La doctora

La inseguridad que pudre a México desde hace ya muchos años truncó el camino que Virginia Lobato había elegido en su vida. Un conjunto de circunstancias la terminó empujando a Bélgica, la tierra de su esposo a la que se mudó en 2006. La situación que encontró no fue la que esperaba, pero como la “guerrera” que su madre le enseñó a ser, luchó para reconvertirse y seguir cultivando satisfacciones : de curar cuerpos pasó a curar la nostalgia gastronómica mexicana. Con este texto continuamos nuestra serie dedicada a contar historias de migrantes mexicanos por el mundo.

BRUSELAS, Bélgica.- La señora Virginia es una referencia para muchos mexicanos que viven en la capital belga. La explicación es tan simple como sabrosa y se resume en una sola palabra: tacos. Esta mexicana es la propietaria de uno de los pocos negocios en esta ciudad que vende auténticos tacos mexicanos o, si se pone alguien muy purista, lo más cercano a lo que se puede estar de ellos a  9,000 kilómetros de distancia y un océano de por medio.

Aca Tacos es el nombre que atribuyó en 2017 a este oasis de la gastronomía callejera mexicana en Bruselas, que además batalla contra la rápida expansión de cadenas europeas de antojitos dizque mexicanos que en realidad no tienen nada que ver y que se ubican principalmente en grandes áreas comerciales. 

La camioneta amarilla de la señora Virginia, siempre con la bandera mexicana desplegada en un costado, se instala en mercadillos de food trucks: el de la Plaza Van Manen en el gentrificado Saint-Gilles, el de la muy yuppie Plaza de Châtelain o frente al Parlamento Europeo en la Plaza de Luxemburgo. 

En su menú hay de todo: tacos de bistec, cochinita, carnitas, pastor o “vegetarianos”, pero también ofrece tacos dorados de pollo, enmoladas, sopes y hasta pozole y tamales, sin faltar el clásico guacamole con totopos. Y claro, nada para bajar ese convite de maíz como un tradicional refresco Jarrito con su característico contenido fosforescente.

“Mi más grande satisfacción es cuando los clientes se despiden y me dicen que estuvo riquísimo, que los hice sentir como si estuvieran en México”, dice la señora Virginia desde el taller que sirve igual de cocina donde prepara sus propias tortillas y comida que de oficina en la que administra su negocio.

Lo que quizás ninguno de sus clientes se imagina es que Virginia Lobato fue una exitosa doctora en su natal Guerrero, y que si se dedica hoy a vender comida mexicana es porque debió parar de tajo su vida y su profesión en México para escapar de la inseguridad que amenazaba a su familia. Las circunstancias que encontró en Bélgica se dieron de tal forma que no tuvo más opción que renovarse completamente en otra actividad.

Relata a Underground : “Tuve que encontrar algo para sobrevivir y poder reinventarme. Me di cuenta que a la gente le gustaba lo que cocinaba y me dije: ‘ya que no puedo ejercer como médico, voy a comenzar a vender comida mexicana’. Y al principio fue difícil porque son cosas diferentes, pero cuando haces un trabajo que amas, la profesión que sea, la satisfacción al final es la misma”.


Acapulco

Virginia Lobato es originaria de Acapulco, la llamada “Perla del Pacífico” caída en desgracia por la violencia del crimen organizado. Virginia es una de las más pequeñas de una numerosa familia, formada por seis hermanas y dos hermanos, que pudieron tener una profesión gracias a los negocios de ropa y artesanía que tenían sus padres. 

Lobato se graduó en 1991 de médico generalista, carrera que cursó en la Universidad Autónoma de Guerrero. Su primer trabajo fue en un centro público de salud a 30 kilómetros del puerto de Acapulco. Ahí, una doctora la invitó a incursionar en un campo lleno de posibilidades y que se convirtió en la base de su actividad profesional: el servicio médico a la hotelería, donde cobraba una comisión interesante por cada consulta que daba a turistas, principalmente extranjeros que pagaban en dólares.

