La iglesia católica alemana vive fuertes tensiones entre la doctrina y la renovación. Recientemente el Vaticano prohibió la bendición de parejas homosexuales, una práctica extendida en el país germano. Mona Lisa von Allenstein es una mujer transexual que durante dieciocho años fue sacerdote católico y estuvo entre los pioneros en oficiar estas bendiciones. Su historia de lucha transita por las sombras del sacerdocio: la soledad del celibato, la sexualidad reprimida y la difícil salida del oficio. ¿Tienen personas como ella cabida en la Iglesia?
Berlín, Alemania.- “Llámame Mona Lisa”, dice la voz varonil. De pie, apoyada sobre un bastón, sujeta con la mano libre la puerta de entrada a su apartamento que se ubica en un primer piso y da la bienvenida. Su pelo es rubio y cortado a media melena, de sus orejas cuelgan numerosos pendientes, los labios suavemente pintados. De complexión corpulenta, cubre sus hombros con un chal de seda estampado con flamingos rosas.
“Menuda tontería que prohiban bendecir parejas homosexuales. Pero si bendicen automóviles, casas y hasta el pan”, arranca la conversación comentando con molestia la reciente decisión del Vaticano. “Al intentar decidir quién es digno de su bendición, intentan situarse por encima de Dios”, remata.
Tras una hora en bicicleta desde el centro de Berlín, pedaleando junto a canales, bajo puentes y a través de zonas industriales, se llega al distrito de Spandau. En una calle tranquila se alza un edificio rosado de hormigón, donde sólo viven personas ancianas o con problemas de salud. En el primer piso se ubica la vivienda de Mona Lisa von Allenstein.
En la pared cuelgan imágenes artísticas de hombres besándose y de algún cuerpo desnudo. En una estantería hay ordenados más de diez frascos de esmalte para uñas. El centro de la habitación lo ocupa una silla de ruedas motorizada. Von Allenstein sufre desde hace años polineuropatía, una enfermedad de los nervios. “Lo peor son el cansancio constante y el dolor de piernas”, dice. Dentro de un clóset de madera están doblados los atuendos de sacerdote; junto a ellos, un cáliz.
Mona Lisa von Allenstein, mujer trans, fue sacerdote católico durante dieciocho años. Aún no ha cambiado su nombre de hombre —Ralf Schlegel — en su documentación oficial. “Estoy esperando a una nueva ley trans en Alemania que lo haga más fácil”, cuenta mientras se sienta con dificultad.
Su molestia con la decisión vaticana es comprensible: von Allenstein ofició en 2002 una de las primeras bendiciones de parejas homosexuales en Alemania. La hoy mujer trans muestra una fotografía del momento: en primer plano se ve a dos hombres en traje gris, Steffen y Peter, uno sosteniendo la mano del otro. Al fondo, junto a un gran ramo de rosas, von Allenstein con ropa de sacerdote los mira con orgullo.
“Por supuesto que no era un casamiento católico, sino una liturgia en la que el ‘sí’ no estaba explícitamente formulado. Era una bendición, ningún enlace”, cuenta. Según explica, en aquel momento muchos sacerdotes se interesaron e imitaron esa fórmula.
El poder de una imagen es algo que von Allenstein no calculó en ese momento. Las protestas llegaron a Roma y el obispo de Osnabrück —por entonces la autoridad sobre von Allenstein— fue criticado por haber permitido un “matrimonio gay”. Von Allenstein se presentó ante el obispado y explicó el significado de la bendición. Finalmente no sufrió represalias.
Casi veinte años después, las bendiciones de parejas homosexuales vuelven a los titulares de los medios de comunicación tras ser rechazadas frontalmente por la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano en una carta pública fechada el 15 de marzo pasado. Muchos católicos alemanes se mostraron decepcionados con la decisión, decenas de sacerdotes se negaron incluso a aceptar la prohibición y el obispo de Essen, Franz-Josef Overbeck, afirmó de forma indirecta que la ignorará —su vicario general calificó la respuesta vaticana como “inconcebible”—.
“El tiempo va por delante de ellos”, dice von Allenstein al respecto. “La iglesia es mojigata y está obsesionada con el poder, aunque de cierta manera se compromete con la gente”.
