Los nuevos europeos: mexicanos nacionalizados

Se estima que en Europa residen legalmente alrededor de 100.000 mexicanos. En general todos ellos aparecen así registrados en las estadísticas porque cuentan sólo con la nacionalidad mexicana. Sin embargo, hay otros paisanos que alguna vez fueron contabilizados en esas bases de datos y en algún momento salieron de ellas: cuando adquirieron una nacionalidad europea.

BRUSELAS/BERLÍN.- La agencia estadística europea, Eurostat, indica que, al menos, 27.225 mexicanos se convirtieron en ciudadanos europeos entre 2012 y 2021, el último año reportado. Eso, en promedio, da casi 3.000 nacionalizaciones por año. Se trata de mexicanos que llevan años trabajando y pagando impuestos en estos países, que han formado familia con parejas europeas o una mezcla de ambas. Y es así porque, salvo pocas excepciones, es la única manera de cumplir con los requisitos básicos para solicitar la ciudadanía.

Las razones para tomar ese paso son muy personales. Hay quien toma la decisión de hacerlo en cuanto pueden cumplir con los requisitos; en otros casos no se considera necesario hasta que una circunstancia de la vida -como tener hijos o comprar una propiedad- lo hace útil. Muchos de ellos opinan que la nacionalidad europea les facilita tareas cotidianas, como viajar, conseguir trabajo o hacer gestiones administrativas, además -aunque eso lo mencionan menos- de quedar exentos de expulsión de su nueva patria.

De los 31 países con datos disponibles, España, Alemania y Francia son, en ese orden, los países que más mexicanos nacionalizan. Y es que los países europeos, sobre todo los más grandes, sienten la necesidad económica de integrar a migrantes de otros países a largo plazo, en particular aquellos con estudios superiores y en edad de trabajar.

Por eso, los países que todavía no lo hacían se han abierto a aceptar la doble nacionalidad para algunos ciudadanos extranjeros. Los mexicanos, por ejemplo, gozan de ese privilegio en España o Alemania.



Hay que saber que un requisito de base para poder comenzar un trámite de “naturalización ordinaria” (el término correcto) es llevar residiendo en el país, de manera ininterrumpida y con un permiso, durante cierto número de años: en Polonia son tres -el mínimo-; en España o Italia 10 -el máximo-, aunque en la mitad de los Estados europeos es de cinco y hacia allá parece ir la tendencia (Alemania bajará tres años el requisito para llegar a ese rango).

Como lo menciona Irving Ruiz, uno de los testimonios que presentamos más adelante, su expediente fue examinado por las autoridades belgas para verificar que él no hubiera recibido ayudas sociales durante su estancia en el país.

La “naturalización especial” es, entre otros casos, la que solicitan aquellos connacionales cuando pueden probar vínculos familiares auténticos, y durante cierto tiempo, con una pareja que posee la nacionalidad europea que se pretende obtener.

Por supuesto, aunque en Europa han relajado las condiciones de base, también han endurecido otras formalidades, por ejemplo, introduciendo requisitos de integración a la sociedad -entre ellos mostrar un certificado de dominio del idioma local-, y pruebas de ciudadanía. En algunos países como Bélgica hay que declarar lealtad al rey por escrito. En todos los casos, los mexicanos que aspiren a un pasaporte europeo, deben entregar un certificado oficial de no antecedentes penales en México.


Testimonios

Irving Ruiz tenía 25 años cuando llegó a Países Bajos en 2012 para cursar una maestría en ingeniería química de alimentos, becado por el entonces Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).

Especializado en la composición del chocolate, una vez terminados sus estudios el mexicano oriundo del Estado de Morelos encontró un trabajo fijo en Bélgica en 2015, primero en una empresa local y luego en una sucursal de la trasnacional estadounidense Cargill, donde actualmente se ocupa de desarrollar las fórmulas para las nuevas recetas de productos chocolateros y del trato con los clientes.

Ahora, a sus 37 años, Ruiz se siente agradecido con Bélgica porque, dice, le ha dado mucho profesionalmente. “Si ves las ventajas laborales que tienes aquí, sí hay mucha diferencia con México. Allá me gustaría regresar algún día pero para poner un negocio o como consultor. Por el momento aquí estoy bien, compré un departamento y estoy estable”.

Irving se nacionalizó belga. Adquirió esa ciudadanía en enero de 2022, aproximadamente un año después de haberla solicitado. Recuerda que un día recibió una carta de su comuna (alcaldía) en la que se le comunicó que podía pasar por una nueva tarjeta de identidad. Y ya. “Simplemente me escribieron para decirme ‘ya eres belga, ven a cambiar tu tarjeta y puedes pedir tu pasaporte’. No hubo ninguna ceremonia en la comuna por haber obtenido la nacionalidad belga. Es como si fuera cualquier cosa para ellos. Me sorprendió”.

