Mexicanas trans recorren un largo y tortuoso camino para pedir asilo en Europa

Ni patria, ni refugio. Alejandra y Juana narran las dificultades que tuvieron que enfrentar, una en Países Bajos y otra en Bélgica, huyendo de la transfobia de México.

DOMINGA (Bruselas, Bélgica).– La mañana del 7 de octubre de 2015, un vuelo procedente de la Ciudad de México aterrizó en el aeropuerto de Ámsterdam, Países Bajos. Era una mañana gris y lluviosa. Entre los pasajeros, la mexicana Alejandra Ortiz moría de nervios. Estaba sólo de paso y su vida entera la cargaba en una maleta color marrón y una bolsa de viaje que contenían ropa, una computadora portátil y sus entrañables diarios personales.

Desde que el avión despegó, un sentimiento de incertidumbre comenzó a crecer en ella. El destino final era Estocolmo, la capital sueca, pero como no existe una conexión directa desde su país tuvo que hacer una escala europea. “Lo haré, lo haré, lo haré. Ya estoy aquí, no hay vuelta atrás”, pensaba repetidamente mientras caminaba por los pasillos del aeropuerto de Schiphol hacia el control migratorio que debía cruzar para abordar su vuelo a Suecia.

El momento llegó: Alejandra se acomodó el abrigo de lana que la protegía del frío, se paró frente a una agente de la Gendarmería Real Holandesa y le entregó el pasaporte mexicano.

–¿A dónde va? –preguntó la funcionaria neerlandesa en inglés.

–Voy a Suecia –respondió Alejandra, quien de inmediato sintió sobre ella una mirada sospechosa. La siguiente pregunta, obvia, fue la decisiva:

–¿Y a qué va a Suecia?

Alejandra, una mujer transexual que tenía entonces 32 años, decidió soltar la verdad que tanto la angustiaba.

–Voy a pedir asilo…

Alejandra enfrentó dificultades para conseguir asilo en Europa | Foto: Tengbeh Kamara

Cuando Alejandra Ortiz abordó el avión que la llevó al otro lado del Atlántico, México ya era el segundo país más peligroso de América Latina para la comunidad transgénero, detrás de Brasil. Entre 2008 y 2014, habían sido asesinadas 194 personas trans, de acuerdo con datos de la organización Transgender Europe. La cifra subió a 701 para el año 2023.

Por eso fueron bálsamo las palabras del policía holandés, que habló con ella durante su detención en el aeropuerto:

–Las personas transexuales –le dijo– son bienvenidas aquí.

Ella descubrirá, sin embargo, que el proceso no será sencillo. Esta es la historia de Alejandra y Juana, dos mexicanas trans que escaparon de la violencia y transfobia de su país, en busca de un lugar donde vivir a plenitud su identidad. Dos casos trans dentro de no sabemos cuántos más de personas que enfrentan en la Unión Europea la persistente estigmatización institucional de sus identidades y la falta de capacitación adecuada de aquellos encargados de evaluar sus solicitudes, sin olvidar los motivos políticos.

Y es que tampoco existe en Europa la obligación legal de realizar registros desglosados con el número de peticiones de asilo de personas trans y sus países de origen, dado que son considerados datos extremadamente sensibles que deben estar fuera del ojo público. Sólo Bélgica presenta datos generales: en 2024, por ejemplo, analizó mil 154 solicitudes de asilo motivadas por “orientación sexual o identidad de género”, lo que representó el 4.2% del total.

Tener “miedo” no es motivo suficiente para solicitar asilo

En línea con el Convenio de Dublín, la mexicana Alejandra tuvo que solicitar el asilo en Países Bajos, su puerta de ingreso al territorio de la Unión Europea. Era eso o ser deportada a su país. Y no estaba mal: en Países Bajos las personas transgénero corrían –y corren– mucho menos peligro. No había ni un asesinato reportado hasta la llegada de Alejandra.

En ese momento se acababa de implementar la ley que terminó con el requisito de someterse a una dura cirugía y tratamiento hormonal, que incluía la esterilización, para las personas que deseaban cambiar su identidad sexual. Pero la hospitalidad de las autoridades holandesas no duró, relata Alejandra en una conversación con DOMINGA desde Ámsterdam.

