Por segundo año consecutivo, la artista mexicana Janin cargó una maleta y una mochila y cruzó el Atlántico para pintar sus coloridos murales femeninos en países como Holanda, Bélgica y España. El año pasado ya lo hizo en Dinamarca, Francia, Alemania y había estado también en España.
Janin es una artista de 32 años originaria del estado de San Luis Potosí.
Ella estudio diseño gráfico, pero se atravesó el street art en su camino y comenzó a pintar muros aun antes de graduarse.
Janin dice que ahí se dio cuenta que se podía hacer diseño social y participativo, el que le gustaba, y no sólo ejercer el de tipo comercial que le enseñaban en la escuela.
Hay una idea en el mundo del grafiti según la cual el artista novato tiene que ganarse el lugar que quiere, pero el machismo también es muy fuerte en ese medio, comenta Janin, por lo que tuvo que aprender poco a poco y por ella misma.
“Me gusta la idea de pintar muros en las comunidades, en los barrios, porque yo vengo de la periferia de San Luis Potosí. Y es ahí donde veía el arte urbano; la calle fue la primera galería que conocí. El arte ha sido tan centralizado que hay pocas posibilidades para las infancias y las juventudes de tener un acercamiento a los museos”.
Janin, que comenzó haciendo ilustración con un estilo muy femenino -y que sigue haciendo-, recuerda que le decían “que no podía pintar como mujer porque no me iban a ver”. En ese momento, cuando no tenía ningún bagaje feminista, reconoce que hizo caso y comenzó a perfeccionar el trazo de la figura humana y a cambiar su línea estética. Fue su manera de probar que ella también podía superarse en los terrenos de sus compañeros hombres.
Pero conoció a otras artistas comprometidas con los derechos de las mujeres a través del arte y la cultura -su “club de amigas”, las llama-, y fue entonces que su vida artística tomó una ruta decidida esta vez por ella.
En ese momento, hace seis años, Janin explica que todavía había pocas mujeres que hacían street art en su estado. Ella decidió dejar de participar en festivales donde prácticamente todos eran hombres.
“Pasé acoso y un montón de cosas que no me hicieron sentir cómoda. Eran espacios hechos por hombres, en los que no nos hacían parte de ellos”.
Hubo un punto, dice, en el que el arte y el feminismo “hizo sinergia”. Eso fue hace tres años.
“En mi ciudad, con este grupo de amigas que hacían otro tipo de actividades de derechos humanos, creamos hace dos años la ‘escuela feminista de arte urbano para mujeres’. Y es que nos dimos cuenta que muchas mujeres querían aprender a pintar murales pero que había pocos espacios seguros para ellas”.
La escuela detuvo sus actividades para evitar que grupos de interés se aprovecharan de ese esfuerzo, como ha sucedido, señala Janin, con otros proyectos.
“(Muchos organizadores de proyectos) se dieron cuenta que el arte urbano es muy visible y que puedes ganar dinero muy fácilmente. Se están aprovechando un montón de nuestro trabajo”.
Hace un año, relata, los artistas de San Luis Potosí tuvieron un pleito con una organización de Puebla cuando quiso realizar un proyecto de nombre “Ciudad Mural” en el estado. Esa organización, Colectivo Tomate, se encarga de la conexión entre los artistas y las instituciones y las empresas que aportan los fondos y el material.
“Quería cobrar dos millones de pesos por trabajar murales en una colonia. Yo ya había trabajado con ellos y te puedo decir que las condiciones para los artistas son súper precarias. Nos tenían durmiendo en el piso. Nos vendieron la idea de estar haciendo murales comunitarios. Después nos dimos cuenta del dinero que se estaban llevando”.
La artista explicó que ese proyecto de dos millones en realidad tenía un costo de 200,000 pesos, un presupuesto que los artistas habían presentado. Al final lograron que se rompiera el contrato, aunque el colectivo se habría llevado una especie de compensación.
Gracias a esas batallas ganadas por los artistas se ha podido ir “dignificando” la escena del street art, considera Janin.
-Viendo tu trabajo uno se puede dar cuenta que ya has logrado alcanzar un estilo muy propio y reconocible, se le pregunta.
-Quería que las cosas que a mí me atravesaban, como ser mujer de barrio, morena y periférica, pudieran conectar con otras mujeres; que se sintieran identificadas con lo que veían en la calle en mis murales.
En ese proceso de fortalecimiento personal, cuenta Janin, tuvo que ver un intento de feminicidio del que fue víctima.
“La normalización de la violencia en México -platica- nos ha llevado a que las mujeres tengamos la idea del amor romántico y aguantemos muchas cosas”.
Narra que cuando ella tenía una veintena de años y ya pintaba, sostuvo una relación violenta con un hombre muy posesivo.
“Me secuestró e intentó varias veces asfixiarme. Tengo cicatrices de la violencia física y psicológica que sufrí con él. Tardé muchos años en contar mi historia porque me daba pena. Pero lo hice en mis murales. En las descripciones que hacía de ellos contaba las cosas que sentía cuando los pintaba o la razón por lo que lo hacía, y muchas mujeres me escribían para decirme que se sentían muy identificadas”, dice Janin, quien concluye: “Al final de cuentas para eso sirve el arte: para poder ayudar a otras mujeres como a mí, que me ayudó en aquel tiempo para poder tomar un poco de aire y poder estar ahora aquí”.
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