Hackers, democracia y estrés (Especial de verano)

Héroes de la mitología tecno de nuestro tiempo, los hackers -esos virtuosos de la informática capaces de infiltrar cualquier sistema por más protegido que se encuentre- se han ganado a pulso un lugar destacado como aguerridos defensores de derechos humanos y enemigos de populistas y dictadores de todo el mundo. Y no sin pocos riesgos, como lo ejemplifica el célebre caso del australiano Julian Assange. Aprovechando el descanso vacacional de verano, Underground Periodismo Internacional reproduce para sus lectores tres historias recientes que ilustran a través de sus personajes el tortuoso camino que puede convertirse el hacktivismo.

Stephan Urbach, el hacker que resucitó

El siguiente texto fue publicado el 27 de julio de 2016 en el portal de la revista Proceso de México.

BRUSELAS, Bélgica.- Faltaba poco para que cumpliera 31 años y Stephan Urbach ya había preparado todo para suicidarse la noche del 12 al 13 de agosto de 2011.

Lo había preparado todo desde el punto de vista tecnológico.

En su servidor había instalado un “interruptor de muerte” que se activaría el día que él no apretara cierto comando de su computadora para probar que seguía vivo: en ese momento el sistema automáticamente borraría su correo electrónico personal y publicaría un último mensaje que había programado en su blog y que sería enseguida diseminado en su cuenta de Twitter.

Al mismo tiempo que su padre recibiría una nota de adiós por e-mail, sus sesiones de chat serían canceladas. De manera también instantánea, un correo electrónico con las claves de acceso a algunos sistemas confidenciales de internet sería transmitido a algunos hackers de Telecomix, el grupo de activistas defensores de la libertad de comunicaciones al que pertenece Urbach.

Mi depresión me arrastró a querer dejar todo atrás”, confiesa el célebre hacker alemán en su libro Reinicio: la vida de un activista de internet. “Después de todo lo que viví, me sentía un cascarón vacío, listo a disolverme en el aire”.

Pero en el momento decisivo, Urbach se arrepintió.

¿Qué lo había llevado a tan profunda depresión?

Desde Berlín, Urbach se involucró con Telecomix en el apoyo con tecnología a las luchas de resistencia que habían estallado contra algunos regímenes autoritarios de países árabes, la llamada Primavera Árabe.

Por ejemplo, cuando a finales de enero de 2011 el entonces presidente Hosni Mubarak cortó internet para restar capacidad de organización a la revuelta, Urbach ayudó a restablecer el servicio por medio de unos transmisores de datos que instalaron miembros de la oposición egipcia. Fue así como los manifestantes pudieron comunicarse con el mundo exterior y subir fotos de lo que sucedía en la Plaza Tahir, el epicentro de la protesta.

Por esa misma época también estalló la rebelión contra el dictador sirio Bashar al-Assad. Fotografías y videos de las movilizaciones y la represión del régimen pudieron escapar a los servicios de inteligencia y difundirse fuera del país gracias también al apoyo técnico de Urbach.

El problema fue que el hacker y activista de derechos humanos se sumergió cada vez más y más y sin control en el mundo del activismo en línea. No dormía, no comía y no se divertía, pues estaba entregado a defender, entre otras, las causas de sus amigos en Egipto y Siria, a algunos de los cuales vio de lejos morir a manos de las fuerzas de seguridad de Assad. Y ese fue su ritmo de vida hasta que se derrumbó emocionalmente.

Urbach salió de su infierno. Logró tomar una distancia apropiada de los hechos. Se apartó de su militancia en el Partido Pirata alemán, en el que había ocupado puestos importantes, y ahora se dedica a escribir y compartir su experiencia sobre revoluciones y vigilancia tecnológica en conferencias.

Actúa como vocero de Telecomix y forma parte del legendario Chaos Computer Club, la más grande asociación europea de hackers que opera en Alemania desde comienzos de los años ochenta. Su más reciente combate: el apoyo a los refugiados que alcanzan a llegar a su país.