Celibato y soledad
Es una fría y soleada mañana de febrero de 2009 en Bremen, al noroeste de Alemania. Von Allenstein está preparando la misa de las ocho y cuarto en la parroquia de San Rafael. Un grupo de feligresas de edad avanzada espera al sol frente a la iglesia. Justo en ese momento se abre un ventanal de la casa parroquial. Aparece un hombre joven totalmente desnudo, que estira los brazos al sol, ignorando las miradas atónitas de las feligresas.
Se trata del ahijado de von Allenstein, Marvin, un joven heterosexual con quien mantuvo una gran amistad. “Y nada más”, según ella. A Marvin no le parecía extraño pasearse desnudo por la vivienda —algo no tan extraño en Alemania, un país bastante tolerante con el nudismo —.
“Creo que las señoras se pasaron toda la misa soñando con mi ahijado. Les dije medio en broma que hablaran con el obispo, que yo ya había aguantado demasiada mierda y que si querían, lo llamaran y terminábamos todo”, prosigue.
Y así sucedió. Al día siguiente, tras la queja de algún feligrés, el obispo de Osnabrück llamó a von Allenstein. “En veinticuatro horas tenía que abandonar la parroquia”.
“Tras mi enfermedad me ha quedado claro el alto precio de prescindir de una pareja y vivir en soledad (…) Me es imposible vivir una vida plena y a la vez mantener el celibato”, escribió en una carta de despedida a los feligreses pocos días después. Tras decidir abandonar el sacerdocio, motivada por la frustración acumulada, el obispo lo liberó de sus obligaciones. Así puso fin a dieciocho años bajo el peso de la sotana.
Pero el espíritu rebelde de von Allenstein no era nuevo. Crecer en la Alemania del Este, un país entonces comunista, marcó con claridad su biografía. En un estado aconfesional, su familia pertenecía a una congregación católica. En su época de estudiante de secundaria se cosió en la chaqueta un parche con el motivo “Espadas en arados”, un signo antibelicista basado en el cristianismo y opuesto al militarismo del Estado. “El director de la escuela me lo arrancó de la ropa”, cuenta von Allenstein. “Yo volvía loco a mi padre, que no quería líos en la familia”. Von Allenstein quería estudiar docencia, pero durante el servicio militar obligatorio se dio cuenta de que no podría ser profesor con libertad en ese país.
Su abuela siempre quiso que alguien de la familia se convirtiera en sacerdote. Von Allenstein decidió estudiar teología católica. “Pensé que si no me iba a fugar a la Alemania Occidental, al menos esta era una buena decisión vital”, cuenta. Sus estudios de teología coinciden con el desmoronamiento del “socialismo real” en Alemania del Este a final de los años ochenta. Von Allenstein participó en las grandes manifestaciones opositoras en Erfurt, Leipzig y Berlín.
Entre el cielo y dos tierras
Tras terminar sus estudios, el 29 de junio de 1991, se ordenó como sacerdote. “Hice a mi abuela la mujer más feliz del mundo”, cuenta. Recuerda sus primeros tres años como muy felices: “Ofrecía asistencia espiritual a gente joven y aún conservo muchas amistades de entonces”.
En 1994 sufrió su primera crisis con la Iglesia: durante un servicio religioso, su mano empezó a temblar, apenas podía sostener el cáliz. “Me dio pánico que alguien pensara que tenía problemas de alcoholismo”. En aquella época se encontraba asignado a una parroquia en la ciudad de Schwerin, en el norte del país. El diagnóstico de los médicos fue borriolosis, causada por una picadura de garrapata. Sufría inflamaciones constantes y las consecuencias para el sistema nervioso y el corazón de von Allenstein serían de por vida. Lo que más le dolió, sin embargo, fue la falta de apoyo de la Iglesia. “Mi jefe me dijo: ‘Nosotros buscábamos a un párroco que pudiera hacer su trabajo’. Me sentí totalmente desamparado y durante un tiempo (me fui a) vivir con mis padres”.