Fue llevada a un centro cerrado para solicitantes de asilo, dentro del complejo aeroportuario de Schiphol. Dos días después la visitó una trabajadora del Consejo Holandés para Refugiados, el organismo que protege los intereses de migrantes como ella frente al servicio gubernamental de migración. “No veo posibilidades para ti en el procedimiento de asilo”, le soltó sin ningún tacto. “Tus experiencias no te dan ese derecho, ¡pero te deseo mucha suerte!”. Su propio abogado le dijo que “el miedo” no era motivo para solicitar asilo.

Alejandra conocía el miedo muy bien desde su infancia en “un pueblecito [del municipio Villa de Ramos] en las áridas tierras altas” del estado de San Luis Potosí. Así es como ella misma lo describe en su libro autobiográfico La verdad me hará libre. El ejemplar, publicado en 2022 en neerlandés, relata una historia de abusos y maltratos desde que ella era “un niño frágil y delgado de cinco años y piel morena”.

Una vida de pobreza, con un padre que la golpeaba “por jugar con muñecas”, una madre trabajadora que la culpaba de su infelicidad, niños crueles que le pegaban por “maricón”, así como el rechazo social generalizado en su pueblo y en la escuela. Vendría la venta de su cuerpo desde los 13 años, el abandono de sus padres para irse a Estados Unidos, su traslado indocumentado a ese país a los 17, su transición ilegal con hormonas del mercado negro, la prostitución, una detención en Dallas, Texas, su regreso a México a los 27, su trabajo en un call-center ocultando su identidad trans.

Por mucho tiempo Alejandra ocultó su identidad| Especial

“Tenía terror de vivir otra vez la violencia. Por eso vine a Europa a pedir asilo”, explica. “Pero no entendieron lo que quería decir ni lo que estaba pidiendo. Es muy simple: soy una mujer trans traumatizada; es cierto que los últimos años que viví como mujer [en México] fueron seguros, pero lo fueron porque escondí mi identidad, y lo que quiero es vivir una vida plena, sin miedo”.

Mientras transcurría su proceso de asilo, Alejandra fue enviada a un centro de refugiados en Limburgo, al sureste de Países Bajos. Ahí vivió dos años y medio en libertad. Hasta que su caso llegó a una resolución en 2018: el servicio de inmigración reconoció que su historia era real y tenía derecho a pedir la protección, pero México era un país seguro para ella. Ante la amenaza de ser deportada, Alejandra escapó del centro y huyó a Ámsterdam.

Mujeres trans enfrentan períodos de precariedad por no tener papeles

Mientras eso sucedía en Países Bajos, otra mujer mexicana trans llegaba al país vecino, Bélgica. Pide ser llamada Juana en esta historia. Está en un trámite de sus documentos migratorios y dice que no quiere problemas.

Juana creció entre el estado de Hidalgo, la tierra de su madre, y la Ciudad de México, en donde vivía su padre, un famoso caricaturista. Ella se mudó a Francia en 2011. Llegó a los 19 años, “huyendo” de una complicada vida familiar y una sociedad machista. Había sido rechazada en su examen de admisión en la UNAM y en la escuela de arte La Esmeralda, por lo que buscó una alternativa en el extranjero. La encontró en la Universidad de Rennes, una ciudad del noroeste francés en la que cursó Artes Plásticas, que la llevaron posteriormente a la danza contemporánea. Para sobrevivir, Juana tuvo que aceptar casi cualquier trabajo y mal pagado, incluso en vacaciones.

Por eso se mudó a Bruselas, que podía ofrecerle oportunidades de desarrollo artístico. Además, ella quería vivir en una capital europea que no fuera tan costosa como París. Pero algo salió mal. Su visa francesa de estudiante venció y su plan de obtener un permiso de trabajo como artista independiente en Bélgica se desvaneció: Juana no contaba con suficientes ingresos para lograr su registro en el sistema y así tener el derecho a residir legalmente en el país.

“Al principio no sabía si me convenía más quedarme aquí en situación irregular o regresarme a México y enfrentar todo lo que eso conlleva. Decidí quedarme y pasé más de tres años en la ilegalidad, sin nada. Fue una época de mucha incertidumbre”, dice Juana en entrevista con DOMINGA, desde su actual lugar de trabajo en Bruselas.