Muchos medios alemanes han escrito sobre el enorme estrés mental al que lo llevó su activismo en internet.

Sin embargo, el que ya es llamado en la prensa local como su “libro de confesiones”, publicado el año pasado en alemán, saldrá pronto en inglés, luego de que el autor consiguiera juntar los más de 4 mil euros que costaría su traducción por medio de una campaña de fondeo público, la cual, por cierto, apoyó la banda berlinesa de música electropunk y defensora de las libertades digitales Atari Teenage Riot, que además colaboró en el proyecto componiendo la banda sonora que acompañará al volumen.

En una entrevista publicada por el periódico Die Welt en noviembre pasado, Urbach comenta que dejó de interactuar con gente en Siria desde finales de 2012.

El diario le pregunta lo que ha cambiado desde que él se retiró de la escena hacktivista en Siria. Responde que la mayoría de los activistas se habían “consumido psicológicamente” como él y que sólo quedaron 20 o 30 personas que actúan en pequeños grupos.

–¿Qué consejos le puede dar a los hackers y activistas con ideas afines a las suyas para evitar caer en una situación psicológica peligrosa como fue su caso?, le cuestiona Die Welt.

Y Urbach contesta: “Hay que tomar pausas. No vale la pena renunciar a su propia vida por mejorar el mundo. Es necesario mantener contacto social fuera de la escena hacker para poder trabajar de forma permanente con eficacia”.

*Stephan Urban continúa activo con Telecomix en la defensa de los derechos humanos y la libertad de internet.


Amir Taaki, el hacker británico que combatió en Siria

El siguiente texto fue publicado el 19 de abril de 2017 en el portal de la revista Proceso de México.

BRUSELAS, Bélgica.- Un día de febrero de 2015, Amir Taaki tomó un vuelo de Madrid a la ciudad de Suleimaniya, en la entidad autónoma del Kurdistán, en el norte de Irak. Apenas tocó tierra, la policía kurdo-iraquí lo detuvo y sus pocas pertenencias fueron sujetas a una revisión exhaustiva.

Los policías querían asegurarse de que Taaki no era un terrorista del Estado Islámico (EI). No fue el caso. El joven de 29 años había viajado hasta ahí para unirse a las Unidades de Protección Popular (YPG, por sus siglas en el idioma local), una milicia kurda que combate a los yihadistas del EI en el Kurdistán sirio.

En particular, él buscaba enrolarse como hacker en las tropas anarquistas del YPG en la región de Rojava.

El joven británico-iraní ya era un programador informático muy conocido por su implicación en el proyecto bitcoin, la moneda virtual que no depende de ninguna autoridad política o financiera y que permite evadir controles gubernamentales y embargos económicos.

En 2011, Taaki había rediseñado su propio código computacional de bitcoin, llamado Libbitcoin, y construido el prototipo de un mercado negro en línea, descentralizado y capaz de saltar los omnipresentes ojos policiacos.

Taaki quería poner a disposición de las milicias kurdas sus habilidades técnicas.

Los policías kurdos lo subieron a un taxi que lo llevó a una casa de seguridad en donde se encontró con un reclutador del YPG. Fue trasladado entonces a un campamento en las montañas del Kurdistán iraquí. Ahí tuvo que esperar junto con otro grupo de jóvenes provenientes de países occidentales.

Una noche, él y sus compañeros de causa recibieron instrucciones de emprender el camino: primero a pie por las montañas, luego se embarcaron por el río Tigris y finalmente fueron llevados en camionetas a un campo de soldados kurdos en Siria.

El británico quiso explicarle al más veterano de los oficiales el propósito de su presencia. El hombre lo ignoró y lo mandó a integrarse a una unidad compuesta por extranjeros.

Taaki recibió un uniforme militar y un fusil de asalto. Sin ningún entrenamiento fue enviado con su AK-47 al frente de batalla.

“El predicador”

La historia de Taaki es narrada por el célebre periodista Andy Greenberg en Wired.