Esta crisis requirió una válvula de escape. Von Allenstein visitó a un antiguo compañero de la facultad de Teología. “Yo ya había estado muy enamorado de Wolfgang”, cuenta. Los dos acabaron teniendo sexo: “Fue una noche preciosa.” Más adelante, Wolfgang se vería con mujeres y los dos acabarían perdiendo el contacto.
-¿Cómo se vive dentro de la Iglesia con una sexualidad latente?
-Nunca mantuve en secreto mis preferencias cuando estaba con gente que confiaba, responde von Allenstein.
Los jóvenes de la congregación asumían que era un hombre homosexual. “Durante la ordenación sacerdotal yo había prometido guardar el celibato, así que me comprometí a intentarlo”. Las misas, bautizos, enterramientos, bodas y su labor asistiendo a los parroquianos le impedían aburrirse.
Esto no evitó que en un momento dado se enamorara de un joven de veintitrés años, al que acabaría confesándole sus sentimientos. “No lo entendió”, dice, “y yo me pregunté: ¿Por qué tengo que tratarlo siempre todo en secreto?”
El secreto es sagrado y garantía de supervivencia. “Conozco a sacerdotes que salen por los clubs de Berlín”, afirma von Allenstein. ¿Y si son homosexuales? “Mientras no lo hagan público, no hay consecuencias, y si se les nota demasiado, existe un acoso sutil (de la institución)”. Según explica, cada sacerdote tiene un acta de personal. “Si el responsable del personal sabe que eres gay, entonces lo escribe con grandes letras en el acta. Y si es necesario, lo usan para extorsionar a alguien”, cuenta.
Romper no es fácil
El hombre desnudo en la casa parroquial quizás fue la gota que colmó el vaso del obispo de Osnabrück. Para von Allenstein, sin embargo, el motivo principal fue el descubrimiento de su soledad. Y es que unos meses antes de abandonar el sacerdocio habían vuelto los problemas de salud. Una inflamación en los músculos del corazón hizo que acabara en la unidad de cuidados intensivos del hospital. Según cuenta, de nuevo nadie en la Iglesia se interesó por él: “Decidí llamar al obispo y contarle que me sentía solo, que ni siquiera tenía a alguien que me ayudara a sacar dinero del banco. ‘No es mi problema’, me respondió el obispo, y para mí esto significó el final de nuestra relación.”, dice. Unos meses después ocurriría el episodio del ahijado desnudo y el adiós definitivo.
El proceso para dejar el sacerdocio es complejo. El primer paso es la suspensión del sacerdote por parte del obispo, tras la que se abren varias opciones, según sea una salida voluntaria o forzada. Casi todos los caminos llevan a Roma: es el Vaticano el que acaba decidiendo y quien puede incluso liberar de la obligación del celibato. En el caso de von Allenstein, formalmente nunca se pasó de la suspensión, que en realidad es una medida temporal. “Sigo siendo sacerdote”, resume.
En Alemania la Iglesia —tanto la católica como la protestante— es un órgano de derecho propio con sus propias leyes laborales. Estas leyes permiten exigir a los trabajadores, especialmente a los sacerdotes, “un comportamiento sincero, adecuado a los valores de la Iglesia”. Los despidos de trabajadores de la Iglesia católica debido a su orientación sexual son excepciones de las leyes contra la discriminación laboral, lo cual fue criticado por la Comisión Europea, que en 2008 inició un proceso contra el Estado alemán que finalmente fue suspendido.
Además, la Iglesia católica alemana tiene la obligación legal de ocuparse del bienestar de sus sacerdotes, a los que paga directamente una pensión tras su jubilación. Cuando von Allenstein dejó el oficio de sacerdote, tuvo que pelear para que la Iglesia pagara a la caja pública de pensiones los años de cotización atrasados. “Acabaron pagando la cantidad más pequeña que pudieron”, afirma.
En la actualidad, von Allenstein se encuentra de baja por enfermedad indefinida y recibe una prestación social mínima, que incluye el alquiler de su pequeña vivienda. Lleva ocho años esperando a que el Estado alemán le conceda una pensión de incapacidad.