A sus 23 años, Virginia desbordaba entusiasmo. “Amaba mi carrera y quería dar todo”, recuerda. Dejó el trabajo de tiempo completo en la clínica pública y empezó a dar consultas en los hoteles de Acapulco, lo que complementaba con un empleo nocturno en un hospital privado que finalmente dejó porque no ganaba mucho y estaba ubicado en una zona peligrosa. 

Fue durante esa etapa que su ánimo rebosante enfrentó una dura prueba: la primera muerte de un paciente, un niño de seis años de Guadalajara, hijo único, que en un fatal descuido de sus padres terminó ahogado en la piscina. “Cuando llegué, lo estaban intentando reanimar… pero ya fue imposible. Había fallecido”, narra Virginia todavía con mucha emoción. Durante un mes estuvo de baja por depresión.

Virginia Lobato tuvo que dejar los consultorios para montar su propio negocio de comida a 9,000 kilómetros de distancia de México. Foto: Marco Appel

El éxito

Fue en aquellos años que Virginia conoció a su esposo Thierry, de nacionalidad belga y que entonces trabajaba en el departamento de ventas de un hotel. Ella estaba en busca de alguien que le enseñara francés. No lo aprendió pero se casó con él en 1996 y lo convenció de renunciar a su trabajo en Acapulco, donde ella veía que el mercado médico de su interés estaba saturado, para irse a vivir a Ixtapa-Zihuatanejo.

Ella llegó a trabajar al Hospital General de Zihuatanejo, pero el salario era muy malo y la tenían haciendo trabajo estadístico de salud pública. Se metía entonces por su cuenta al área de urgencias, que era lo que le gustaba.

Virginia, sin embargo, tenía en mente ya un proyecto y lo llevó a cabo. Primero se asoció con un antiguo profesor que tuvo en el internado y dispuso todos sus ahorros para renovar y expandir una pequeña clínica en Ixtapa. “Tenía una cama de observación; pusimos otras tres y las adaptamos. Tenía un consultorio y acondicionamos una sala de espera y una recepción”, refiere.

Luego de eso vino lo más difícil: conseguir que los hoteles le dieran la exclusividad para dar atención médica a sus huéspedes. Y es que un doctor de origen alemán tenía el dominio del negocio. La doctora Virginia sólo consiguió el favor de un hotel, que estaba muy lejos del centro de Ixtapa. 

Entonces vino un golpe de suerte: el hijo del gerente francés de un importante hotel se enfermó y como no encontraba a su doctor, el de origen alemán, terminó yendo con Virginia. La esposa del francés, una veracruzana, quedó encantada con ella y se hicieron amigas, tanto que ambas familias establecieron posteriormente una relación de compadrazgo. Las puertas se abrieron para Virginia, que llegó a tener la exclusividad de prácticamente todos los hoteles de Ixtapa, por lo que tuvo que contratar varios médicos para darse abasto.

El secuestro

En 1999 ocurrió el primer intento de secuestro de su hijo, de apenas un año de edad. Su esposo olvidó cerrar la reja del departamento dúplex en el que vivían y, en cuestión de segundos, dos hombres entraron y se llevaron al niño. Cuando se dieron cuenta, Virginia y Thierry salieron a buscarlo con ayuda de los vecinos, uno de los cuales vio a los captores de lejos y les gritó. Dejaron al niño y huyeron. “Fue desesperante”, comenta ella. No puso ninguna denuncia porque fue amenazada por teléfono de que la matarían si lo hacía.

Un año después se repitió la historia. Virginia y sus doctores tenían a su disposición un cuarto de descanso en el Hotel Aristos de Ixtapa. Ella había salido a dar consulta y un hombre se apareció de pronto y pidió ser atendido por la colega que se había quedado cuidando al hijo de Virginia. Fue el momento en que otro sujeto aprovechó para extraer al niño. Las cámaras de vigilancia registraron que lo llevó al octavo piso y luego bajó al estacionamiento, donde un guardia de seguridad, reconociendo al menor, le preguntó a dónde lo llevaba. El secuestrador lo soltó y se echó a correr. Esa vez sí se levantó acta en la policía.