Publicada el pasado 29 de marzo en la página de internet de esa revista faro de la cultura tecnológica, el caso de Taaki tocó uno de los varios frentes que se libran en la sangrienta guerra civil siria, cuyo último capítulo fue el bombardeo estadunidense, el 7 de abril pasado, a una base militar del régimen de Bashar al-Assad desde la cual se habría lanzado tres días antes el ataque químico contra un poblado sirio en territorio rebelde.

Greenberg relata que en 2014 el hacker británico llevaba una vida de activista errante, alojándose en edificios abandonados (squatts) en Barcelona, Londres y Milán.

En esa época, Taaki –a quien Greenberg llama “el predicador de la revolución cripto-anarquista en Internet”– estaba metido en el desarrollo de un programa informático llamado Dark Wallet, muy adelantado a su tiempo porque estaba diseñado para permitir transacciones con moneda bitcoin que no dejaran rastro.

A finales de ese año, Taaki se enteró de la existencia de las Unidades de Protección Popular, consideradas el brazo armado del Partido de la Unión Democrática, una organización política fundada por nacionalistas kurdos en Siria. El YPG también está afiliado al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), una agrupación considerada terrorista por Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y Turquía.

Taaki estaba fascinado por la lucha del YPG en Rojava. Leyó que tal unidad había creado “una sociedad progresista de más de cuatro millones de habitantes, basada en los principios de la democracia directa, la anarquía colectivista y la igualdad de género”, escribe Greenberg.

No se especifica, pero es muy probable que se trate de los famosos Leones de Rojava, una unidad del YPG que acoge a milicianos extranjeros, muchos de ellos británicos, como fue el sonado caso del exsoldado de 22 años Joe Robinson, que combatió en Siria también en 2015.

Robinson pudo unirse a los Leones de Rojava tras contactar por Facebook a Jordan Matson, un exsoldado estadunidense que también combatía en el bando de las milicias kurdas.

En todo caso, cuando Taaki supo que militantes del EI habían invadido la región central de Rojava y masacrado a más de un centenar de civiles, decidió ir a combatir directamente a ese “fascismo islamista”. Y es que, pensaba, la revolución anarquista que estaba ocurriendo en aquel lejano territorio sirio tenía como precedente más cercano la resistencia de Cataluña y la Guerra Civil española de los años 30 del siglo pasado.

Pesadillas

Durante su paso en Siria como combatiente, Taaki nunca participó en un enfrentamiento con los yihadistas: los aviones estadunidenses bombardeaban posiciones del EI, los jihadistas se replegaban y entonces su unidad llegaba en camionetas a ocupar el territorio arrebatado.

Sin embargo, las muertes en combate de algunos de sus amigos le dejaron profundas marcas psicológicas, que le provocaban terribles pesadillas y alucinaciones en las noches.

Un día, cuenta, una joven italo-turca que comandaba su unidad le prometió retirarlo del frente para aprovechar sus conocimientos tecnológicos, pero antes de que eso sucediera Taaki fue trasladado a otra brigada de combatientes. Luego supo que un tercio de su antigua unidad había sido asesinada en un ataque del EI, incluyendo a la joven comandante.

Finalmente, un oficial kurdo que había dirigido a reclutas extranjeros se percató de la formación técnica del británico. “¿Pero y tú qué está haciendo aquí?”, dice que le preguntó sorprendido aquel miliciano.

Días después el hacker dejó el frente de guerra para instalarse en la pequeña ciudad de Al Malikiya y después en Qamishli, la ciudad kurda más importante en Siria y centro administrativo de la región.

Se integró en ese lugar al Comité Económico, ayudó a diseñar el plan tecnológico del naciente sistema educativo y se involucró en el desarrollo de varios proyectos sociales, entre ellos enseñar el uso de internet y de programas de “fuente abierta”, es decir libres. Pero a pocos entusiasmó su trabajo de programador.

