¿Existe un país con una democracia perfecta? ¿En el que no haya desigualdades ni abusos o conflictos internos? La respuesta, evidentemente, es no. Al país que sea, el mejor posicionado en los rankings, algo se le podrá criticar. ¿Tenemos entonces que tirar a la basura a la democracia porque “no funciona” en la práctica? Otra vez la respuesta es no.
La democracia, en su esencia, es una aspiración humana, un anhelo. Es un conjunto de reglas y criterios tanto colectivos como personales para alcanzar una mejor sociedad. Y, como todo sueño que se persigue, una nación democrática necesita esforzarse de manera persistente y colosal en la defensa y protección de principios fundamentales como el respeto a los derechos humanos, el Estado de derecho, el pluralismo, la transparencia, la rendición de cuentas, la libertad de expresión… Por eso la democracia es tan frágil.
El periodismo objetivo -sí, el periodismo “objetivo”- tampoco es perfecto porque igualmente se trata de una aspiración, de una proyección sobre cómo deberíamos ejercer nuestra profesión, sobre qué bases deontológicas apoyarnos.