El siguiente episodio de angustia fue una persecución en 2004. Un individuo la siguió en un vehículo con vidrios polarizados mientras ella y su hijo se dirigían de Ixtapa a la casa de su hermana en Zihuatanejo. El sujeto intentó pasar también la pluma de seguridad de la privada donde vivía la hermana, pero afortunadamente el vigilante lo paró para preguntarle qué dirección visitaba. El tipo se fue. Explica : “Llegué llorando con mi hermana y gritándole que cerrara la puerta. No sabes lo que quieren, si a ti, al niño o nada más el carro. El corazón te explota y estás bloqueada. Son momentos tan difíciles e inexplicables”

Las investigaciones policiacas jamás dieron resultados. “Creo que fue por todas las enemistades que me eché, por el trabajo que quité a otros”. Virginia, en todo caso, ya no aguantó más. Después de un periodo de reflexión tomó la decisión de preparar sus maletas, su marido renunció al trabajo que tenía como profesor de idiomas en el Tecnológico de Zihuatanejo y, el 2 de febrero de 2006, la doctora llegó a Bélgica con su familia para empezar desde cero.

Poco tiempo después, el 21 de abril, se dio en Acapulco la primera escena de horror de la llamada guerra contra el narcotráfico declarada por Felipe Calderón, quien acababa de llegar a la presidencia: aparecieron las cabezas decapitadas de dos policías que meses antes habían abatido a cuatro traficantes de droga.

Un duro inicio

Los planes que tenía Virginia para su nueva vida en Bruselas, en donde se instaló, se complicaron: primero tuvo que probar que su matrimonio era auténtico y de ninguna manera tenía únicamente la intención de obtener documentos migratorios (lo que se conoce como “matrimonios blancos” o “grises”). Eso le tomó dos años y un costo en trámites y abogado de hasta 3,000 euros (más de 60,000 pesos).

Luego, cuando solicitó la homologación de sus estudios para poder ejercer como médico generalista, las autoridades belgas le contestaron que podía exentar el año preparatorio de medicina, pero que tenía que rehacer el resto de la carrera. En ese periodo quedó embarazada de su tercer hijo y dejó el tema por un rato. 

Cuando lo retomó fue para pedir entonces una revalidación como enfermera (un nivel menor al de médico) pero le dijeron que no era posible, como tampoco de auxiliar de enfermería, para lo cual requería hacer una formación de un año y medio. Pensó en homologar su título en España, en donde le habían dicho que era más fácil. Y sí, se podía hacer pero siempre y cuando viviera en ese país durante tres años y, de todas maneras, tenía que volver a revalidar en Bélgica. “¿Se imagina? ¡Yo tenía siete años de estudios en México y 12 años de experiencia en todo!”, todavía hoy Virginia se sorprende.

Comenzó a estudiar un máster en salud pública, que le estaba costando trabajo porque sentía que no era lo suyo y tenía dificultades con el francés. En eso estaba cuando en 2012 una fuerte crisis económica golpeó a la familia. Su suegra, que era un apoyo importante, murió dejando hipotecada la casa donde vivía Virginia y tuvieron que venderla para pagar las deudas. Su esposo, además, quedó desempleado cuando cerró el hotel donde trabajaba. Para colmo, el crimen organizado había intentado secuestrar en Acapulco a los hijos de una de sus hermanas, que era jefa de enfermeras del hospital donde trabajaba, después de que se negó a pagar derecho piso de una joyería que tenía. Tuvo que salir huyendo del país con su esposo y sus hijos y Virginia los acogió y mantuvo en Bélgica durante esos meses.