Como Alejandra, ella menciona también la palabra “miedo” como la fuente de su salida. En particular, dos intentos de agresión –y posiblemente secuestro– que vivió como mujer trans, uno en la Ciudad de México y otro en Oaxaca, que le dejaron afectaciones emocionales.

Al llegar a Europa, Juana se enfrentó a la precarización laboral | Especial

“Aquí en Bélgica tenía mis redes de apoyo y, simplemente, me sentía más segura”, explica. Para 2018, como lo hizo Países Bajos años antes, Bélgica había otorgado a la comunidad trans el reconocimiento legal de género sin cirugía, reforzando su liderazgo como uno de los países más avanzados en la materia.

Eso no evitó que Juana enfrentara periodos de precariedad que la llevaron a dormir en squats (edificios ocupados sin permiso) o incluso en la calle. Al borde del abismo, mantenerse activa en sus proyectos artísticos la libró de caer en una depresión y la parálisis creativa.

Resignada a que jamás saldría de su situación migratoria, Juana decidió dar el paso. Una fría mañana de febrero de 2021 se levantó muy temprano y, todavía con el cielo oscuro, se fue a hacer fila en el centro de acogida para demandantes de asilo en Bruselas. Esperó seis horas su turno. Fue puro papeleo que duró apenas media hora. “Nos separaban en cuartos porque todavía estaban vigentes algunas medidas del covid”, recuerda.

Algunos meses más tarde, la mexicana sostuvo una primera entrevista con un funcionario de la Comisión General para Refugiados y Apátridas, el órgano que evalúa las solicitudes de asilo en Bélgica. Le dieron 15 minutos para explicar por qué pedía protección. La “gran entrevista”, la definitiva, en la que narraría su vida entera, sería la siguiente. Pero Juana tuvo que esperar más de tres años para que ocurriera.

Juana es una mexicana trans que ha luchado en Europa por visibilizar las violencias que vive la comunidad LGBT+ en su país | Especial

Solicitudes de asilo denegadas por cuestiones políticas

Alejandra también vivió sin documentación entre 2018 y 2021. Para salir adelante tuvo que trabajar como niñera, apoyo doméstico y haciendo traducciones, y vivir además en casas de compañeras. Pero también se entregó al activismo por los derechos de la comunidad trans latinoamericana en Países Bajos. Su voz crítica ganó fuerza y reconocimiento en los espacios públicos y los medios de comunicación locales.

Su contribución a la defensa de la comunidad trans es tangible. Cuando, por ejemplo, el covid-19 cortó los ingresos y la habitual distribución de medicinas para esa población, Alejandra y otras dos activistas transgénero fundaron en Ámsterdam el colectivo Papaya Kuir para dar cara a la emergencia. Alejandra comenta que más que una organización es “una red de afecto” en la que migrantes y refugiadas latinoamericanas han encontrado una familia y un hogar.

Ese mismo año publicó, junto con la destacada defensora transgénero Willemijn van Kempen, una investigación tan relevante que abrió una discusión entre el parlamento y el gobierno neerlandés sobre el funcionamiento del proceso de asilo de las personas trans de América Latina.

El estudio Expediente desde los márgenes, avalado por la Universidad de Maastricht y la organización Transgender Netwerk, identificó dos grandes fallas: por un lado, que las autoridades meten en el mismo saco a todos los solicitantes de asilo provenientes de la comunidad LGBT+. Por lo tanto, no toman en cuenta las especificidades de las personas trans y los mayores niveles de violencia que hay en contra de ellas.

Las autoras apuntaron que los responsables holandeses de migración no tienen suficiente conocimiento en torno al alto grado de peligro y discriminación que pende sobre la población trans en sus países de origen, más allá de las aparentes leyes de avanzada. Esos y otros factores, concluyen, terminan invalidando de antemano las solicitudes de estas personas.

En 2022 las memorias de Alejandra fueron publicadas por Lebowski Publishers | Especial

Su combate para desterrar ese trato injusto empujó a Alejandra a reclamar por segunda vez el asilo a finales de 2021. Para entonces, Países Bajos había dejado de considerar a México un país seguro para las identidades trans. Desde aquella primera negativa en 2018 a este segundo intento, en México fueron asesinadas 125 mujeres trans. Pero a pesar de esa terrible cuota de sangre, la postura del gobierno holandés no cambió.