Taaki decidió regresar a Reino Unido temporalmente, sobre todo para desmentir al programador australiano Craig Wright, quien en mayo de 2016 clamó públicamente que él era el creador del bitcoin. Taaki pensaba terminar su proyecto Dark Wallet para que las organizaciones kurdas pudieran recibir fondos en moneda bitcoin saltando el embargo internacional que prohibía las transferencias de dinero a Siria.

El arresto

Luego de 15 meses de combatir en Medio Oriente, el joven británico regresó a Inglaterra.

Pero apenas aterrizó en el aeropuerto londinense de Heathrow, la policía británica rodeó su avión y lo arrestó. Fue esposado y llevado a un centro especial de detención para casos de terrorismo.

Los policías lo interrogaron sobre el PKK y el EI. Pero también se interesaron en sus actividades relativas al bitcoin y en su estrecha relación con Cody Wilson, el anarquista estadunidense que creó la primera arma replicada mediante impresión 3D y quien fundó la compañía Defense Distribuited que diseña armamento con programas distribuidos y desarrollados libremente.

Taaki fue puesto en arresto domiciliario en casa de su madre. Le fue confiscado su pasaporte y debía pasar lista en la comisaría de la policía local tres veces cada semana. La investigación en su contra –por apoyar o unirse a una organización terrorista proscrita– duró 10 meses y finalmente fue liberado.

Otros ciudadanos británicos que han peleado con YPG no han sido juzgados, pero los abogados de Taaki en la Fundación Courageque desde Alemania defienden o han defendido a lanzadores de alerta como Edward Snowden o Chelsea Manning– temían que el hacker pudiera ser castigado por sus “proyectos subversivos de programación” o por su origen iraní. Consideraban entonces que el trato que se le había dado a su caso era “alarmante” y “discriminatorio”.

Al final del reportaje de Wired, Taaki explica a Greenberg:

Estaba seguro que iba a morir (en Siria). Pero hubiera sido peor continuar viviendo como un hipócrita: considerándome un anarquista revolucionario y, por otro lado, no tomar parte de una verdadera revolución”.

Los “tecno-anarquistas” Cody Wilson y Amir Taaki –acusados por algunos de ser “íconos generacionales de un anarquismo chic“– son los personajes estelares del documental The New Radical, del director Adam Bhala Lough. Fue estrenado a finales de enero pasado en el festival de cine de Sundance.

*Taaki continúa trabajando en proyectos ligados a bitcoin. En 2018 apoyó a hackers del movimiento independentista catalán.


Hackers del bienestar

El siguiente texto fue publicado el 25 de junio de 2017 en la revista CAMBIO de México.

BERLÍN, Alemania.- Hace cuatro años, Jérémie se sentía atrapado en una crisis de agotamiento y estrés laboral. Como muchas personas, a sus 35 años, él se sentía al borde del burnout.

Sin embargo, su estrés era algo peculiar pues había dejado de ser “cualquier persona”.

Jérémie Zimmermann es el hacker francés que ganó fama internacional al participar con Julian Assange, Jacob Appelbaum y Andy Müller-Maguhn –la crema y nata del hacktivismo– en un diálogo sobre el control totalitarista de Internet, del cual se desprende el libro Cypherpunks, publicado en 2012.

Un año más tarde de aquella charla, Zimmermann ya no soportaba el ritmo tan acelerado que llevaba su vida como vocero de La Quadrature du Net, una conocida organización civil con sede en París que defiende las libertades en Internet y que fue fundada en 2008 por él y otros activistas y promotores del software libre.

Redactar uno tras otro boletines de prensa; dar entrevistas; viajar a Bruselas o Estrasburgo para intentar convencer a los diputados del Parlamento Europeo de que legislaran a favor de la neutralidad y la privacidad en la red, mientras batallones de cabilderos profesionales hacían lo mismo pero en sentido contrario; asistir a conferencias internacionales… así era su día a día y Zimmermann sentía la imperiosa necesidad de hacer mucho más y a una mayor velocidad.