En la última sentencia judicial sobre su caso, la caja de pensiones pública rechazó la concesión de la pensión por invalidez, argumentando que, según informes de los médicos consultados por el juzgado, von Allenstein no tiene un grado suficiente de discapacidad y que podría realizar algún oficio durante unas horas al día. Los médicos que tratan a von Allenstein, por el contrario, sí la consideran incapacitada laboralmente. “Mi neurólogo, que tuvo que luchar para que me pagaran la silla de ruedas, se lleva las manos a la cabeza cada vez que hablamos de mi pensión”, explica.
Para von Allenstein la batalla por su jubilación parece ser más una cuestión de principios, una extensión de su vida como lucha. “No necesito mucho dinero para mi vida diaria”, cuenta. “Cada lunes voy al banco de alimentos y por 1,50 euros me llenan la cesta de la silla de ruedas”, se sincera. “Y no me pongo triste”.
Una nueva identidad
Tras dejar el sacerdocio en 2009, von Allenstein trabajó durante tres años como orador en funerales. En 2010 se adentró en el mundo de la política de la mano del partido liberal alemán, llegando a ser vicepresidente del partido en el estado federado de Bremen. “Mis amigos me decían: ‘A ti lo que te gusta es que te presten atención, por eso te subes al escenario político’. En ese sentido, la política no es muy distinta a la Iglesia”.
El final de su etapa política coincidió con el descubrimiento de su identidad. Hasta entonces y durante su vida de sacerdote, el entonces Ralf Schlegel se creía simplemente un hombre homosexual. Aún no había descubierto que en su interior había una mujer trans. “Aunque yo siempre había sido la madrecita de mi congregación”, dice.
Cuando en 2012 se mudó a Berlín, comenzó a conocer a personas trans y a intercambiar información. Se hizo amiga de Claudia, una mujer trans que había sido antes oficial del ejército alemán. “Terminé asumiendo que realmente soy más mujer que hombre”, dice sonriendo.
Von Allenstein se define como una persona transidentitaria: alguien cuyo género sentido y vivido –en su caso, mujer– no se corresponde con el género biológico de nacimiento. La transidentidad incluye explícitamente a personas que no se hormonan u operan genitales y pechos. A ella no le gusta el término “transexual” por el énfasis puesto en la sexualidad.
Hace tiempo que decidió que no se sometería a terapia hormonal o intervenciones quirúrgicas de reasignación de género. “Por mi delicada salud no lo soportaría”, dice, “aunque lo habría hecho si lo hubiera tenido claro cuando era joven”.
Ocultar, trasladar y volver a ocultar
El trato que recibió Allenstein en la Iglesia contrasta con la permisividad y el ocultamiento de los abusos a menores por parte de sacerdotes. “Siempre he dicho que cuando señalas con el dedo, tres dedos te apuntan a ti”, dice. “Aún recuerdo a un párroco que intrigaba contra mí. Él era muy querido y respetado en su parroquia. Tras su muerte, salió a la luz que había abusado de niñas y niños de su congregación”.
“Gente así descubre que desde su posición de poder pueden obtener aquello que creen satisfactorio en el sexo”, prosigue von Allenstein. “Es puro poder”.
La experiencia de cientos de casos de abusos apunta al ocultamiento inicial cuando son descubiertos . “La filosofía es la de barrer todo bajo la alfombra. Lo importante es seguir funcionando y cuidar la imagen”, cuenta von Allenstein. Si el caso sale a la luz, se traslada al sacerdote de parroquia. “Sorprendentemente, funciona bastante bien. En la nueva parroquia nadie descubre el pasado del sacerdote. Y éste sigue con sus prácticas”.
En Alemania estas prácticas empiezan a ser cada vez menos toleradas. El escándalo más reciente fue la ocultación de un informe de la arquidiócesis de Colonia acerca de los abusos cometidos por sacerdotes y que trataba de la responsabilidad de la Iglesia. Tras la presión social, se encargó un segundo informe, publicado en marzo de este año y que implica incluso al arzobispo de Hamburgo, que presentó su dimisión.
“Va a conocerse mucho más si se sigue investigando en otras diócesis”, afirma von Allenstein. “Para llegar tan arriba en el obispado tienes que aprender a ocultar, trasladar y volver a ocultar. El negocio tiene que seguir funcionando”.