El mexicano obtuvo la nacionalidad belga por el procedimiento de integración económica, al que pudo acceder después de cinco años de haber vivido y trabajado de forma ininterrumpida y legal en el país. “Básicamente, lo que quiere el gobierno belga es que tú le aportes a la economía y no que le quites: un requisito para solicitar la nacionalidad es no haber recibido el seguro de desempleo ni ayudas sociales del Estado”, explica.

En realidad, Irving está más que integrado. Habla francés -el idioma de Bruselas, donde radica-, está aprendiendo el neerlandés -el otro idioma oficial que muchos belgas francófonos entienden con limitaciones-, conoce el funcionamiento administrativo y, sonriendo, comenta que incluso se reune con sus amigos a preparar cerveza, uno de los productos nacionales por excelencia (junto con las papas fritas y, sí, el chocolate). Además, y no es poca cosa, Irving es hincha del Royale Union Saint-Gilloise, el popular equipo de futbol de Bruselas.

Lo que su nueva ciudadanía le permite es viajar y trabajar libremente en toda Europa. Antes de ello tenía que renovar su permiso de trabajo cada año y los trámites administrativos de la vida cotidiana podían ser menos sencillos que ahora. Cuenta una anécdota que es muy ilustrativa de lo que habla: “Me acuerdo que la primera vez que viajé a Reino Unido con mi nueva nacionalidad presenté el pasaporte belga y los aduaneros no me preguntaron nada. En cambio si hubiera viajado con el pasaporte mexicano me hubieras hecho las preguntas típicas de ¿qué haces? ¿a qué vienes?”.

“Al final, cuando viajo y regreso aquí, siento que estoy en casa. Por supuesto tengo también enraizado el sentimiento mexicano: extraño el sol, la comida, la familia; esas cosas que siempre estarán presentes”, reconoce Irving con un dejo de nostalgia.

A diferencia de otros países, Bélgica no obliga a sus nuevos ciudadanos a que éstos renuncien a su nacionalidad de origen. Cuando llegan a preguntarle, Irving sigue contestando que es “mexicano”. Y eso pasa a muchos connacionales que no dejan de asumirse mexicanos, aunque “de papel”, como dice el entrevistado, también sean europeos.

Teresa Rodríguez llegó a Alemania en 1998 para formar una familia. Cuatro años antes, en 1994, había conocido a Thomas durante el vuelo que la llevó por primera vez a Europa. En esa ocasión, recuerda la mexicana originaria de Ciudad de México, les tocó sentarse juntos en el avión. Durante el vuelo intercambiaron teléfonos y semanas más tarde, en su cumpleaños, Thomas la llamó para felicitarla. Así comenzaron a tener contacto regular a la distancia hasta que un año después él la visitó en México.

Tras tres años de relación, en la que él viajaba a México la mayoría de las veces, Teresa tomó la decisión de pasar un tiempo en Alemania “para ver cómo funcionaba todo” en el país de su novio. Era verano y el buen tiempo no sólo embellece las ciudades sino pone de muy buen humor a la gente. Así que el país que la mexicana conoció la ayudó a tomar la decisión: casarse y mudarse con Thomas. 

Desde hace 24 años, Bernau, un pequeño pueblo en Brandenburgo, que queda a sólo unos 30 kilómetros de distancia de Berlín, se convirtió en el nuevo hogar de Teresa. Y aunque ahí nacieron sus dos hijos, ella encontró amigas, un trabajo como técnica radióloga desde el primer día que llegó y la vida estable que siempre quiso, esta mexicana tardó más de 20 años en decidir convertirse en alemana. O mejor dicho, adoptar la ciudadanía y el pasaporte alemán. 

“En algún momento, como a los 5 años de vivir en Alemania, me dijeron que podría solicitar el pasaporte. Pero en aquel entonces Alemania te exigía renunciar a la nacionalidad mexicana y yo no estaba dispuesta a eso. Así que lo dejé y durante muchos años no volví a pensar en ello”, cuenta en entrevista. 

Y es que, para Teresa el tema de su mexicanidad es algo casi sagrado. Ni la distancia -casi 10 mil kilómetros- ni el tiempo fuera de México han logrado que ella se sienta menos mexicana de lo que se sentía cuando pisó suelo alemán la primera vez: “Es lo que soy y siempre lo seré”, asegura.

Pero en 2022, cuando supo que a los mexicanos ya se les respetaba la doble nacionalidad en Alemania, decidió hacerlo. El motivo principal: poder viajar tranquila, “sin estrés” con su familia. Explica que con un pasaporte mexicano siempre era necesario sacar visas para países en los que ni su marido ni sus dos hijos -como alemanes- lo necesitan.  

“Queríamos ya poder viajar sin problemas como una familia alemana. Y también para el caso en el que durante un viaje pudiera haber problemas de seguridad en cualquier país, el gobierno alemán se pueda encargar también de mí y no sólo de mi marido y mis hijos. Esa fue una razón importante”, explica.

