Berlín, Alemania.- “Llámame Mona Lisa”, dice la voz varonil. De pie, apoyada sobre un bastón, sujeta con la mano libre la puerta de entrada a su apartamento que se ubica en un primer piso y da la bienvenida. Su pelo es rubio y cortado a media melena, de sus orejas cuelgan numerosos pendientes, los labios suavemente pintados. De complexión corpulenta, cubre sus hombros con un chal de seda estampado con flamingos rosas.
“Menuda tontería que prohiban bendecir parejas homosexuales. Pero si bendicen automóviles, casas y hasta el pan”, arranca la conversación comentando con molestia la reciente decisión del Vaticano. “Al intentar decidir quién es digno de su bendición, intentan situarse por encima de Dios”, remata.
Tras una hora en bicicleta desde el centro de Berlín, pedaleando junto a canales, bajo puentes y a través de zonas industriales, se llega al distrito de Spandau. En una calle tranquila se alza un edificio rosado de hormigón, donde sólo viven personas ancianas o con problemas de salud. En el primer piso se ubica la vivienda de Mona Lisa von Allenstein.
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