En la cultura política más rancia de nuestro país, pero desafortunadamente también la más arraigada, existe la torcida convicción de que la prensa, si no es aliada y colaboradora del gobierno, es entonces “antipatriota“.
No sé el porqué, pero a diferencia de lo que vemos con políticos de otros países con democracias más avanzadas, los nuestros no ven nada de malo en disponer de un séquito de “periodistas” demasiado afines a ellos por ideología o por interés económico (o ambos).
Sin embargo, con Andrés Manuel López Obrador como presidente, esa creencia con hedor a autoritarismo del viejo régimen pasó de ser considerada socialmente una lacra de la que teníamos que deshacernos si aspirábamos a tener una democracia en serio, a ser aceptada sin cuestionamientos por esa gran parte de la población que lo sigue. “No quieren a México“, “buscan desestabilizar al país”, dicen ellos sobre los periodistas incómodos a su movimiento, olvidando lo evidente: el país le pertenece a todos y no a una fracción, por más grande que ésta sea.