Abandonó el máster y se puso a buscar alguna actividad para aportar a la frágil economía familiar. Comenzó a cuidar a dos niñas de un matrimonio español. “Para mí fue muy difícil. Llegaba todos los días a casa a llorar. Fue un cambio muy radical de vida: de doctora a cuidar niñas”, cuenta la mexicana al borde de las lágrimas. Y fue peor cuando en una ocasión una de las menores tiró agua al suelo y, delante de sus amiguitas, le pidió a Virginia que limpiara. Ella se negó y no pasó nada, pero el daño a su amor propio fue brutal. 

El taco salvador

Virginia comenzó a preparar comida mexicana dentro de un programa que apoyaba los negocios caseros. El cliente pedía en una aplicación sus platillos y los recogía en el domicilio de quien los cocinaba, que se llevaba un porcentaje de la venta. Ese primer emprendimiento se llamó La cocina de Virginia. “Los clientes me decían que guisaba muy rico, y me pedían mi teléfono para comprarme directamente a mí”.

Aprovechando que trabajaba los miércoles en un puesto de productos italianos de una amiga, se llevaba 30 o 40 pedidos para venta. Esa amiga fue quien la animó a que pusiera su propio negocio, e incluso le prestó 3,000 euros para que arrancara. Fue su primera inversión. Su mamá y sus hermanas en México también hicieron una “vaquita” y aportaron una parte. Virginia, decidida a hacer realidad su proyecto, retiró sus ahorros mexicanos.

Le hicieron falta 30,000 euros para montar Aca Tacos… y aprobar un curso de administración por internet que duró tres meses. Su título de medicina no fue suficiente para que la autoridad se lo diera. Finalmente, su debut como food truck fue en 2017 en Flagey, uno de los mercados probablemente más caros de Bruselas.

La mexicana ha olvidado completamente volver a ejercer la medicina, al menos en Bélgica. Explica : “Me di cuenta que los belgas no otorgan cédulas profesionales: los médicos mueren con las suyas y no se dan más. Y sí, faltan doctores en este país, pero prefieren traerlos de fuera porque son más baratos. Además, muchos extranjeros, principalmente de Francia y Luxemburgo, vienen a estudiar aquí la carrera y cuando terminan regresan a sus países, donde pueden ejercer sin obstáculos”.

En un momento dado, después de que murió su suegra, Virginia se planteó regresar a México, pero sus hijos le hicieron cambiar de idea. Su hijo mayor, ya un jovencito, le dijo que no, que él y sus hermanos habían crecido en Bélgica y tenían una mentalidad distinta a la mexicana, por lo que sería muy difícil para ellos readaptarse al país. Su hija adolescente opinó que no era momento para irse a México: “ve cómo está el país”, le explicó. Virginia les dio la razón: “prefiero comerme mi comida a gusto que estar con el Jesús en la boca por la inseguridad, y que por el simple hecho de que mi esposo sea extranjero se piense que tenemos dinero y nos quieran hacer daño”.

A pesar de todo, Virginia sabe muy bien lo que hará en el futuro : “Amo a México, con sus virtudes y defectos. No le tengo rencor. Una vez jubilada, me regreso aunque mis hijos no me quieran seguir. Y ya se los advertí: si muero en Bélgica, que me incineren y que la mitad de mis cenizas las lleven a México. Sí, a Ixtapa o Zihuatanejo”.

DETRÁS DE LA HISTORIA

Conocí la historia de la señora Virginia después de mucho tiempo de asistir como comensal a su negocio rodante. Lo que ella pasó en México no es algo que cuente a todo pulmón. Su historia me pareció muy interesante y digna de contar por el espíritu de resiliencia y esfuerzo que hay de fondo, pero, francamente, no me sorprendió dada la situación de violencia criminal y de Estado que vive México desde hace ya muchos años y que está obligando a huir al extranjero a gente común y corriente, gente trabajadora que de pronto se ve atrapada y sin salida en los laberintos de la delincuencia y la impunidad. Esa es la gran tragedia mexicana que a veces perdemos de vista quienes vivimos en Europa en otra realidad : que también entre nosotros hay víctimas o afectados de la violencia en nuestro país.

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