En tantos años viviendo como alemana, aunque oficialmente lo sea desde hace apenas un año y medio, Teresa Rodríguez ha aprendido a querer a la que dice es su segunda patria, también a su pequeño pueblo: “es mi casa, mi hogar y siempre cuando regreso de un viaje me siento feliz de volver y me siento en casa”. 

Y aunque hay costumbres típicas alemanas que ha adoptado con gusto como la puntualidad y la famosa hora del café con pastel (entre el almuerzo del medio día y la cena por la tarde-noche) hay otras que le han costado mucho. 

“He tenido que aprender a trabajar como si tuviera estrés. Sí, a fingir que tengo mucho estrés al momento de trabajar porque de otra forma aquí se piensa que uno o no está trabajando o no trabaja lo suficientemente concentrado y con seriedad”, dice.

Teresa es técnica en radiología y desde hace más de 20 años trabaja en ello. 

“Cuando recién llegué a Alemania me gustaba mucho cantar mientras trabajaba y una amiguita que tenía mucho más tiempo trabajando ahí me dijo: Teresa es que piensan que no trabajas. Has como que tienes mucho estrés y te lo van a creer. Así que dejé de hacerlo. Lo que no he cambiado es el ser amable con los pacientes, sonreírles. Nunca seré fría porque yo soy alegre, amable, como somos los mexicanos”, concluye.

Alejandra Preciado Palafox llegó en 2007 a Estrasburgo, Francia, para pasar un año sabático. Tenía entonces 24 años y la idea era hacer un voluntariado dentro de una organización de jóvenes, aprender francés y vivir una experiencia en el extranjero, que le permitieran volver a su natal Ciudad Guzmán, Jalisco, a seguir trabajando en el ramo de las comunicaciones.

Pero el destino le tenía preparado otro camino. Al poco tiempo de llegar a Francia conoció al que después se convertiría en su marido. Así que el voluntariado que debía durar todo un año, sólo duró unos meses porque la joven mexicana lo dejó para compartir un proyecto de vida con su novio en Sèrignan, en la costa mediterránea francesa. 

Vinieron entonces dos años de mucho trabajo para lograr cambiar su estatus migratorio y poder permanecer legalmente en Francia. Alejandra cuenta que hizo todo lo posible por no casarse sólo para poder conseguir la residencia legal. No quería que su unión estuviera bajo sospecha de ser sólo una boda para que la novia pudiera tener papeles legales. 

Al poco tiempo logró conseguir un contrato de trabajo fijo, el requisito que le pedía la autoridad migratoria, y fue así que comenzó su vida de manera estable en su nuevo hogar. 

“Tuve mucha suerte y así no tuve que casarme ni precipitarnos a hacerlo. Para mí y para mi marido fue un descanso”, cuenta.

Ya con el tema de su residencia legal en orden, Alejandra se centró en trabajar (el francés ya lo dominaba). El siguiente paso natural fue, entonces sí, casarse en 2011.

Pasaron después varios años hasta que la joven mexicana decidió comenzar otro proceso, no menos engorroso que el primero, para poder convertirse en francesa. Y es que en realidad Alejandra no lo necesitaba. Contaba con un permiso de residencia que debía renovarse cada 10 años y con él tenía todos los derechos que puede tener un francés, salvo el de votar y poder detentar representaciones públicas. 

Pero el momento le llegó durante una vacaciones que pasó en Barcelona, España. Recuerda que luego de haber pasado un fin de semana hermoso en la capital catalana, cuando iba en el tren de regreso a Francia fue consciente por primera vez del sentimiento de pertenencia que le despertaba saber que volvía a Sèrignan, a casa. 

“En ese momento cobre consciencia del lugar que es mi casa. Fue a raíz de esa reflexión que me decidí a hacer los papeles”, recuerda. 

Alejandra se convirtió en francesa en el 2016. En los cerca de 15 años que ha vivido en Francia ha aprendido a amar ese país y su ciudad. Ello, sin embargo, no significa que haya dejado de sentirse o ser mexicana. De hecho, confiesa que si para tener el pasaporte francés hubiera tenido que renunciar a su nacionalidad mexicana, no lo hubiera hecho. Pero por fortuna para ella y los mexicanos que viven en Francia, tomar la nueva nacionalidad no implica perder la de origen. 

Hoy Alejandra convive con lo mejor de sus dos culturas. De la francesa ha aprendido a apreciar a lo que le llaman “el arte de vivir”. 

“La buena comida por ejemplo. El sentarse a la mesa a comer es algo muy importante en la cultura francesa porque es compartir, tomar tiempo para apreciar las buenas cosas alrededor de la mesa. Eso se aprecia mucho y es algo que me gusta”, dice.

De su cultura mexicana, Alejandra busca transmitir a su hija de 10 años y a su hijo de dos todas esas tradiciones con las que ella misma creció como la del Día de Muertos, además, por supuesto, de su idioma.

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