Cuando recuerdo mi vida de aquella época, me doy cuenta de que la mitad de las cosas que hacía no eran indispensables; mi mensaje habría sido escuchado igual haciendo mucho menos. No tenía un ritmo equilibrado”, cuenta el programador galo, quien como muchos otros personajes del medio de los hackers, los activistas y los lanzadores de alertas (whistleblowers en inglés), es muy apasionado.

(Los hackers) –comenta en entrevista con este reportero– no hacen ninguna diferencia entre el trabajo y el resto de su vida. Sacrifican todo por su pasión: el descanso, las relaciones personales y hasta la alimentación. He visto a muchas personas del medio caer en la depresión, sufrir un burnout o simplemente abandonarse, debido a la enorme presión a la que estaban sometidas”.

Un caso reciente fue el del hacker alemán Stephan Urbach, quien ya había programado la desactivación de sus cuentas en Internet días antes de la fecha en que había decidido suicidarse, lo cual finalmente no sucedió.

Urbach, quien había colaborado con activistas sirios a fin de burlar el bloqueo informativo del régimen dictatorial de Bashar al-Assad, escribió el año pasado un libro acerca de su experiencia titulado Reinicio.

Pero no todos han tenido la misma suerte. El famoso programador y activista político estadunidense Aaron Swartz no resistió la presión y finalmente se suicidó el 11 de enero de 2013 –tenía apenas 26 años–, tras haber sido acusado por el gobierno de su país de cometer 13 crímenes informáticos, que lo enfrentaban a multas por cuatro millones de dólares y a más de 50 años de prisión.

Es notorio que a Zimmermann el tema le consterna. Rehuye hablar de Swartz y prefiere narrar el instante que de alguna manera salvó su vida. Fue el día en que conoció a Emily King, una joven psicóloga que se había reinventado. Sin embargo, su historia no tenía nada que ver con el ciberespacio, pues ella se había vuelto una artista… pero del masaje.

Emily me platicó que aprendía técnicas de masaje de todo el mundo, las combinaba y que hablaba con las personas para entender lo que las afectaba. Le conté que yo no podía más; sólo había dormido tres horas en una semana”.

Emily le dio masaje durante una hora. Zimmermann aún recuerda ese día con asombro: “Terminé completamente sereno, recentrado en mí mismo. Durante muchos años no me había sentido mejor. Abrí los ojos y le dije: ‘Eres una hacker, porque haces las cosas sin seguir las reglas’. Una semana después nos vimos y decidimos poner esas competencias al servicio de los hackers, activistas y lanzadores de alerta”. Así fue que nació en Berlín el proyecto Hacking with Care.

Espacios de paz

Hacking with Care es un experimento único en su especie que, por increíble que parezca, consiguió llevar la cultura del hackeo al terreno del bienestar físico y emocional.

Basándose en aquella definición básica del hacker como una persona que modifica el uso de los sistemas con el propósito de emplearlos en formas no pensadas en su origen, a Zimmermann se le ocurrió la idea de hackear ciertas técnicas de bienestar administradas por quienes participan en el proyecto y volverlas accesibles a sus colegas más vulnerables.

Emily se interesa en la medicina tradicional china y él en la meditación, aunque también hay miembros que ofrecen conocimientos en herbolaria, yoga o que son médicos profesionales en psicoterapia.

El masaje es el eje conductor. Y es que Zimmermann lo compara a las redes peer to peer (persona a persona) propias de la informática, que permiten el intercambio directo de información entre dos computadoras.

El masaje puede aprenderlo cualquiera y transferirlo a otra persona. No es como la oncología, para la que hay que estudiar Medicina. Es como la diferencia entre el software y el hardware. El primero lo puede aprender uno con sólo acceder a una computadora. Para el segundo hay que tener acceso a componentes y disponer de fábricas. Comenzamos de manera natural con la tecnología más accesible y fácil de compartir”, explica Jérémie.