Alejandra resume todavía con un tono de incredulidad lo que tuvo que escuchar del servicio de inmigración: “Prácticamente me dijeron: ‘sí, México es peligroso y te pasaron cosas terribles, pero ahora ya eres una mujer que ‘transicionó’ y sabes manejarte de una forma en que no llamas la atención, por lo que puedes volver a México’”.

Le ofrecieron una alternativa que le pareció absurda. Dado que ella ya era una figura pública con una imagen positiva en Países Bajos, le propusieron regresar a México, armarse un proyecto y reingresar a territorio holandés como estudiante o investigadora.

No lo hizo. En noviembre de 2023 recibió el aviso de que su solicitud fue denegada; fue un día después del triunfo en las elecciones generales del Partido de la Libertad, de extrema derecha y que pugna por “cerrar las fronteras” a los demandantes de asilo.

“Creía que tendría fuerza para sentar un precedente legal para otras mexicanas que llegaran después de mí a pedir asilo. Pero en algún momento entendí que Países Bajos no me daría el asilo por una cuestión política y por su ignorancia de las identidades trans”, relata Alejandra con tristeza.

Así que desistió y eligió seguir un camino más seguro y rápido: solicitar con su pareja holandesa, que conoció hace dos años, el derecho a la reunificación familiar, reconocido por la Unión Europea. Y a inicios de este 2025, obtuvo el permiso de residir legalmente en el país bajo esa formalidad.

“No quería que fuera así. Quería cambiar la narrativa sobre las razones por las que las personas trans tienen que dejar sus países, como en el caso de México, que pese a tantas leyes a favor de la comunidad tiene una realidad bastante violenta contra nosotras. Pero ya hice la paz con eso”, dice con firmeza.

De acuerdo con EDIS las personas trans se ubican dentro de los primeros 15 grupos más discriminados por su apariencia | Especial

El agotamiento y la frustración llevan a las mujeres trans a desistir

Juana fue convocada a su entrevista final en septiembre del año pasado. Hay que aclarar que después de registrarse como solicitante de asilo, en febrero de 2021, recibió la llamada “tarjeta naranja” que le permitió trabajar legalmente. Eso le posibilitó firmar contratos y tener seguridad social básica. Pero fueron tres años y medio de espera para la entrevista decisiva. “Para disuadirte de continuar con el proceso, usan como herramientas el agotamiento y la frustración”, dice la mexicana.

Llegó a la cita con una pila de 200 artículos de periódicos con datos y noticias sobre los ataques contra personas trans en México. Durante cinco horas contó su vida a detalle, de manera que el funcionario encargado pudiera conocer todos los elementos necesarios para poder evaluar la veracidad de su historia y si ameritaba el abrigo del Estado belga.

“Los mexicanos y mexicanas –explica– tenemos muy normalizada la violencia. Hay muchas cosas que están mal pero no nos damos cuenta. En la entrevista tuve que recordar mis traumas, todas las agresiones pequeñas y grandes que sufrí todos los días. Fue un proceso muy duro”. Durante el encuentro, Juana recibió el acompañamiento de un psicólogo.
Para ella fue muy importante un aspecto: “hacer comprender al servicio de inmigración belga que en México hay muy buenas leyes en el papel, pero que éstas no se aplican”.

Al parecer lo logró. En febrero de este año le llegó una carta oficial: Bélgica le otorgó el asilo. Juana considera que “es una victoria un poco amarga”. Explica que desde 2018 no había podido salir del país por su circunstancia migratoria. No quería arriesgarse a ser deportada o perder su derecho al asilo. Tuvo que rechazar por ese motivo oportunidades de trabajo en el extranjero y ni pensar en postularse para becas fuera de Bélgica.

“Fueron siete años en los que construí una barrera mental que ahora es bastante complicado deshacerla. No soy capaz de organizar un viaje… ¡Por eso todavía no me voy de vacaciones!”, cierra Juana con buen humor.

De cualquier forma, su estatus de refugiada le prohíbe regresar a México en los próximos cinco años.


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