.
“Ahí me eduqué mucho con la imagen, con esas películas de la época. Estaba impresionado con ese cine. Ahí conocí la luz, la composición”, dice en entrevista.
Era la década de los años 70 del siglo pasado. Los padres de Aristeo se habían unido a las 35 familias que en marzo de 1973 invadieron las tierras de las faldas del cerro del Topo Chico para fundar la combativa colonia Tierra y Libertad.
El experimento social que representaba ese movimiento -que implicó fundar de la nada, en lo que eran vertederos y terrenos baldíos espacios de vivienda para familias sumidas en la pobreza- llevó hasta allá en 1976 al productor canadiense Maurice Bulbulian y su equipo para – por encargo de la Secretaría de Educación Pública- filmar un documental sobre la travesía de estos colonos -antiguos campesinos- en la fundación de su propia sociedad.
Aristeo recuerda que le gustaba “andar ahí de metiche” y pronto comenzó a ayudar a la producción a cargar las lámparas y los tripiés. Una de las fotógrafas mexicanas que trabajaba con Bulbulian fue quien le obsequió en ese entonces su primera cámara fotográfica.
Esta era la misma época en la que Aristeo trabajaba como cácaro. Así que al tiempo que descubría el mundo del cine también lo hacía con el de la fotografía.
“Esta mujer me regaló una canon y me dijo cómo poner la película a la cámara. Así comencé a hacer fotos. Luego le daba los rollos a ella y se los llevaba cuando se iba a la ciudad de México. Cuando regresaba, traía mis fotos reveladas y me decía “‘¡ah! tomas buenas fotos’”.
Después vinieron un par de años en la Ciudad de México, en donde logró conocer de cerca el trabajo de importantes fotógrafos mexicanos como Manuel Álvarez Bravo, Graciela Iturbide y Pablo Ortiz Monasterio. Estos dos últimos se convertirían tiempo después en sus tutores cuando en 1980 ganó una beca del Fonca.
Por ese tiempo Aristeo volvió a Monterrey para terminar sus estudios de artes visuales. Pero su mundo no lo veía en la academia ni en algún otro espacio que no fuera el suyo, el de la calle.
“A mí lo que me gustaba era la calle. En el 80 comencé a descubrir ese lenguaje. Y a partir de ahí no he parado”, dice.
Y sí. La fotografía de autor de Aristeo Jiménez se desarrolla literalmente en la calle, en la periferia de la ciudad, en lugares marginales donde la vida es intensa y a veces perturbadora como en las cantinas, en los circos, en los teatros de barrio, en las casas de amigos y conocidos. Siempre o casi siempre en la periferia del Topo Chico, de donde nunca se ha ido y a donde siempre vuelve. Y casi siempre en formato de retratos, aunque también fotografía paisajes, naturaleza muerta e interiores.
“Tengo serie de vaqueros, perros, transexuales, campo. También retratos del barrio, de teatros del barrio… de mi entorno social donde vivo. Voy mucho a las cantinas del centro de Monterrey y ando mucho en la carretera. También hay una serie de carretera, de paisajes de la carretera”, explica.
“Son como Los olvidados”, dice César González sobre los personajes de los que se ocupa Jiménez. González es curador de fotografía y desde hace un tiempo apoya a Aristeo en la promoción de su trabajo. Juntos llegaron el pasado noviembre hasta Berlín en respuesta a una invitación que la embajada mexicana les hizo para montar una exposición fotográfica.
Sobre el trabajo de Aristeo y sus personajes dice:
“En el caso del circo son ambulantes que migran y viajan por toda la república. La gente travesti y trans que retrata son también migrantes y todos son personajes que encajan no necesariamente en la sociedad regia, que es una sociedad conservadora, clasista, racista. La fotografía de Aristeo le da todo el vuelco a eso”, asegura.
Los que son pólvora, es la primera exposición en solo fuera de México de Aristeo Jiménez. Antes expuso ya de manera colectiva en París y Madrid. La intención del artista es que durante 2024 la exposición -tal cual- viaje a París y algunas otras capitales europeas.
“La exhibición busca crear vasos comunicantes entre la fotografía de Aristeo y la escena contracultural y nocturna de Berlín. Hay una preocupación por el cuerpo, el deseo, por la sexualidad que creemos que reverbera en este contexto en esta ciudad. Aunque son escenas muy diferentes, la propia cultura regia a lo que sucede aquí, pues hay cercanías de cierta manera. Y eso nos interesa mucho. Nos interesa ir armando puentes. Estamos en eso”, agrega César González.
El trabajo de Aristeo Jiménez se puede visitar hasta el mes de enero en la sede de la embajada mexicana en Berlín.
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