Al mismo tiempo, con la finalidad de desempeñarse correctamente, los miembros del grupo que suministran los cuidados personales –disponibles en su página en formato wiki– asumen también la ética y las herramientas propias de la seguridad hacker. Aprenden, por ejemplo, a codificar sus comunicaciones, retirar la batería del celular o tomar notas a mano, y no en la computadora.

El colectivo, subraya Zimmermann, funciona “a ritmo humano, lentamente, como un árbol que toma su tiempo y no como plantas irrigadas con productos químicos a fin de que crezcan lo más rápido posible”.

Algunas personas los tachan de ser una “banda de hippies”, no obstante, incluso esas han regresado uno o dos años después con el objetivo de confesar que finalmente habían entendido el proyecto porque conocieron un caso cercano de burnout o lo sufren ellos mismos.

Hay personas –comenta el hacktivista– que han crecido frente a una computadora, solos, o aislados durante su juventud, realizando una actividad muy intelectual, pero distanciados de las cuestiones corporales. Toma tiempo darse cuenta que podemos necesitar ayuda y pedirla: para muchos es dar un gran paso”.

Hacking with Care no está diseñado con el propósito de ser un proveedor de servicios comerciales. Zimmermann lo define más bien como “un colectivo informal que produce momentos y materiales para encontrarse con uno mismo”.

Y profundiza: “No nos identificamos en términos de número de empleados o presupuesto anual; no publicamos comunicados de prensa, no tenemos miembros ¡y ni siquiera tenemos cuenta bancaria! (risas). Somos lo más ligero posible para poder ser muy flexibles”.

En la práctica, el equipo de colaboradores de Hacking with Care se instala en congresos y espacios para hackers. A veces ofrecen masajes; otras, sólo un sitio tranquilo donde se pueda charlar mientras se bebe una taza de té.

Es importante destacar que cuando la problemática de alguien que busca asesoramiento rebasa las posibilidades de Hacking with Care, se le canaliza a la atención clínica profesional.

Dependiendo de lo que tenga la persona, nosotros le aconsejamos tomar vacaciones, comenzar la meditación, aplicarse masajes, alejarse de las computadoras o dar paseos. Pero si percibimos que hay algo que no conocemos, vamos a decirle que vaya al hospital a ver a un psicólogo. Lo más importante para nosotros es la orientación”, advierte Jérémie.

Hacking with Care organiza también sus propios eventos, llamados pop up care sessions (sesiones eventuales de cuidados) en los locales que tiene en Berlín la asociación c-base hackerspace, justo donde tienen su sede organizaciones como Chaos Computer Club, Wikipedia y el Partido Pirata.

He pasado horas, incluso días, con algunas personas”, cuenta Zimmermann, quien recuerda una ocasión en que un asistente a una de sus sesiones colectivas preguntó mediante un sistema anónimo de pequeños papeles qué hacer cuando una persona no se deja ayudar.

Zimmermann respondió que a veces uno no es capaz de brindar ayuda porque es muy cercano a la persona afectada o no está preparado emocionalmente si existe una relación amorosa con ella, casos en los que falta una distancia razonable que sí puede tener un terapeuta profesional.

Al final de aquella sesión, un muchacho se le acercó: “Me preguntó lo mismo: capté que quien no quería su ayuda era una mujer con la que tenía una relación. Él estaba angustiado y sufría. Tenía ya un problema también. Como si no me hubiera dado cuenta que se trataba de él, le di a entender que primero debía protegerse y tomar distancia de la persona en cuestión, o simplemente dejar de intentar ayudarla y buscar un profesional”.

Jérémie se cruzó con el mismo joven seis meses después. Y su vida era otra: “Con una sonrisa de lado a lado me dijo: ‘Gracias por tu consejo, funcionó’. Y es que a veces es suficiente estar en el buen momento para ayudar a alguien; poder dar una perspectiva diferente para así desbloquear una situación”.

*Jérémie Zimmermann sigue apoyando a hackers y periodistas en Hacking with Care y trata de permanecer fuera de línea el mayor tiempo posible.

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