Católico significa universal
En los últimos años algo se ha movido dentro del catolicismo alemán: cada vez surgen más iniciativas dentro de la Iglesia para su actualización –el término “reforma” sería inasumible por sus connotaciones históricas–. Ya hace tiempo que la Conferencia Episcopal de Alemania emprendió el llamado “camino sinodal”, en el que se tratan, entre otras cuestiones, la posible abolición del celibato para los sacerdotes.
La iniciativa “María 2.0” cuestiona el papel de las mujeres dentro de la institución. El obispo de Osnabrück —el mismo que firmó la suspensión sacerdotal de von Allenstein— organizará a finales de abril una mesa de debate para tratar el asunto. “Si quieren zanjar la cuestión, basta que envíen una breve carta a la Congregación para la Doctrina de la Fe y pregunten si las mujeres pueden ser sacerdotes”, dice von Allenstein con ironía.
-¿Cree que en la Iglesia católica tendrían cabida quienes aman y sienten de forma no convencional?
-“La palabra `católico´ proviene del griego antiguo y significa ‘universal’. Dentro de lo universal podría entrar tanto. ¿Cómo no va a tener cabida gente como yo en la Iglesia católica si incluso albergan criminales en su seno? El catolicismo es la religión universal, y eso obliga a una apertura”.
Si ha de haber una reforma, es probable que sea por la presión de los católicos de base, cada vez más desconectados de las directrices vaticanas. “Si por ellos fuera, ya habría habido muchos cambios”, dice von Allenstein, que considera a los altos cargos de la jerarquía perturbados por el poder. “En una charla en Roma con un jesuita anciano, le plantee que el celibato debería ser abolido, que su introducción no provenía de Jesucristo y era muy posterior a él. El jesuita me contestó con tono agrio: ‘Yo tuve que vivirlo. Así que los jóvenes lo vivirán”.
-¿Cuánta fe alberga tras todos estos años?
-“Tengo una fuerte confianza en Dios”, responde mientras se acerca en silla de ruedas al balcón, cubriéndose el cuello con su chal de flamingos.
“Dios no es masculino ni femenino, sino universal”, afirma. De vez en cuando, quizás por la fuerza del recuerdo, celebra para sí una eucaristía. “En esa mesa ya he celebrado varias Pascuas en latín”. Y no se arrepiente de haber dejado la Iglesia: “Yo estoy fuera, pero mi corazón sigue dentro”.
Von Allenstein no tiene demasiados planes para el futuro. “Cada vez que tuve la sensación de salir adelante, la vida me dio un martillazo”, dice con tristeza. Quiere escribir su autobiografía y afirma haber esbozado algunos capítulos. “Pero tengo la sensación de que en el momento en que terminase mi biografía estaría firmando mi sentencia de muerte”, dice en tono serio.
En mayo deberá internarse durante cinco semanas en el conocido hospital público especializado Charité de Berlín para tratar sus problemas de salud. El equipo médico del hospital diagnosticó que von Allenstein sufre depresión, lo cual podría facilitarle conseguir la pensión de incapacidad.
“¡Manténte alerta, permanece firme en la fe, sé valiente y fuerte! ¡Haz todo con amor!”, recita von Allenstein con tono parroquial unos versículos de la primera Carta a los Corintios, impresos en una octavilla conmemorativa de su primera misa como sacerdote. “Haz todo con amor” bien podría ser el título de su biografía. Antes de despedirse, insiste en que el periodista se quede con el papel. Al darle la vuelta, puede leerse una única frase: “Haz como Dios: vuélvete humano”.
DETRÁS DE LA HISTORIA
Conocí a la protagonista de esta historia en 2019, mientras buscaba a antiguos opositores políticos para hablar del trigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín. Tras varias horas de charla en un café berlinés, sentí ese cosquilleo en la barriga similar al que debían sentir los buscadores de oro.
Pese a los problemas de salud de von Allenstein y a la pandemia del coronavirus, fue posible visitarla a finales del pasado marzo en su vivienda de Spandau, después de haber sido vacunada. La conversación volvió a durar casi tres horas y el café servido se nos enfrió. Conservo como recordatorio la octavilla recibida.
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